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Elkarrizketa
Mahamat-Saleh Haroun
Cineasta

«El patriarcado es una forma encubierta de fascismo»

Nacido en Abéché, Chad, en 1961, a los veinte años emigró al Estado francés, donde trabajó como periodista y se formó como cineasta. Ahora acaba de estrenar ‘Lingui, lazos sagrados’, sobre el aborto y la cultura del patriarcado.

Mahamat-Saleh Haroun. (WANDA FILMS)

‘Lingui, lazos sagrados’ es la historia de Amina, una madre soltera que sobrevive como vendedora ambulante. Un día se entera de que Maria, su hija adolescente, se ha quedado embarazada y ha sido expulsada de la escuela. La joven no quiere dar a luz ante el temor de convertirse en una apestada social, como lo es su propia madre, pero tendrá que hacer frente a una realidad social donde el aborto está prohibido.
 
‘Lingui’ es una expresión muy vinculada a la cultura chadiana pero, ¿qué significa? ¿Por qué decidió titular así su película?

El lingui es una especie de precepto vinculado a la idea de convivencia. Entre aquellas personas pertenecientes a una misma comunidad se impone un deber de apoyo mutuo basado en los principios de solidaridad y cohesión grupal. En el momento en el que alguien rompe ese mandato social nace el conflicto. En esta película quise mostrar cómo dicho precepto es profanado por un hombre y cómo las mujeres de dicha comunidad se esfuerzan por recomponer esa convivencia que se ha visto alterada a través del lingui, es decir, reforzando las redes de solidaridad entre ellas, apoyándose las unas en las otras.

¿Cree que ese tipo de vínculos se dan más entre las mujeres que entre los hombres?

Sí, y es normal que entre las mujeres se fortalezcan esos vínculos de solidaridad, pues dichos vínculos se fundamentan en una memoria compartida acerca de lo que significa que su cuerpo se vea permanentemente amenazado e incluso ultrajado y violentado.

Entonces el lingui, en el caso del Chad, ¿diría que se trata de una herramienta de resistencia contra la cultura del patriarcado?

Totalmente. Sobre todo para aquellas mujeres que son madres solteras o que viven fuera de una estructura donde el hombre ejerce de cabeza de familia. Esas mujeres son percibidas como unas apestadas. Gracias al lingui en Chad, se han desarrollado iniciativas como el paré, que es una especie de fondo de asistencia mutua que se nutre de donaciones de mujeres para ayudar económicamente a otras mujeres que se hallan en un apuros.

Usted siempre dice que los argumentos de sus películas están inspirados por su percepción de la realidad. En el caso concreto de este filme, ¿cuál fue su fuente de inspiración?

De entrada me interesaba el tema de los abortos clandestinos. Cuando abres un periódico en Chad y te topas permanentemente con noticias sobre bebés recién nacidos que son abandonados en un contenedor o ahogados en una letrina, aparte del mal cuerpo que te generan esas informaciones, enseguida te das cuenta de que ahí hay un problema. Y eso me llevó a pensar en casos que se han dado dentro de mi propia familia, de primas lejanas que, tras quedarse embarazadas, fueron repudiadas por sus padres y expulsadas del hogar. Pero lo grave no es solo eso, sino que sus hijos, en el caso de tenerlos, heredan el estigma, se convierten también en seres proscritos.

¿Buscaba, entonces, reflejar la posición marginal de la mujer en la sociedad chadiana?

Sí, sobre todo de aquellas mujeres que, por circunstancias de la vida, ejercen de madres solteras. Esas mujeres tienen que arrastrar durante el resto de su vida una culpa que, además, han que soportar en soledad. Documentándome para la película descubrí que en ninguna de las muchas lenguas que hablamos en Chad existe la palabra violación, es un concepto que no se contempla. Los hombres, por lo tanto, nunca son responsables de nada.

Su película narra la odisea de una adolescente que es violada pero que se ve obligada a abortar clandestinamente al ser esta una práctica penada. Este argumento, desde Europa, nos podría parecer propio del tercer mundo pero, viendo lo que ha ocurrido recientemente en EEUU, ¿cree que la mujer está viendo recortados sus derechos a escala global?

Lo que está claro es que África no es el extrarradio del mundo, sino que lo que pasa en nuestro continente ocurre en todas partes, incluso en muchos casos resulta un anticipo de lo que está por venir en el resto del planeta. Por ejemplo, en lo que se refiere al fascismo, que ahora mismo planea como una amenaza por Occidente. Y no me refiero únicamente a los discursos totalitarios de corte político o religioso, sino también al patriarcado. El patriarcado es una forma encubierta de fascismo y a mí me resulta inquietante el riesgo de regresión al que nos aboca. Basta con un solo golpe de pluma para cambiar la legislación y echar por tierra derechos adquiridos desde hace décadas. Estamos ante la peste negra de nuestro tiempo.

Según usted, el cine es una herramienta política. ¿En qué sentido? ¿Qué papel puede jugar para revertir ese escenario de regresión?

El cine lo que aporta al espectador es la posibilidad de desarrollar una retórica y eso es algo muy útil de cara a poder participar del debate público aportando nuestras propias ideas y puntos de vista. Debatir es la única manera de abordar conflictos de manera pacífica y saber manejar la retórica te da una ventaja. Se trata de una herramienta que podemos afinar y perfeccionar gracias al cine, a la literatura, a la cultura en general, y que resulta importante para defendernos de la amenaza del fascismo. El auge de este tipo de discursos tiene mucho que ver con el pobre nivel de retórica que caracteriza la política de nuestros días.

Su primer largometraje ‘Bye bye África’, rodado en 1999, hablaba sobre el cine africano y sobre la precariedad de la industria en el continente. ¿En estas dos décadas la situación ha mejorado o empeorado?

Si recuerdas, en aquella película, mostraba la sala de cine donde me formé como espectador, un lugar que fue arrasado y destruido durante la guerra civil que vivimos en Chad. Cuando en 2010 gané el Premio del jurado en Cannes con ‘Un hombre que grita’, el gobierno de mi país quiso aprovechar el viento a favor y volvió a abrir esa y otras salas de cine que llevaban tiempo clausuradas, aunque, desgraciadamente, con la crisis del covid muchos de estos cines han vuelto a echar el cierre. Con eso y con todo, creo que algunas cosas han mejorado dentro de la industria del cine africano. En Chad incluso se está hablando de abrir una Escuela de Cine. Es un proyecto que me hace mucha ilusión, pues para mí la cultura se basa en la transmisión del legado y un centro así me permitiría compartir mis conocimientos con futuras generaciones de cineastas.

Puede que actualmente en África se hagan más películas pero, ¿no cree que el principal desafío es hacer que esas películas se vean en el resto del mundo, impidiendo que sean otros los que cuenten la realidad del continente?

Sí, eso sería lo deseable, pero no es fácil. África sigue arrastrando muchos prejuicios y la imagen del continente es tan negativa que eso impide que nuestros trabajos tengan la posibilidad de verse fuera. Tú puedes ganar un premio en Cannes y, en la práctica, eso no te garantiza que tu película sea comprada por compañías de distribución internacional porque está la idea de que lo que hacemos en África no tiene ningún interés. El cine africano va a seguir existiendo porque seguimos teniendo cosas que contar pero, antes de pensar en conquistar mercados internacionales, deberíamos esforzarnos con urgencia por consolidar un mercado propio para nuestros filmes.