En versión original
No voy a hablar de la V.O. en el cine desde un punto de vista idiomático o de identidad lingüística. No, sino al nivel de comprensión que nos genera como espectadores. Cuando lees los subtítulos no existe problema, pero cuando no los hay la cosa se complica, más aún para quienes tengan problemas de sordera, en mi caso corregido en parte por el pertinente audífono. Y me alegra saber que no soy el único que no pilla en muchas películas lo que hablan, tal como pude comprobar hace bien poco en una amena tertulia radiofónica.
En el Estado español está muy extendida la idea de que las nuevas generaciones de actores y actrices no vocalizan bien, y Pedro Mari Sánchez tiene una academia que se ocupa de enserñarles. Pero hete aquí que en otras cinematografías pasa exactamente lo mismo y las correspondientes poblaciones nativas se quejan de que no entienden a sus intérpretes, quién sabe si por culpa del sonido directo, de la búsqueda de naturalidad expresiva en lo coloquial, por distinguirse del tipo de declamación teatral o por la manía de susurrar.
En ese programa de la radio, el profesor de inglés Richard Vaughan decía que le costaba seguir los diálogos de las producciones anglosajonas, no digamos ya cuando se dan acentos localistas de por medio. Y que no es de ahora, que su madre siempre se quejó de no captar lo que decía Marlon Brando hablando bajito.