Panshir resiste más en internet que en la realidad
Desde el regreso de los talibanes al poder en Afganistán, el valle de Panshir se presenta como uno de los pocos lugares que resisten, liderados por el hijo del histórico general Masud, Ahmad. Aunque la propaganda en internet insista en ello, no parece un grave desafío para los rigoristas afganos.
El río Panshir fluye caudaloso. El valle está tranquilo y el sol brilla en un hermoso día de agosto, iluminando sus verdes campos. Algunos muyahidines talibanes descansan bajo los frondosos árboles, dejando sus armas en los 4x4.
A la entrada del valle se han limpiado los signos de las interminables guerras que han asolado a la región y al país. Los carteles del señor de la guerra Ahmad Shah Masud –histórico protector de Panshir, muerto el 9 de septiembre de 2001 en un atentado de Al Qaeda tras defender el valle contra los soviéticos, primero, y contra el primer régimen talibán, después–, han sido retirados. Un tanque soviético varado durante décadas en medio de la carretera, como si fuera un aviso, ha desaparecido. El aire puro de las montañas y el silencio presagian todo menos un escenario de guerra.
Aquí mismo, entre el 15 de agosto y el 7 de septiembre de 2021, tras la caída de Kabul, grupos de soldados del antiguo Ejército afgano, junto con combatientes pertenecientes al partido de la minoría tayika Jamiat-e-Islami, habían intentado hacer frente al último avance talibán, que decretó el control absoluto sobre el país. También estuvo el exvicepresidente del Ejecutivo Ghani Amrullah Saleh, que se refugió con sus hombres. Pero en vano. Después de unos días de lucha, los talibanes –con un Ejército de 10.000 hombres– conquistaron Bazarak, la capital provincial, y los pequeños valles que se bifurcan al pie del Hindu Kush. Saleh, en cuanto presintió el peligro, abordó un helicóptero rumbo a Tayikistán, dejando tirados a quienes lo defendían.
Desde que los talibanes tomaron el control del valle, no ha habido muchas noticias salvo algunas represalias contra la población civil (entre ellas algunas cuya falsedad fue posteriormente probada) y, sobre todo, una supuesta resistencia protagonizada por personas cercanas al hijo de Masud, Ahmad, decididamente menos carismático que su padre y que pretende liderar la rebelión desde el extranjero. El movimiento se llama National Resistance Front (Frente Nacional de Resistencia, NRF por sus siglas en inglés).
Mayoría tayika
Según algunos datos en Internet, sitios web y noticias, el NRF controlaría áreas y aldeas enteras, llegando incluso al fondo del valle, tanto en la provincia de Baghlan como en Panshir, dos zonas fuertemente habitadas por tayikos. En realidad, tiene más seguidores en Twitter que hombres en el campo, y las evidencias apuntan a que todo esto es poco creíble.
En la cima de la colina que domina Bazarak, está el mausoleo de Ahmad Shah Masud. Imponente y magnífico. Durante los enfrentamientos de agosto fue objeto de vandalismo. Los talibanes, que el día de la conquista llegaron a la tumba profanada del «León de Panshir», culparon a los Jamiati (combatientes cercanos a Masud): «Cuando se retiraron lo hicieron a propósito para culparnos a nosotros», aseguran. El vidrio se resquebrajó y los cristales llenaban el suelo del santuario pentagonal. Hoy, todo está en orden. La tumba fue reconstruida.
«Todo el mundo aquí tiene un enorme respeto por Masud, incluso los talibanes», asegura un civil anónimo. Los muyahidines talibanes se toman selfies en el jardín que lo rodea y beben tragos comprados en la antigua «tienda de souvenirs» del mausoleo –«sin pagar», se queja el gerente– mientras en el estacionamiento, mecánicos y muyahidines reparan los vehículos militares y se sientan.
Represalias puntuales
Más allá del mausoleo, en el valle de Dera, la vida diaria continúa tranquilamente en los campos. Niños y niñas salen de la escuela. Cuando se les pregunta sobre la resistencia, hablan con fluidez, aunque nadie quiere dar nombres Prueba de que ciertamente hay un problema con los talibanes y de que ha habido episodios de violencia y represalias. Pero si realmente fuera como dicen quienes hablan de crímenes atroces, sería difícil acercarse a la gente. Muchas noticias, de hecho, nunca han sido probadas. Dera es uno de los valles donde se dice que el NRF está activo. Pero no se siente la tensión de una zona de guerra. Y si un turista o un periodista pueden llegar sin ningún tipo de control, avisando además a las autoridades de su presencia en el valle, quizás la situación no sea tan grave como parece.
A 4.000 metros de altura
La existencia de una pequeña resistencia –compuesta por unos pocos soldados escondidos en cuevas a 4.000 metros de altura–- es admitida tanto por los civiles como por los propios talibanes. En las oficinas de Bazarak, los altos mandos talibanes hablan abiertamente del NRF. El gobernador, Abubakr Sediq, miembro local del Emirato Islámico, los cifra en «cien personas en las montañas» que «no tienen nada mejor que hacer para pasar el tiempo» y está seguro de que, «con la llegada de invierno tendrán que bajar por las condiciones climáticas extremas o huir». El gobernador también está convencido de que «alguien les apoya entre amigos y familiares» y no descarta que sean oriundos de Dara, Keraman y otras localidades tayikas.
Son declaraciones que se solapan a las voces de los civiles, que, sin embargo, se contradicen entre sí, suscitando aún más dudas. Abu, un chico que ni siquiera quiere decir su nombre completo, da algunas cifras sobre la resistencia: «Serán dos o tres mil soldados en total. Cien combatientes en las montañas de aquí. A veces bajan y atacan. La última vez sucedió hace un mes. En los primeros meses no hubo resistencia real. Se organizó con el tiempo y ahora son muy fuertes. Por lo que sabemos, a cada soldado le pagan 200 dólares al mes. Pero los comandantes son corruptos y también se quedan con la mitad». Su hermano, en cambio, decide hablar en su casa, lejos de miradas indiscretas por miedo a que los talibanes entren en la vivienda y lo arresten acusándolo de ser partidario del NRF: «El movimiento está desmoralizado y muy débil», reconoce. Estas fuentes aseguran que la resistencia controlaría cinco o seis pueblos o distritos en las dos provincias. Pero ¿cómo es posible que no dejen rastro alguno?
Cerca del pintoresco pueblo de Keraman, encaramado en una de las zonas donde parece haber una fuerte presencia del NRF, hay una escuela que durante meses estuvo ocupada por los muyahidines talibanes cuando su presencia militar era mayor (ahora se ha reducido a la mitad). Su director, S, dice que «hace dos meses, durante un enfrentamiento con los talibanes, dos chicos de la resistencia fueron asesinados. Los talibanes vinieron a nuestras casas y se llevaron, además, a dos niños. Ellos también han desaparecido». Estas escaramuzas, sin embargo, son contraproducentes para la población civil, que acaba pagándolas. Una mujer asegura que «mi esposo y mi hijo, que se graduó, fueron arrestados. El primero, cuatro horas y el segundo, 14 días. Nos amenazaron diciéndonos que si escuchaban un solo disparo lo destrozarían todo».
También surge la pregunta de cómo a 4.000 metros logran recibir fondos, armas y alimentos. «Hay pastores y mujeres que les llevan comida. Siempre con el miedo de ser atrapados. Reciben el dinero del exterior. Las armas fueron recogidas hace mucho tiempo por algunos altos mandos del movimiento, por lo que todavía tienen reservas. Dicen que pueden tomar Panshir en unos días. Pero no sabemos si realmente pueden salvarnos de los talibanes», duda una fuente que pide mantenerse en el anonimato. También asegura que querría unirse al movimiento de resistencia, pero añade que «no puedo, porque llegar a ellos es difícil».
Se palpa cierta tensión y los lugareños prefieren hablar de ello en voz baja. Pero pocos callan. Mientras tanto, no hay signos claros de movimiento militar, resistencia o represalias ni en Panshir ni en Baghlan (muchos ataques suelen ser reivindicados por grupos extremistas que no tienen nada que ver con el NRF).
«Los vecinos que fueron acusados injustamente de apoyar a la resistencia fueron llevados a Pul-i-Charkhi (una famosa prisión en los suburbios de Kabul) sin comida. Nuestro crimen es solo ser panshiri (habitantes del Panshir)», denuncia el profesor F.
Agravios y exclusión
Y esta frase podría explicar muchas cosas. Después de la ocupación occidental, los tayikos y los hazaras resultaron privilegiados económicamente en un país de amplia mayoría pastún. El valle de Panshir, una región puramente tayika, en particular, se convirtió en 2004 en una provincia separada y sus dirigentes coparon muchos altos rangos del Gobierno. Con la llegada de los talibanes, esto también ha desaparecido. De hecho, la denuncia de la exclusión de las minorías por parte del nuevo poder talibán es uno de los buques insignia del llamado NRF.
Los talibanes se enfrentan hoy a una pequeña resistencia, como en Faryab y en el norte de Afganistán. Pero será difícil que esta se convierta en un peligro real para el Emirato Islámico.