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Mariano Ferrer, la voz que dio aire y equilibrio a este país

Se ha presentado en la Biblioteca Municipal de Donostia el libro ‘Mariano Ferrer. El periodismo reflexivo’, una obra editada por Erein que recoge en euskara y castellano diferentes facetas de una persona que ha marcado el oficio del periodismo y la vivencia colectiva de toda una comunidad.

Presentación del libro ‘Mariano Ferrer. El periodismo reflexivo’, con Elixabete Garmendia, Sabino Ormazabal, Bernardo Atxaga, Ramon Zallo, Esther Ferrer y Uxue Razquin, entre otros. (Jon Urbe | FOKU)

Un trabajo coral que sirve como homenaje merecido y para que perdure la memoria de Mariano Ferrer, que presenta datos biográficos, estudios sobre Ferrer como periodista, como analista político, junto a aspectos más personales como su activismo social.

Los lectores de ‘Mariano Ferrer, el periodismo reflexivo’, presentado este jueves en Donostia, podrán disfrutar de todo esto y más, de un retrato realizado desde su voz radiofónica, de reflexiones sobre la evolución del periodismo, desde los tiempos de Ferrer hasta la actualidad. En definitiva, de un trabajo dedicado a una persona que no era partidaria de los halagos, al que seguramente le habría parecido excesivo, pero que estaría profundamente agradecida de que sus amigos y compañeros se hubiesen juntado para hacerlo posible.

Según ha expuesto en nombre de la familia Esther Ferrer, quizá lo que más ha costado fue decidir el título del libro y la fotografía. Poner una palabra junto a la de «periodismo» que acompañara a Mariano Ferrer. Podía haber sido «comprometido», «reposado», «libre», «responsable», muchos términos, todos pertinentes y válidos, unidos a la credibilidad e integridad que siempre acompañaron su trabajo como periodista.

Lógicamente, no podían ponerse todas esas palabras, así que se decantaron por la de «reflexivo», y se complementa con la fotografía de portada, representativa de una época, con pose de «observador pensante».

Mariano Ferrer murió el 14 de julio de 2019. A los tres años de su muerte, el grupo ‘Mariano Ferreren legatua’ organizó un ciclo en el marco de los cursos de verano de la UPV-EHU. El libro es de alguna manera una continuidad, el fruto de aquellas jornadas, aunque no el fin, porque, como adelantaron en la presentación, hay interés y material para trabajar en su biografía.

Suelto y libre

En este libro, el lector encontrará muchas referencias de uno anterior escrito por el periodista Imanol Murua Uria: ‘Mariano Ferrer, lo que dije y digo’, publicado por la editorial Ttarttalo. En esta obra, impulsada por amigos y compañeros, destacan Sabino Ormazabal, María Pilar Rodríguez, Txema Ramirez de la Piscina, Pedro Ibarra, Karlos Ordóñez, Martxelo Otamendi, Ramón Zallo y Bernardo Atxaga (participantes en el acto de presentación), cuyas aportaciones han sido coordinadas por Elixabete Garmendia para esta edición.

El escritor asteasuarra Bernardo Atxaga ha hablado de dos de los mayores enemigos a los que tuvo que enfrentarse Mariano Ferrer. En su presentación en euskara los ha denominado como isilkeria, de difícil o imposible traducción al castellano, e hizkuntzkeria, con el que ocurre lo mismo.

Dos términos que se ha inventado ad hoc, y que en el primer de los casos vendría a significar la falta de proyección mediática de realidades tan evidentes como la de un elefante en el pasillo. Según ha recordado, los vascos tenemos un buen ejemplo de ello: Gernika, que prácticamente hasta los años 70 se publicaba que el bombardeo fue obra de los rojos.

Ante esta realidad, ha recordado que Mariano Ferrer se movió relativamente libre y suelto, era valiente y, además, tuvo la cobertura de la Compañía de Jesús. El Estado podía meterse contra una persona concreta, pero quizá no tan fácilmente contra la institución de los jesuitas.

En el segundo caso, que ha comparado con una serpiente, con un enemigo muy avieso, ha planteado el problema de cuando el lenguaje miente, cuando trae consigo la mentira. Y ha comentado cómo le hacía frente Ferrer: preparándose aún más, profundizando en sus estudios, de derecho, de periodismo... analizando la prensa internacional, con un voraz apetito intelectual para saber leer lo que se dice y lo que no se dice.

De paz, no de trinchera

Ramón Zallo ha presentado a Mariano Ferrer como un profesional del «periodismo de paz en contraposición al periodismo de trinchera». Como un periodista reflexivo, un analista pausado de la política, un observador pensante, un representante en el periodismo de lo que en la gastronomía es el slow food. Y ha proyectado ante la audiencia una serie de chispazos que han dado relieve a la figura de Ferrer. «Persona con valores, de una arraigada ética y comprometido, profundamente demócrata, culto, políglota, diseccionador de realidades, además de ser un escritor revelador, orgulloso de ser donostiarra».

Ha afirmado que resultaba difícil de etiquetarle en lo ideológico: «No tenía tradición marxista, ni socialista, ni comunista, ni nacionalista». Entonces, ¿qué era? «Una figura situada en un pensamiento de principios y de valores, humanista autodidacta, de izquierdas, abierto, compañero de viaje por vocación, mediador, euskaltzale, partidario del derecho a decidir y radicalmente contrario a las violencias».

Ahondando en su idea de «periodismo de paz», Zallo ha recordado que Mariano Ferrer fue un «buscador inagotable de salidas al conflicto vasco, valiente, solitario y de pensamiento sin ataduras», e insistió que en sus comentarios periodísticos «no hacía sangre ni escarnio, pero dejaba en evidencia las torpezas políticas».

Honesto, crítico, educativo, ha recordado que a Ferrer le preocupaba el «cáncer de la profesión, esa dependencia del periodismo a las declaraciones y los gabinetes de prensa, que tienen cautivas las redacciones, saltándose el criterio de publicación por calidad e interés social».

Para Zallo, estamos ante «una persona íntegra, profundamente humanista, que desde el oficio del periodismo fue un forense de los males que azotaban a nuestro país». Fue un ávido lector, culto, «que abominaba las simplezas y la propaganda, que nunca fue neutral».

Ha retratado, en definitiva, a un animal del periodismo que dio voz a los sin voz, y que para toda una comunidad fue una voz que daba confianza y tranquilidad, la personificación del equilibrio y la estabilidad cuando parecía que todo se estaba derrumbando.

Popular y relevante

En la historia del periodismo ha habido titanes como Walter Cronkite, que daba las noticias nocturnas en la CBS y que durante décadas fue considerado como «el hombre más creíble de EEUU».

En la escala de Euskal Herria, quizá sea mucho decir que Mariano Ferrer está a esa altura, que tiene el mismo calibre. A él le hubiera producido desasosiego la afirmación, pero alejándose de la hipérbole y de la hiperventilación que tanto detestaba, como periodista con una mirada propia y con una distancia propicia para el análisis, como pensador que articulaba su discurso desde lugares áridos y antipáticos para lo que eran las exigencias del «guion contrainsurgente», fue sin duda uno de los periodistas más populares y profesionalmente mejor considerados de la historia contemporánea.

Un periodista fiable, de una pieza. Con una credibilidad ganada a pulso, que sabía que perderla suponía perderlo todo. Fue un profesional para quien la objetividad no podía conducir a un falso o engañoso equilibrio de buenos y malos, demócratas y violentos; como se ha remarcado en la presentación, «aborrecía los eslóganes binarios».

Nunca fue un ideólogo, pero sí fue un pensador, al que le gustaba hilar fino. Nunca fue un politólogo, pero sí un periodista político. Defendía la dimensión ética de la política y, como él mismo declaró en una entrevista, tenía muy claro «de dónde soy y que voy a donde este pueblo quiera». Hizo un esfuerzo bestial para euskaldunizarse y lo logró. Como recuerdan sus colegas y compañeros, muchas de sus últimas conversaciones fueron ya en euskara.

En cuerpo y alma

Ferrer nunca negó sus experiencias de vida y los contextos culturales. Y siempre buscó la verdad, o, quizá mejor, la mejor versión obtenible de la verdad. Nunca fue paternalista, no hablaba desde un púlpito, desde ninguna superioridad, de ningún tipo, nunca consideró «la objetividad» como el único estándar para esta profesión. Sus objetivos en el periodismo eran otros: investigar e informar sobre todos los aspectos de la vida de Euskal Herria con precisión, equidad y responsabilidad.

Según cuentan sus datos biográficos, aunque comenzó forjándose como periodista con el papel, como el primer director de ‘Egin’, su medio siempre fue la radio y por ella le recuerdan miles de personas. Generaciones enteras que le cogieron «un cariño especial» a su mítico programa ‘El kiosko de la Rosi’.

Cuando se jubiló, recordó que «el mejor sabor con el que me voy del programa es la gente que me ha dicho en la calle que me agradecían el programa ‘porque a ti te entendemos las noticias’». Lo que decía era importante para la gente, «porque se fiaban de él».

Los y las periodistas lo recordamos como uno de los mayores referentes que el oficio ha tenido. Como una vez escribió el actual director de GARA, «en esta casa lo honramos, además, como el primer director de una tradición periodística que siempre tiene al país en mente y el servicio a su ciudadanía como principal misión». Mariano Ferrer se dedicó a ello en cuerpo y alma.