Dos años y 356 días después, Gora San Fermín!
Tras un parón histórico, los sanfermines han vuelto a Iruñea con la misma fuerza, si no más, con la que abandonaron la ciudad. La Plaza del Ayuntamiento se llenó de pañuelos rojos y reivindicación. Y la lluvia despejó luego las calles reventando el aforo de los bares.
Juan Carlos Unzué intentó dedicar el cohete a los sanitarios e hizo muy bien, pero la marabunta, como cantaban los Tijuana, empezó a rugir antes de que acabara. La plaza del Ayuntamiento no quería escuchar más que el txupinazo. No le dejaron acabar. Han sido tres años de pobreza de mí. Esos segundicos de más resultaron insoportables. Al final, no hubo drama. Enseguida voló el cohete y todos contentos. La ciudad quedó patas arriba, que es de lo que se trataba.
Dicen que la estela del cohete rasga el cielo antes de estallar en todo lo alto y que así comienzan los sanfermines. Es mentira. El cohete no rasga nada y la explosión apenas se siente. Menos aún con ese cielo plomizo de ayer del que caían gotones de forma intermitente.
Es, precisamente, ese rugido de la marabunta lo que indicó que sí, que esa tímida explosión apenas audible fue el verdadero txupinazo. El rugido llegó con segundos de retardo. Depende de la retransmisión televisiva. Luego corrió de plaza en plaza, de bar en bar, de ventana a ventana donde la gente esperaba levantada, habiendo dejado atrás una mesa llena de platos sucios de yema de huevo y del tomate de la magra. Todos rugieron como los lobos que aúllan a la luna. En ese momento, las botellas envejecieron repentinamente y hubo que abrir otras nuevas.
El mensaje y la mano temblorosa
Que no se escuchara el mensaje de Unzué no quiere decir que no merezca la pena oírle. «Este txupinazo va dedicado a todas y todos los sanitarios y las personas que nos han ayudado en toda la pandemia y a todos los enfermos con ELA, especialmente a Montxo», gritó desde la silla ruedas mecanizada. Se refería a Montxo Iriarte, el presidente de la asociación navarra de enfermos de ELA, enfermedad que ha postrado al exportero de Osasuna en esa silla ruedas.
Esos temblores fueron la imagen que marcará este arranque festivo.
La retransmisión de cómo tuvieron que guiar su mano hasta la mecha del cohete, con esos temblores fruto de la emoción y de su cruel enfermedad, fueron la imagen que marcará este arranque festivo. Eso sí, había un inoportuno tipo en el fondo del plano arruinando la estética de la imagen. Lástima.
Todo lo demás, o casi todo lo que sucedió ayer, se ha visto ya por estos lares. Las banderas gigantes que no pueden entrar a la Plaza del Ayuntamiento, una vez más, lograron colarse y se enseñorearon del evento ante la impotencia de los mandos policiales a los que habían encargado, por encima de todo, arrancarlas de las manos a sus portadores.
Ni los de la televisión española, con su pericia para evitar pancartas, alcanzaron a ocultar el abrazo cariñoso a los presos, las ikurriñas, esas banderas de la Nafarroa independiente, o la de GKS.
Bajo estos banderones que, pase lo que pase, siempre encuentran su camino, esa marabunta gritona pareció más numerosa que nunca. Había que cruzar controles de distintas policías con escudos de antidisturbios, con municipales de mil sitios, hasta de San Sebastián de los Reyes, pero los que entraron hasta adentro de la plaza fueron mucho más que los razonables.
Bajo estos banderones esa marabunta gritona pareció más numerosa que nunca.
En aquellos miles de rostros, semilavados por la lluvia que arrancaba y paraba, alternaban las expresiones de éxtasis con las de sufrimiento absoluto por la falta de espacio y de aire. Hay que ser muy consciente de adónde se va y no todo el mundo lo es. Pero en un momento u otro hay que intentar vivir eso. Más peligroso es ponerse a correr delante de media docena de toros, y hay quien lo hace.
Esparcir al gentío una vez pasó el mediodía quedó en manos de los gaiteros, que salieron por la puerta principal, abriéndose paso bien sabe Dios cómo y bombeando la peña hacia las principales calles de la fiesta, donde para entonces ya se habían levantado las mesas donde se habían servido los huevos fritos a pares.
Los que almorzaron por el centro parecían ayer despreocupados, pero llevaban meses preparándose para el regreso día 6. De otro modo, es imposible conseguir una mesa en Alde Zaharra. Se sabía, de hecho, que estos sanfermines serían potentes por lo pronto en que los bares se quedaron sin sitio para almorzar.
También porque las grandes fiestas que el Ayuntamiento usa como termómetro, como las fallas o la Feria de Abril, han sido más populosas que de costumbre.
Medir el torrente de gente que acude al txupinazo es tarea harto imposible. Por si sirve de algo, otros años en las calles aledañas a la Plaza del Ayuntamiento se acostumbra a pedir que lancen agua de los balcones. Y cuando les lanzan los cubos de escurrir las fregonas, la gente trata de esquivar (o no) el remojón. Ayer eso resultó impensable.
Todo el mundo subió las fotos y vídeos y la infraestructura de telecomunicación no da.
Muy esporádicamente se gritó aquello de: «No seas rata, que el agua está barata». No solo porque el agua apetecía más bien poco por la lluvia, sino porque por las calles se andaba tan apretado que no daba para mojar a un grupo en concreto.
Como casi siempre, la cobertura del teléfono funcionó entre mal y peor. Todo el mundo quiso subir las fotos y vídeos tomados con el móvil al Twitter o al Tik Tok, y la infraestructura de telecomunicaciones de una ciudad tan pequeñica y desbordada no da. Con todo, más tarde o más temprano las imágenes acaban llegando si el vídeo no pesa demasiado. Pese a ello, quien se perdió del grupo con el que estaba pasó las de Caín para reencontrarse con los suyos. Sobre todo, cuando se atrincheran al fondo del bar.
El agua y su repelús
Es bien sabido que el agua y los sanfermines siempre han mantenido una relación complicada. La de ayer en concreto fue terrible por las tormentas. Quizás los sanfermines sean más de aceite.
El día 6 es, de largo, el más potente de las fiestas. No hay veinteañero en Nafarroa que se lo pierda salvo causa de fuerza muy mayor. Se notaba en los pañuelicos rojos. Muchos llevaban el de merchandising de última hora, pero en otros tantos corros las cuadrillas compartían un mismo escudo de armas natal. De Tutera a Erronkari, de Mendabia a Kortes. O de la Única a la Jarana, que también ocurre.
A todos esos se sumaban los guiris a los que traen las agencias desde las antípodas y que alojan precariamente en campings en su ruta hacia el Mediterráneo y la sicodelia. Y a los que siguen sin avisar de que chancletas en San Fermín aseguran un drama.
El problemón llegó cuando la tormenta y la reluctancia al agua empujaron a todos hacia los bares, donde no cabía un vaso más. El día 6 está pensado para que la mitad de la gente permanezca en la calle. No hay metros cúbicos suficientes bajo techo. De este modo, tras más de dos años de aforos limitados por el covid, los bares se tomaron cumplida revancha.
Hubo quien trató de solucionar el problema del agua con chubasqueros, paragüicas y gorros estúpidos.
Hubo quien trató de solucionar el problema del agua con chubasqueros, paragüicas y gorros estúpidos. De hecho, esos paraguas multicolores que se colocan directamente sobre la cabeza volvieron a ponerse de moda tras su efímero triunfo a inicios de siglo. Como tito estrella para estos sanfermines, ayer sin duda puntuaron, pero estas fiestas son muy largas y la durabilidad de estos artilugios muy corta.
Por lo demás, de aquí al Encierro de la Villavesa resta toda una maratón. Son 212 horas hasta que San Fermín se encarne en mujer y sea perseguida por Miguel Indurain.