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Elkarrizketa
Sergio Fanjul
Autor del libro ‘La España Invisible’

«El concepto de aporofobia no está integrado aún en la mente de la gente»

Sergio Fanjul hace una radiografía de la desigualdad urbana en el Estado español y asegura que «culpar a los que se quedan atrás está imbricado en la cultura y eso es éxito del neoliberalismo». Lamenta que la derecha apele a la guerra cultural para no hablar de justicia social.

Sergio Fanjul, en Lavapiés (Madrid). (Liliana Peligro)

«De mirar el cielo a mirar el suelo», es la frase que Sergio Fanjul menciona para graficar claramente su sorprendente y poco frecuente paso de las ciencias duras al periodismo social. Es licenciado en Astrofísica y máster en Periodismo y pasó de ser fan de las series de Carl Sagan a darse cuenta de que lo suyo era la escritura.

Asturiano nacido en Oviedo, Fanjul trabaja en el periódico ‘El País’ y publicó recientemente ‘La España Invisible’ (Ed. Arpa), en la que narra su trabajo de campo en ciudades, especialmente Madrid, surfeando por las desigualdades de la segregarción urbana y el sinhogarismo.

En este nuevo libro (ya tiene varios publicados) hace una cruda denuncia de la injusticia social y en entrevista con NAIZ lamenta la «normalización» de la desigualdad y la poca «conceptualización» de la aporofobia, y admite estar bastante escorado al pesimismo sobre el futuro.

¿Cómo un graduado en astrofísica acaba escribiendo libros de trabajo de campo social y sobre las tragedias urbanas? Es un giro copernicano.

Pues no lo sé [se ríe]. Son cosas muy diferentes. Siempre tuve algo de conciencia social, ya había escrito en 2008 un libro que se llamaba ‘La Crisis: econopoemas’, sobre la injusticia y el paro; y otro sobre paseos por la ciudad en donde se veía mucho la segregación urbana y las injusticias que se dan en el espacio urbano, y acabé dando con esto.

Empecé a fijarme en los estratos más bajos de la sociedad, desde las personas sin hogar, pasando por los trabajadores precarios, víctimas del drama de la vivienda, los riders, las trabajadoras domésticas, las cosas que no solemos mirar. En la crisis de la pandemia se demostró que esos trabajadores precarios eran necesarios para mantener la sociedad a flote, más que algunos que tenían mejores sueldos y trabajos vistosos.

Lo que no sé decir es qué relación tiene con la astrofísica. Pero sí recuerdo que cuando yo estudiaba en la ‘uni’ escribía poemas y relatos, y cuando me gradué pensé en hacer alguna de las cosas que hacen los físicos, pero me gustaba escribir, y como ser poeta no es un trabajo, pues dije voy a ser periodista, y me apunté al máster de Periodismo. Tenía vocación más de escritor que de periodista.

¿El título del libro intenta hacer un intertexto con la España vaciada?

Mi título no era ese [vuelve a reírse], pero en la editorial hubo ‘brainstorming’ y se llegó a ese. Es verdad que están los títulos ‘La España Vacía’ y otro ‘La España de las Piscinas’, y bueno, ahora ‘La España Invisible’. Parece que fuera una colección pero de diferentes editoriales. Mi título era ‘El malestar invisible’, pero pensaron que la palabra malestar no era buena.

¿Cree que hay una cotidiana normalización de la desigualdad?

Sí, es una cosa que está en el ADN de la ideología neoliberal. Se normaliza una forma estructural del sistema, como algo deseable del sistema. A mí me alucina que miramos a las personas precarias y desfavorecidas como que se lo merecen. Se invisibiliza el malestar y la desigualdad y se ve en cosas como las ideas en contra del sindicalismo o cómo se criminaliza la okupación de viviendas vacías de grandes entidades financieras.

Se busca expulsar a toda costa a esta gente que supuestamente es mala y maleante. No me parece bien la okupación, claro, pero no me parece bien criminalizar eso tampoco. Hay formas incluso de culpabilizar a los que se quedan atrás y está muy imbricada en la cultura, es el éxito del neoliberalismo haber penetrado en la cultura y el pensar de todos.

Veo hoy a muchos chavales que igual hace 30 años estarían politizados y ahora están preocupados por sacar el máximo rendimiento de inversión en criptomonedas. Ya no hay cultura de reivindicación del bienestar para todos, sino la lucha por el crecimiento individual.

¿La desigualdad está lo suficientemente presente en la agenda pública? Digo por los grandes medios y los partidos.

A cierta parte de la política, la derecha, le interesa más poner el foco en lo que se llama las guerras culturales, porque creen que pueden recabar más votos. Le interesa eso y le cuesta atacar a la izquierda cuando se habla de igualdad, vivienda, salario mínimo, los ERTE, porque esto le llega a la gente de manera más directa. Puede haber controversia sobre la Ley Trans, pero poca gente va a estar en contra de que los riders tengan derechos. Por eso (la derecha) prefiere hablar contra los independentistas y etcétera. Hablar de las personas en situación de sinhogarismo es menos morboso y sexy que cosas relacionadas con los valores culturales.

Empieza el libro diciendo que España no es lo que parece, habla de Madrid, ese «centro de gente amontonada» que no exhibe su precariedad.

Creo que en las grandes ciudades es donde se ven más las diferencias, gente en situación de sinhogarismo, la segregación urbana y los barrios obreros en periferias. Mucha gente sin hogar prefiere vivir en los centros de ciudades porque se puede practicar la mendicidad, conseguir algo de comida. Pero, por ejemplo, en ciudades más chicas como Oviedo, que es una ciudad muy burguesa, la desigualdad no se percibe tanto. Hay menos masa crítica, menos estratificación social. Me decían expertos que en el mundo rural la pobreza es diferente, al pobre del pueblo se le ayuda.

¿Hay aporofobia en algunos sectores sociales?

Yo creo que sí, se ha visto. Nuestra querida Isabel Díaz Ayuso incurre constantemente en comentarios aporofóbicos, o [el alcalde madrileño] Almeida, cuando promete mano dura contra la okupación y tolerancia cero. El concepto de aporofobia que inventó Adela Cortina todavía está integrándose, no se conceptualiza como tal.

Ocurre cuando un diputado en el Congreso gritó «que se jodan», o cuando se pide expulsar a las personas sin hogar o se ponen pinchos para que la gente no se siente. No está integrada en la mente de la gente como sí puede estar una frase o actitud machista. A muchos les cuesta pensar que es también discriminación.

Usted habla de segregación urbana y algunos especialistas señalan que el diseño urbano del PP en Madrid, por ejemplo, es un ejemplo de promoción del individualismo y desagregación de la clase trabajadora. ¿En su experiencia en terreno lo ha visto así?

Sí, es fundamental. Madrid es una de las ciudades más segregadas de Europa, y hay que entender que cuando las personas no ven a otras diferentes no pueden empatizar de alguna manera y entonces cómo vas a votar a alguien que propone políticas sociales si no entiendes realmente que hay gente que las necesita. Votarás al partido que defiende a los tuyos y los demás te dan miedo. En eso la segregación es brutal. Creo que el PP no tiene ningún interés en resolver la insolidaridad económica ni la segregación urbana.

«Con las crisis encadenadas hay gente que se cae de la clase media, una nueva pobreza mejor considerada»

Después de todo lo que ha visto y documentado, tras la pandemia y la crisis de inflación, ¿ahora hay nuevos pobres o los pobres de siempre viven peor?

Hubo siempre dos tipos de pobres, los buenos y malos, los que ‘se lo merecen’ y los que no. Con las crisis encadenadas hay gente que se cae de la clase media y hay una nueva pobreza que está mejor considerada. Los que están siempre en la pobreza son considerados una lacra social, una especie de lumpen-proletariado, que viven en lo peor, son ‘los malos’, y luego están también ahora los trabajadores pobres que son esta nueva pobreza, gente que tiene dos o tres trabajos pero no llega a fin de mes.

Menciona el concepto de muerte por desesperación de las autoras Angus Deaton y Anne Case, sobre lo que ocurre en EEUU. ¿Esto se ha incrementado en el Estado español?

No lo puedo asegurar, creo que alguien debería preocuparse por reunir los datos como hicieron estas autoras. Pero sí creo que lo podemos inferir a través de la salud mental en España y lo que se dice de ella. Sé que las tasas de consumo de ansiolíticos son alarmantes, pero no es descabellado creer que puede haber más muertes por la desesperación socioeconómica.

Habrá encontrado en su trabajo de campo votantes de Vox y PP que son de clase baja. ¿Qué le diría a los que votan a quienes les bajan los impuestos a los más ricos?

Bueno, no me he encontrado con nadie de esas características pero claro que los hay. Yo he hablado mayormente para el libro con gente sin hogar que ni vota. Encontrar gente tirada en la calle es fácil pero me ha costado encontrar gente que fuera pobre pero no tanto, es decir, con vivienda pero que no llegara a fin de mes. Esa sí es invisible.

«Me ha costado encontrar gente pobre pero no tanto, es decir, con vivienda pero que no llegara a fin de mes. Esa sí que es invisible»

 

Vas a un sitio de gente sin hogar y encuentras mucha, pero a los que tienen donde dormir pero tienen difícil vestirse y comer bien, es más invisible. Creo que la respuesta es que hay gente que vota por valores. Y si Vox te dice que las feministas quieren acabar con los hombres no estás pensando con la calculadora si te van a dar ayudas sociales.

Después de todo lo que ha visto, ¿cómo ve el futuro?

La verdad es que no lo sé… siempre tiendo al pesimismo. Pero estos días leí que están mejorando algunos datos de pobreza y desigualdad. Ojalá hubiera consenso entre todas las fuerzas de izquierdas para hacer un gobierno que ahonde en esto, en hacer un nuevo contrato social y un nuevo estado de bienestar, pero no sé si va a pasar. Y tenemos el engorro este de las cuestiones de la guerra cultural y el auge de la extrema derecha, y la crisis climática… no sé, tengo falta de perspectiva de buen futuro en todos los ámbitos.