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Elkarrizketa
Jesús González Pazos
Autor del libro «La otra América Latina»

«Los nuevos gobiernos latinoamericanos plantean una alternativa al capitalismo»

Antropólogo y etnólogo, el miembro de Mugarik Gabe Jesús González Pazos se rebela a que todo deba ser escrito bajo la misma óptica. En su libro “La otra América Latina” (Icaria) desmonta los estereotipos que se construyen sobre un continente siempre en combustión.

Jesús González Pazos sostiene entre sus manos un ejemplar del libro “La otra América Latina” (Icaria) que acaba de publicar (Oskar MATXIN EDESA | FOKU)

¿Cómo sería América si su historia la hubieran escrito los vencidos, los indígenas?

Es una pregunta que ya se hizo José Saramago y que, de una manera modesta, intento responder en “La otra América Latina” a través de la percepción que de ella tienen los campesinos, los indígenas, la población afro y todos aquellos hombres y mujeres invisibilizados por las clases dirigentes tradicionales. El resultado es un continente totalmente distinto al que dibujan las grandes crónicas periodísticas e históricas que habitualmente leemos.

Tras el triunfo de Lula en Brasil, las cinco locomotoras latinoamericanas empiezan 2023 con Gobiernos progresistas al frente. Es la primera vez que sucede en la historia. ¿Qué panorama vislumbra para el continente?

Es un hecho importantísimo que puede marcar cambios profundos en la configuración social de todo el continente aunque desde Europa se sigan viendo los triunfos de Gustavo Petro y Francia Márquez en Colombia, de Lula en Brasil y, aunque con muchos matices, del mismo Gabriel Boric en Chile como algo anecdótico dentro del típico juego liberal de la alternancia en el poder.

En América Latina no se percibe así. Para la mayoría social es algo mucho más profundo. Es como el comienzo de una transformación estructural que llevan tiempo esperando y que tanto les cuesta conseguir. El ejemplo más notorio es Colombia donde jamás había gobernado la izquierda en 200 años de historia republicana.

Son cambios que no se producirán en una o dos legislaturas sino que serán lentos, que necesitarán décadas para ver sus resultados. Ahora se ha activado un proceso, algo que yo denomino ‘segunda ola del progresismo’, destinado a alterar un mapa político, económico y también cultural complejo que debe converger en la configuración de un bloque plurinacional con voz propia en la escena internacional.

Si hay un lugar en el mundo donde ahora mismo se están construyendo nuevos conceptos políticos, sociales y económicos, ese es América Latina.

Por ejemplo, el que han iniciado Gustavo Petro y Francia Márquez en un país tan complejo y violento como Colombia.

Sin duda. Su triunfo es algo extraordinario porque abre muchos espacios ideológicos al diálogo plurinacional en la región. Colombia tiene un valor geoestratégico muy importante en el continente. Diría que es más influyente incluso que Brasil. Y creo que Petro y Francia han comenzado un mandato que será duradero.

Hace un mes visité el norte del Cauca, una de las zonas más duras del país, y pude constatar que siguen concitando un altísimo apoyo popular. Su propuesta de paz total ha empezado a caminar. Las conversaciones con el ELN avanzan, la Segunda Marquetalia, el grupo disidente más importante de las FARC donde está Iván Márquez, se ha mostrado dispuesta al diálogo.

Han empezado el cambio aunque se enfrentan a grandes problemas. Uno de los más complejos es el narco, que ha ocupado muchos de los territorios que dejaron las FARC tras el proceso de paz en Cuba, cuya estructura criminal es muy fuerte en toda Colombia.

Sin embargo, nadie menciona hoy ese bloque plurinacional al que hace referencia. El último líder regional que acuñó el término Patria Grande fue Hugo Chávez. ¿Cómo reconstruirlo sin un liderazgo tan carismático?

Chávez fue un visionario que entendió perfectamente que América Latina debía caminar unida para salir de la subordinación a la que EEUU y las élites económicas europeas le había condenado.

También es verdad que el contexto económico en el que surgieron aquellos Gobiernos era muy diferente a los de hoy.

Pese a todo, Lula ya ha anunciado que Brasil volverá a la Celac y a Unasur, dos instituciones continentales que se crearon en aquella primera oleada progresista y que ahora tiene voluntad de relanzar con un papel protagónico. No sabemos hasta dónde llegará Lula porque EEUU y las élites neoliberales europeas no se van a quedar cruzadas de brazos. 

Ni China, que también está presente en toda Latinoamérica con un modelo similar al estadounidense.

Sí, está presente en la práctica totalidad de los países, pero no actúa como EEUU y Europa. La diferencia es que China, en principio, no se entromete en la política interna de los Estados como históricamente han hecho los estadounidenses, poniendo y quitando gobiernos para imponer férreas dictaduras o políticas neoliberales al dictado del Consenso de Washington.

A China solo le interesa el negocio, sea cual sea el color del gobierno. Es algo que le distingue de EEUU, que sigue estando detrás de todos los golpes ‘blandos’ que se producen en Latinoamérica.

Pero en un contexto internacional de crisis en materias primas, ¿cómo podrán desarrollar modelos alternativos a las dinámicas que dicte el libre mercado?

Extraer petróleo, litio o estaño, como se hizo en tiempos de Chávez o Correa, permitió a muchos gobiernos generar ingresos que destinaron a mejorar las condiciones de vida de la población. Fue la única manera de sacar de la pobreza a 40 millones de personas, como hizo Lula en Brasil, aunque pagó un alto precio. Las reglas han cambiado.

En estos años se ha podido realizar una revisión crítica de aquellas políticas extractivistas para introducir nuevas variables que han enriquecido los proyectos. El extractivismo ya no encaja en el discurso ideológico de los nuevos Gobiernos.

Hoy priorizan la conservación de la biodiversidad, el desarrollo de la economía comunitaria o el empoderamiento de las mujeres para reducir el patriarcado social imperante. Y ahí se entronca parte del éxito electoral de Petro en Colombia o del propio Lula, que ya ha dicho que proteger la Amazonía será uno de los principales objetivos de su mandato.

Por eso decía que los cambios en América Latina no se percibirán en cuatro u ocho años. A veces, somos exigentes con procesos transformadores de este calado cuando lo que se necesita es tiempo.

¿Cómo catalogaría lo que ha sucedido con Pedro Castillo en Perú?

En primer lugar habría que aclarar que el Gobierno de Pedro Castillo fue una reacción contra todo lo que significa el Perú de las últimas cuatro décadas. Es decir, fue una sublevación pacífica contra la élite tradicional asentada en Lima, contra el fujimorismo y un neoliberalismo duro con niveles extremos de corrupción. Agotado por estas cargas, el pueblo peruano no respondió con un levantamiento, sino que eligió a un maestro de escuela de Cajamarca, un lugar que solo cuenta por las materias primas que alberga en su subsuelo.

La gran debilidad de Castillo fue no tener una estructura social detrás. Esa es la diferencia con Evo Morales, un caso que guarda similitudes, que llegó al Gobierno impulsado por la columna vertebral de las cinco confederaciones sindicales, indígenas y campesinas de Bolivia. Sin embargo, Castillo no tuvo un armazón partidista ni sindical ni social para confrontar con todo el Congreso en su contra.

En ese escenario, los poderes económicos, judicial y legislativo comenzaron a operar desde el minuto uno. Pese a todo, tengo la esperanza de que Perú esté viviendo la génesis de un proceso social constituyente, de una refundación del Estado.

Hemos visto la reacción de la gente ante la posibilidad de volver a lo de siempre y la respuesta represiva que ha desatado la estructura real del poder: hay casi una treintena de muertos y decenas de detenidos.

Pero cometió graves errores.

Sí, pero hay que tener en cuenta el salto que supuso para él pasar de dar clases en una escuela a gobernar una de las economías más potentes de Latinoamérica. La división entre la barricada y la política puede ser un foso infranqueable, especialmente cuando tienes a todo un funcionariado heredado de las etapas neoliberales hipersensibilizado a cualquier cambio que se plantee. Esto le ha sucedido a Pedro Castillo, pero multiplicado por diez porque ni siquiera tuvo la estructura política que necesitaba para colocar cuadros en los cargos más altos de la Administración.

Además del juego sucio y de los golpes blandos de las élites ultraconservadoras, la corrupción también ha sacudido a algunos Gobiernos progresistas. ¿Echa en falta algo de autocrítica?

Si tengo que apuntar dos debilidades del progresismo latinoamericano de la primera ola, la del periodo 2000 y 2010, serían el no haber frenado los proyectos extractivistas por mucho que ayudara a reducir la desigualdad y disminuyera la pobreza; y que sus procesos no fueron acompañados de una revolución cultural.

De alguna manera, convirtieron a mucha población pobre en clase media, pero no cambiaron su mentalidad capitalista. Y es cierto que la corrupción en las altas esferas sigue siendo un problema endémico en Latinoamérica, pero no es exclusivo. Mire Europa. Aquí también hay grandes corruptos.

En 2023 se define la política de otro país clave como Argentina. La inhabilitación de Cristina Fernández abre una encrucijada en la izquierda desencantada con Alberto Fernández. ¿Cree que la derecha puede volver al poder? 

La inhabilitación de Cristina Fernández responde a una estrategia medida para descabezar a todo el movimiento político y social que hay en torno a su figura. Sin ella, la izquierda argentina está dividida y el camino se despeja para la derecha que, además, cuenta con el firme apoyo de los grandes medios de comunicación. Alberto Fernández es un político muy moderado cuya figura no inspira esperanza de una transformación profunda.