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Siria deja hacer a Turquía contra los kurdos con el aval de Rusia

Tanques kurdos agrupados en la frontera con Siria. (Bulent KILIC | AFP)

El Gobierno de Damasco ha reaccionado con una tibieza inusual tras la muerte de una veintena de sus soldados en los bombardeos de Turquía contra objetivos kurdos en el norte de Siria.

Esa contención respecto al enésimo y mortífero ataque contra su «integridad territorial» causó extrañeza en las Fuerzas Democráticas Sirias, coalición entre los kurdos y tribus árabes que gobierna en Rojava (Kurdistán occidental).

La sorpresa se ha convertido en alarma después de que el presidente turco, Recep Tayip Erdogan, anunciara ayer miércoles como posible un encuentro con el presidente sirio, Recep Tayip Erdogan.

Antes del estallido en Siria de las malogradas Primaveras Árabes, en 2011, Ankara y Damasco mantenían relaciones privilegiadas y sus respectivos líderes eran amigos.

Iniciada la revuelta, y tras pedirle primero reformas políticas y luego que dimitiera «para impedir que el país se desangre», Erdogan cerró su embajada en Damasco y pasó a tildar a Bashar al-Assad de «asesino» y «terrorista».

Pero la del presidente islamista turco era una solidaridad interesada con las víctimas de la represión de las protestas. No en vano los Hermanos Musulmanes sirios lideraban la revuelta, que luego se convirtió en armada.

Con la revuelta militarmente vencida, Ankara puso sus ojos en la minoría kurda e inició en 2016 varias ofensivas militares para acabar con la experiencia democrática y multiétnica de Rojava.

Paralelamente, en 2020 frenó una ofensiva militar de Damasco contra la provincia norteña de Idleb, controlada mayoritariamente por rebeldes salafistas y yihadistas cercanos a Al Qaeda. Rusia medió para forzar un cese de hostilidades.

Damasco nunca ha visto con buenos ojos el «separatismo» kurdo en el norte. Pero ambos bandos han mantenido una relación de no confrontación, más allá de algunas escaramuzas. Por mediación de Moscú, los kurdos accedieron a la presencia limitada en zonas bajo su control del Ejército sirio para impedir el avance turco. Presencia que explica la muerte de una veintena de sus soldados en unos bombardeos que, desde el fin de semana, se han saldado con medio centenar de víctimas mortales.

No ha sido la única consecuencia de los ataques aéreos, que Turquía justifica tras imputar al PKK y a las milicias kurdo-sirias de las YPG el atentado del pasado 13 de noviembre en el centro de Estambul, que dejó un saldo de 6 muertos y 81 heridos.

Los kurdos no solo se han visto obligados a suspender sus operaciones contra el Estado Islámico (ISIS) sino que los bombardeos turcos contra la Policía que custodia el campamento de Al Hol, que alberga a decenas de miles de familiares de yihadistas, ha permitido huir a varios de ellos.

El Pentágono ha asegurado que los ataques de Turquía en Siria e Irak amenazan «directamente» a sus soldados y ha instado a una desescalada, advirtiendo que compromete la lucha contra el ISIS.

Y aquí llegamos al factor ruso. Moscú, que ha ganado enteros en Oriente Medio apoyando la vuelta o la permanencia de las autocracias árabes, nunca ha visto con buenos ojos la presencia, siquiera residual, del Ejército estadounidense en alianza con los kurdos contra el yihadismo. Y ha convertido a la Siria de Al Assad en un protectorado que comparte, como primus inter pares, con Irán.

Una alianza entre Siria y Turquía afianzaría sus posiciones en detrimento de EEUU.

El cronista oficial del Gobierno turco Abdulkadir Selvi ha desvelado en el diario Hurriyet que el (re)encuentro Erdogan-Al Assad podría tener lugar antes de las elecciones turcas de junio de 2023 y que el anfitrión sería el amigo de ambos y presidente ruso, Vladimir Putin.

Los convidados de piedra y perdedores, como siempre, los kurdos.