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Supermercados e industria alimentaria pactan subidas que golpearán al consumidor

Un 10%. Finalmente, grandes superficies e industria de la agroalimentación han acordado una subida de precios que, tarde o temprano, impactará en la ciudadanía francesa, a la que hoy por hoy ya le cuesta dos veces más llenar el carro de la compra que pagar la factura energética.

Los medios franceses hablan ya de «marzo rojo» en cuanto a precios de la alimentación. (Lionel BONAVENTURE | AFP)

El precio de la cesta de la compra va a volver a aumentar en el Estado francés: es la única certeza que hay tras las negociaciones entre supermercados e industria alimentaria que han concluido esta semana con el acuerdo de una subida de entorno 10% que, tarde o temprano, pagarán los consumidores.

Los medios de comunicación hablan ya de un «marzo rojo» por efecto de ese acuerdo comercial.

Dominique Schelcher, CEO de Système U, confirmaba en los micrófonos de France Inter que «desde este mes vamos a repercutir progresivamente ciertos aumentos» y auguraba que la inflación sobre precios de alimentación seguirá muy presente durante todo el primer semestre de 2023.

En un país hasta ahora relativamente protegido de la inflación, el aumento de precios empieza a recordar escenarios inéditos desde la década de los 80 del siglo pasado: 6,2% en febrero, con un alza de los precios de productos alimentarios del 14,5% con respecto al año pasado.

Por primera vez desde el inicio de la guerra en Ucrania, la inflación alimentaria ha superado a la de la energía. Hoy, según los datos del instituto de estadística Insee, los franceses consagran a la alimentación una parte del presupuesto dos veces superior a lo que pagan por la energía.

Una tendencia con duras consecuencias, máxime si se tiene en cuenta que más de un tercio de las personas atendidas en los bancos de alimentos desde el otoño pasado «son ciudadanos que se acercan por vez primera a ese servicio social», estima el instituto de sondeos CSA.

El depósito de alimentos de Angelu, vacío

Los Resto du Coeur, organismo de ayuda a personas en precariedad social creado por el conocido cómico Coluche, tiene sus depósitos de Angelu vacíos.

Este fin de semana procede a una colecta anual que sus voluntarios estiman más crucial que nunca.

La inflación ha hecho que el número de personas que acuden a solicitar un plato caliente haya aumentado entre un 15 y un 20%.

Los supermercados donan menos productos, porque prefieren vender la mercancía, aunque sea haciendo ofertas que hagan olvidar al consumidor la carestía de la vida.

Unas 370 familias reciben la ayuda de una asociación que reparte el equivalente a 3.000 platos a la semana, confirma Christian Tilhac a la emisora France Bleu Pays Basque.

Elegir entre los puerros y la carne

Optar entre la verdura y la carne, entre una marca u otra. Los consumidores buscan rebajar el ticket de la compra como pueden, mientras el Gobierno que bonificó los carburantes no termina de anunciar su plan para poner coto a la subida de precios de la cesta de la compra.

«No trabajo porque tengo una incapacidad, así que tengo difícil comprar carne sin encontrarme en números rojos a fin de mes», explica a la agencia AFP Rachid Malek, residente en un barrio del Este de París, en el que cada vez más clientes dejan de lado el supermercado de alta gama Monoprix, para llenar la cesta de la compra, al otro lado de la calle, en la enseña Lidl, más barata.

«Aquí siempre está lleno», comenta Malek.

Sin cultura de inflación

«Este es un golpe que nos resulta muy difícil de encajar porque no estamos acostumbrados a capear la inflación, que ha sido muy limitada en las últimas décadas», explica Philippe Waechter, director de análisis económico en Ostrum Asset Management.

«En la alimentación, en el precio de los bienes y servicios, hay subidas constantes y ninguna medida de limitación tarifaria», constata Waechter.

El experto confirma que ello obliga a cada vez más ciudadanos a «tener que elegir» no ya entre lo necesario y lo prescindible, sino también entre productos considerados como básicos.

En su carro, unos puerros y una lechuga que ha comprado en un mercado «donde los precios son más baratos que en los supermercados», explica Christine Retsch, 68 años, trabajadora social ya jubilada que vive en el departamento de Cher, en el centro del Estado francés.

«Sólo compro carne cuando vienen a comer mis hijas», añade.

La inflación es un factor añadido de desestabilización para el Gobierno francés, que ya tiene entre manos un contexto explosivo con la reforma de las tensiones, que puede subir en temperatura a partir del próximo martes, 7 de marzo, con el llamamiento sindical a «parar el país».

Para rebajar la tensión, el ejecutivo de Elisabeth Borne anuncia para mediados de este mes un dispositivo de «apoyo a la economía doméstica».

Entre las medidas que contemplaría la ministra de Comercio, Olivia Grégoire, «una canasta anti inflación» que genera no pocas dudas.

«Incidir sobre los precios alimentarios es más complicado que dopar el precio de la electricidad, ya que hay muchos más actores que intervienen en el mercado», concede Waechter, que evoca «un dilema» sobre la calidad de los productos que se incluirían en esa canasta básica, lo que, a su vez, tendría implicaciones, advierte, en materia de «salud pública».

«Intento reducir al máximo mis gastos, pero hay momentos en que me da el bajón y me compro chocolate o patatas fritas, aunque ya sé que no debería hacerlo», confiesa Chritine Retsch, sumando la mala conciencia a las preocupaciones causadas por la inflación que merma su pensión.