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Paula Ajuria
Escritora y periodista

«Prefiero que el lector saque sus propias conclusiones sin que esté conmovido»

‘La hija de Pedro’ es, ante todo, un homenaje a su padre. Paula Ajuria utiliza material autobiográfico para convertirlo en una novela en la que narra el camino –tortuoso, en ocasiones– en la búsqueda de respuestas.

Paula Ajuria, junto a Lila, en su casa de Donostia. (Jon URBE | FOKU)

Fue su madre quien la invitó a sumergirse en las obras de los grandes autores convencida de que es entre las líneas de las novelas donde mejor comprendemos la experiencia vital. De que lo único que nos hará entender y cambiar en consecuencia es la vida misma, nuestra propia interpretación de los procesos, las experiencias y las narraciones –incluso en las novelas– de los acontecimientos.

Siguió su consejo. No solo leyó, también escribió. Fue la vía que encontró para reflejar una existencia marcada por una búsqueda, la de su propia identidad. De eso hace cinco años. Es ahora cuando ve la luz la novela ‘La hija de Pedro’ (editorial El Toro Celeste). Es su primera incursión en la literatura para adultos, ya que sus anteriores obras –‘Why This Farm!’ (2015), ‘The Cleverest Cinderella Ever’ (2017) y ‘La gran escapada’ (2020)– eran dirigidos al público infantil.

Licenciada por la Universidad de Nueva Gales del Sur en Sidney, Paula Ajuria fue intérprete durante más de quince años en los tribunales de la misma ciudad. Durante ese tiempo trabajó de periodista para el canal de radio y televisión SBS de Australia, país al que emigró con su familia y donde ha vivido buena parte de su vida. En los últimos años reside en Donostia.

Se ha pasado cinco décadas intentando descubrir la identidad de su padre. «Todos a mi alrededor me decían ‘tú eres un poco fantasiosa’. ‘¿No necesitas ayuda? Te vendría bien ir a un sicólogo’. ‘Cómo no vas a ser Ajuria, si eres su favorita’. Pero algo dentro de mí me decía que mi padre no era mi padre. ¿Por qué? Por una intuición y una observación profunda. Un día escuchas algo… vas tirando del hilo», recuerda.

Cerrar un ciclo

Las letras, aquellas que como lectora la ayudaron a encontrar sentido a sus inquietudes, la han ayudado ahora como escritora a cerrar un ciclo.

Fue al resolver el enigma cuando sintió la necesidad de plasmar su proceso en las 269 páginas del libro. «Cuando de repente me di cuenta de que lo tenía resuelto, quizás no del todo, yo siempre lo quiero todo demasiado resuelto– admite, entre risas–, me di cuenta de que había realizado un descubrimiento. ¡Ostras! Antes se creía que la genética era lo más importante. Se ha hablado mucho de la raza, la sangre y en el siglo XIX toma una forma que se puede llegar incluso al extremo, el de la eugenesia. Casi todos tenemos ese condicionamiento sin ser conscientes de ello. Como casi todas las personas, yo también lo tenía desde pequeña. Estaba obsesionada con la genética», cuenta.

A lo largo de este proceso ha aprendido que la genética «conlleva una predisposición, pero no una predeterminación. Es el entorno lo que nos forma. El entorno puede ser lo que te dice tu madre, lo que te dice tu padre –queda en tu oído para siempre–, cómo respiras el aire, el color del cielo... Todo eso de la patria está muy bien pero creo que nos han engañado con lo de las fronteras».

El amor a la tierra lo entiende como el establecimiento de una relación espiritual con ella. También con las ciudades. Lo tiene claro. «El verdadero amor por la patria ni explota, ni divide ni mata. Cuando amas tu tierra no vendes tu parcela, no negocias, no derribas el patrimonio histórico, y en la tierra practicas la agricultura regenerativa», agrega. De ahí su pasión por la permacultura, que puso en práctica en su pequeña granja de las Blue Mountains australianas.  



Su padre era vasco –«estaba muy orgulloso de ello», dice–. Así se siente ella. No obstante, se identifica con lo defendido con Amir Malouf. «Él habla de la identidad como una serie de pertenencias, no solo nación, y que no tiene por qué ser estática. Tenemos el poder de cambiar, aunque nos han desempoderado con esta construcción social sobre la identidad. Seguimos anclados en nociones de razas y fronteras. Aquí mismo tenemos una frontera que es política pero al otro lado de la frontera sigue siendo Euskal Herria. Somos mejores personas si entendemos la gran mentira de las fronteras y de las razas. Porque no somos una raza, sino una especie».

Reconocimiento

El libro es, ante todo, y desde el propio título, un reconocimiento a su progenitor. «Me di cuenta de que mi padre era el de siempre; todos tenían razón», reconoce.

Material autobiográfico convertido en una novela. «Es una narración que he hecho sobre un tema de mi vida, que no es lo mismo que decir que he narrado mi vida. Por eso no es una autobiografía y de hecho no me comprometo al pacto autobiográfico, de decir que todo es verdad. Me ciño a los eventos que empujan la historia, y nada más, porque he querido que ante todo fuese una novela, y que tuviera suspense. Tenía que ver cómo contarlo, de manera que relatara no solo la historia, sino el aprendizaje. Y cómo hacerlo de una manera que enganchara al lector», indica.

El lector se sumerge en un intenso viaje. Lo hace de la mano de Martina, la protagonista del libro, quien bucea incesantemente entre sus recuerdos.

‘Qué fácil es hacer creer una mentira y qué complicado deshacerla’. La frase de Mark Twain preside el libro. «La gran mentira es la importancia que se le ha dado siempre a la sangre. Y esto no ha cambiado del todo. De hecho, vivimos en una monarquía, lo cual es una forma estado que integra una familia que representa una dinastía, legítima precisamente por la sangre. ¿Cómo podemos hablar de igualdad cuando nuestra estructura de estado se basa en una dinastía familiar? ¡Una dinastía familiar que encarna la identidad del estado! ¿Qué ocurre si nace un niño fuera del matrimonio real? Obviamente ese nacimiento no se va a celebrar. Y en esta sociedad, hasta hace poco (los años 70), tener un hijo fuera de matrimonio no era tan solo pecado,¡sino delito! Esto ha causado mucho mal, ha condicionado terriblemente a las mujeres; y a los niños nacidos fuera de matrimonio que no tienen culpa», remarca.

El relato de Martina no es el de una persona presa de sus emociones. «Me abstengo de remover las emociones. Creo que hoy en día hay un exceso, el objetivo de muchos autores es promover la emoción. Prefiero que el lector haga sus propias conclusiones sin que esté conmovido», aclara.

A la madre de la protagonista lo definen sus actos –es una mujer de acción–, mientras que al padre lo retratan las largas conversaciones que mantiene con su hija.

Sin rencor ni resentimiento

El lector no encontrará en la novela ningún atisbo de rencor o resentimiento. «Dentro del espacio de los condicionantes de la época los padres de Martina hicieron las cosas bien. Las decisiones las tomamos en la vida porque estamos presionados socialmente desde todos los lados, pero lo importante es cómo respondemos», afirma. «Qué rápido ha cambiado todo. Hoy en día, por ejemplo, es de lo más normal que una madre decida tener un hijo sin casarse o soltera. ¡Fíjate, y luego dicen que las cosas no se pueden cambiar…!», comenta.

Muchos pasos son positivos, pero no todos, en su opinión. «Hoy en día nos falta el sentido de poder, y la fuerza de antes, algo que he intentado reflejar en ‘La hija de Pedro’. Tenemos miedo, la gente era más valiente antes. A pesar de que había más peligros en todos los sentidos, muchos más motivos para tener miedo, y la vida era más corta y frágil. Ahora vivimos más años, tenemos más cosas, abundancia de comida, menos enfermedades, menos muertes en general, mejores condiciones de vida y supuestamente existe más igualdad, pero no estamos bien. No nos pronunciamos por nada, y las librerías están llenas de libros con títulos como ‘Cómo ser feliz en dos minutos’. La alegría parece que está solo en la foto. Vivimos flotantes en la superficie, centrados en el placer, el consumo y la diversión; vamos corriendo, comprando cosas, no pensamos, y nuestras conexiones se realizan a través de un aparato», reflexiona.

«Mientras tanto, el mundo arde por esta manera de vivir tan desconectada de la tierra, hay graves problemas en el medio ambiente, pero seguimos de fiesta y peleándonos entre nosotros aún por las fronteras y las fuentes de energía que mantienen en marcha el motor del consumo y la destrucción, en lugar de unirnos como especie para una mejor gestión de los recursos y el medio ambiente», continúa.

«En la novela, Martina se rebela contra la institucionalización del colegio que sufre como una fuerza opresora. En su adolescencia, cuando la madre regresa a Australia, deja el colegio y desarrolla un gran interés por la naturaleza junto a su padre. Son años de carencias, pero profundamente enriquecedores que vive con suma felicidad. La narración es un homenaje a la vida, a los frutos del campo, al valor del coraje, y al amor», indica.

No hay espacio para el lamento. Se muestra agradecida por la capacidad de adaptación que han desarrollado. «Mi vida no ha sido fácil, pero sí maravillosa. Yo me siento privilegiada por la libertad con que he vivido –y vivo–,  gracias a las experiencias que tuve», señala.

Sus padres eran avanzados para la época. «Admiro mucho a los dos. Eran muy fuertes, grandes soñadores. ‘Vámonos a Australia’, dijeron, aun sin tener ninguna necesidad económica. Ese amor tan grande de una pareja que hace cosas increíbles… y enseña a sus hijos las más importantes lecciones de la vida, la fuerza y el valor del amor».

Lecciones que llegaron a ella en forma de palabras expresadas por sus padres y que quedaron en su oído para siempre.