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Javier Padilla
Médico de familia y coautor del libro ‘Malestamos’

«El malestar no es un problema de serotonina, sino de falta de futuro»

Javier Padilla (1983) es médico de familia y comunidad con formación en el ámbito de la salud pública. Actualmente es diputado en la Asamblea de Madrid por Más Madrid. Es, además, co-coordinador de ‘Salubrismo o barbarie’, autor de ‘¿A quién vamos a dejar morir?’ y co-autor de ‘Epidemiocracia’.

Javier Padilla. (Cristina CANDEL)

Cuando, dentro de unos años, miren a la década de los años veinte, el malestar será una de las cosas que la caractericen», dice Javier Padilla, coautor, junto a la psiquiatra Marta Carmona, del libro ‘Malestamos. Cuando estar mal es un problema colectivo’. Estamos mal, pero no sabemos si es depresión, ansiedad o simplemente eso, que estamos rematadamente mal. Ante esta situación, ambos autores aseguran que «la solución no puede recaer en la atención individualizada», asociada a la terapia o al café con lorazepam –así se titula uno de los capítulos de la obra–. «Las personas que tienen un sufrimiento psíquico vinculado a estar en una situación de riesgo de desahucio, necesitan que le solucionen el problema de acceso a la vivienda, no solo un psicólogo», señala.

Los ansiolíticos se han introducido de lleno en nuestra cotidianidad. ¿Es síntoma de que no podemos parar ni cuando estamos mal?

En el Estado español somos líderes mundiales o estamos en el podio de consumo de ansiolíticos. Por un lado, porque el sistema sanitario siempre ha sido de las pocas puertas que no se han cerrado, y eso ha hecho que por problemas de diversa índole la gente haya acudido allí. Este ha respondido con la herramienta que tenía, la receta. Eso confluye con un sistema sanitario sin recursos para una mayor derivación a psicoterapia, y sin recursos en el ámbito del trabajo social. Luego está el rol social; el consumo de ansiolíticos está culturalmente muy normalizado.

Usted es médico de familia y ha escrito un libro que gira en torno al malestar colectivo. Supongo que la obra parte de una preocupación. ¿Cómo de mal estamos?

El ensayo parte de poner en diálogo dos marcos teóricos. Por un lado, el marco de la salud mental y, por otro, el marco de la salud pública, partiendo de la base de que se estaba dando respuesta al sufrimiento psíquico desde un marco predominantemente clínico individual. Y realmente veíamos que este malestar, muy disperso en la sociedad y muy generalizado, no podía atenderse desde ese marco puramente individual. Respecto a la pregunta de cómo de mal estamos, creo que hay un aspecto que es el de cuánto compartimos ese malestar. Es cierto que el malestar es una característica consustancial a la existencia humana, pero lo que ocurre es que ese malestar se ha convertido en una especie de sentimiento de época.

Vivimos en sociedades que hablan de salud mental, de malestar... pero, ¿se dan los debates adecuados?

Es netamente beneficioso esa mayor visibilidad de la salud mental porque ha hecho que afloren discursos que antes no estaban presentes. A esto hay que hacerle algún matiz. Se han popularizado discursos muy vinculados a padecimientos diagnosticados a la ansiedad o depresión, pero anteriormente ya había gente enarbolando voces más vinculadas a otros trastornos como los denominados trastornos mentales graves, que no han tenido relevancia mediática. Podemos decir que el debate sobre la salud mental se ha «clasemedianizado».

Resulta difícil enfocarlo como un problema colectivo cuando es algo que me ocurre a mí. ¿Cómo puede ser algo que le pasa a todo el mundo?

Es muy paradójico porque cada persona que se encuentra mal lo referencia en algo que le ha ocurrido a sí mismo. No lo referencia en una crisis económica, sino en que ha perdido el trabajo. No lo referencia en una crisis de cuidados, sino en su propia incapacidad para poder conciliar la vida laboral y familiar. No lo referencia en una crisis climática, sino en su propia incapacidad para proyectar su vida hacia el futuro. Lo que ocurre es que, cuando le preguntamos a todo el mundo, todo el mundo tiene esas vivencias singulares inseparablemente biográficas. Esa transición, el hacer ver que esto que me pasa no te pasa solamente a ti, sino que nos pasa solamente a todo el mundo está referenciado en aspectos como la concatenación de crisis, la incapacidad de mirar hacia adelante y la sensación de que este presente nos agota y de que el único lugar donde encontramos seguridad es en los referentes del pasado. De ahí el ‘Yo fui a EGB’, ‘Feria’ de Ana Iris Simón y todas las pequeñas cosas que nos generan la sensación de que en el pasado todo era más fácil.  

¿Es arriesgado buscar en el pasado soluciones a los problemas del presente?

El pasado tiene que ser un generador de memoria colectiva, pero no de respuestas al futuro. La nostalgia del pasado es el tercer elemento que casa a la perfección con el agotamiento del presente y la cancelación del futuro. Estas tres piezas son un lugar en el cual pueden surgir opciones políticas reaccionarias, pero también es un lugar del que pueden surgir posiciones políticas de esperanza. El ecologismo y el feminismo son, probablemente, los movimientos que hoy más encarnan una alternativa de esperanza y surgen de una situación de malestar.

Ustedes cargan contra una mirada totalmente biologicista de ese malestar.

El malestar no es un problema de la serotonina, es un problema de acceso a vivienda, de la falta de opciones de futuro, de la dificultad para pasar tiempo con la gente que sabes que te ayuda a pasar mejor esos malestares, de no ser dueño de tu propio tiempo... hay que impugnar los marcos más biologicistas. Por otro lado, el marco clínico individual terapéutico tiene utilidad para lo que tiene, pero no es capaz de dar respuesta a la totalidad del sufrimiento, porque no todo el sufrimiento puede desenvolverse dentro de un marco clínico y diagnóstico.

De hecho, Carmona y usted enfocan la terapia como algo positivo, pero matizan que no puede ser la única respuesta posible ante el malestar.

Que haya un buen acceso a terapia para toda la gente que lo necesite es algo necesario y por lo que hay que luchar. Ahora bien, eso va a dar soluciones principalmente a las personas que van a terapia. Siempre se juega con el teórico antagonismo entre terapia y sindicato. Creo que hay que romperlo y decir que cada uno juega en una dimensión distinta. La terapia juega en el ámbito individual para restituir la existencia de un daño, y, por otro lado, el sindicato principalmente alude a lo colectivo e incluso a lo que pueda venir de forma preventiva. Hay que defender que todo aquel que lo necesita tenga la opción de ir a terapia con un proveedor público, y hay que defender que haya sindicatos lo más fuertes posible.

Alertan también de la «uberización» de la atención en el ámbito de la salud mental. El local ‘La Llorería’ de Madrid es ejemplo de ello. 

La Llorería es un sitio en el que lo que te piden no es que no llores, sino que lo cuelgues en Instagram. Hay que tener en cuenta que el debate sobre la salud mental se da en un contexto de economía de mercado, que tiene capacidad para absorber todos aquellos recursos que reciben el foco social. Y quien también sufre esta situación son los profesionales que desempeñan esa terapia. La conversión en una especie de salud mental de plataformas lo que hace es precarizar a las personas que trabajan en esos dispositivos y empeora la calidad de la terapia, y hace que esta esté encaminada a rescatar individuos para el funcionamiento de una sociedad que puede estar siendo disfuncional al respecto de lo que puede ser una buena vida.

¿Qué elementos básicos considera que son fundamentales para avanzar hacia sociedades con menos malestar?

Hay elementos en el ámbito de lo micro que están vinculados a generar culturas que nos hagan pensar que, cuando yo participo en experiencias colectivas, tengo que hacerlo no pensando en qué hay de lo mío, sino en qué puedo aportar a esta colectividad. En criterios generales también lazamos algunas líneas. La renta básica universal mejora la salud de la población. También es necesario favorecer entornos donde la gente se encuentra, como plazas públicas, bibliotecas, parques... elementos que ayudan a generar una colectivización del sufrimiento y una mejora del mismo. Hay otro elemento que tiene que ver con mejorar las políticas de arraigo; es muy difícil pensar en un futuro si vas a ser eternamente nómada, si cada tres años tu red social se va a destruir porque vas a tener que mudarte de barrio porque te van a subir el alquiler. Y luego, el cuarto elemento que está vinculado con la diferencia entre hombres y mujeres, con la distribución sexual del trabajo. Las sociedades más igualitarias tienen menores tasas de malestar.