Tres propinas eslavas
Orquesta Filarmónica Checa. Semyon Bychkov, director. Orfeón Donostiarra. J.A. Sainz Alfaro, director. Katia & Marielle Labèque, pianos. Evelina Dobračeva, soprano; Lucie Hilscherová, mezzosoprano; Aleš Briscein, tenor; Jan Martiník, bajo. Daniela Valtová Kosinová, órgano.
El concierto que dio la Orquesta Filarmónica Checa el viernes con la ‘Séptima de Mahler’ tuvo un claro carácter conclusivo, así que se podría considerar el concierto de anoche, también de la misma orquesta, como esa propina que todo lo bueno debe tener, la propina de un festival de Quincena de gran nivel.
Para este último concierto, la formación eslava trajo un programa de marcado carácter nacional, con obras de tres de los autores checos más reconocidos, un tipo de música en la que la orquesta se mueve como pez en el agua
La primera de las obras fue la ‘Obertura Carnaval’ de Antonín Dvořák, una exultante pieza de carácter festivo y alegre que presenta una jubilosa celebración carnavalesca. El tema se transforma y pasa casi inmediatamente a un aire de danza, como si de un salón de baile se tratase, que la orquesta tocó romántico y elegante. A través de un tema popular, vuelve al tono festivo –que dejó apreciar el fabuloso sonido de los metales– para cambiar rápidamente a un tema tranquilo, de mayor lirismo y aire nocturno donde brillaron especialmente las maderas. La melodía se oscurece paulatinamente dando paso a un ambiente más sombrío y agitado con armonías exóticas que, tras un crescendo, desemboca en el aire festivo inicial que la orquesta interpretó con viveza y energía. Alocada, caótica y bulliciosa, la obertura terminó en un colorido estallido final que provocó el aplauso del público.
El Concierto para dos pianos y orquesta de Bohuslav Martinů, escrito en Nueva York, mezcla en su primer movimiento el romanticismo más centroeuropeo con ritmos de jazz. Las incombustibles hermanas Labèque fueron las encargadas de desplegar las vertiginosas escalas y arpegios que abarrotan esta partitura, en un continuo deslizarse arriba y abajo por los teclados. La incuestionable capacidad de coordinación de estas hermanas consiguió que todo encajara entre los marcados ritmos sincopados, aunque un exceso de pedal(es) volvió el movimiento algo pastoso.
El segundo movimiento permitió escuchar a las dos pianistas individualmente y apreciar sus –levísimas– diferencias. El tema, más lento y con un delicado pasaje de las maderas, supuso un leve y necesario respiro entre tanta y enérgica dedicación antes del tercer movimiento, de nuevo veloz y virtuosístico –y quizá ligeramente precipitado, pese al trabajo de sujeción de Bychkov– con un final –de nuevo– de los que activan el aplauso automáticamente.
El bis que ofrecieron las hermanas Labèque fue un delicado arreglo del tema ‘Somewhere (a place for us)’ the ‘West Side Story’, que dejó vislumbrar la versatilidad de las pianistas en otros registros.
Tras el descanso llegó la obra más esperada: la ‘Misa Glagolítica’ de Leoš Janáček, el hermosísimo y poderoso acercamiento de un agnóstico a la música sacra. Con la habitual estructura de una misa en latín pero con los textos en eslavo eclesiástico antiguo y alguna pequeña licencia musical extralitúrgica, esta obra constituye una de las obras más destacadas del repertorio sinfónico-coral de principios del siglo XX.
La orquesta vibró en todo momento con un sonido potente y rotundo. Los metales destacaron en sus sonoros pasajes con un timbre cálido y redondo. El Orfeón Donostiarra, con 90 voces divididas en un doble coro, cantó con seguridad y aplomo –incluso en los pasajes semideclamados del Credo –Věruju–. Fantástico sonido el de los hombres, destacando el brillo de los tenores. Las mujeres, muy afinadas, sonaron sin embargo algo planas y aniñadas en los pasajes más agudos.
La soprano Evelina Dobračeva cantó con voz clara de agudo limpio y centro consistente. El tenor Aleš Briscein con una voz ligeramente nasal de agudo esforzado –pero efectivo–. El barítono Jan Martiník sorprendió con una voz un poco clara pero de bello color y la mezzo Lucie Hilscherová completó el cuarteto con una brevísima pero correcta actuación. Lástima que Bychkov no diera espacio suficiente a las voces para poder cantar con comodidad y que quedaran eclipsados por la orquesta durante la mayor parte de sus intervenciones. Tampoco se pudo apreciar la participación del órgano, totalmente ahogado por el volumen de la orquesta, salvo en el número posterior al Agnus Dei, que Janáček incluyó en esta peculiar misa. La organista checa Daniela Valtová Kosinová tocó con soltura y calidad uno de los momentos más emocionantes de la velada que terminó, como no podía ser de otra manera, con aplausos para los intérpretes, la obra, la velada y –por qué no– para todo el festival.