La rata sanferminera
Cree pasar desapercibido, pero a pocos se la cuela ya. El gorrón maneja un mar de ardides para no pagar en fiestas. Hace más negocio en sanfermines que los carteristas.
Han salido en esta página un guiri, un corredor del encierro, un adolescente, un mozopeña, un txaranguero y unos abuelos. Creías que te ibas a librar, pero te tengo caladísimo. Te hablo a ti, que te escurres cuando hay que poner bote y te esfumas cuando toca pagar la ronda. Gorrón, más que gorrón. Cuando quieres eres un puñetero hacker, pero con el bizum te lías. ¡Venga ya!
Procedamos, pues, a diseccionar la factura del gorrón sanferminero. El día 6 hizo amistad con un guiri añoso y forrado a quien se cameló a cambio de ejercer de cicerone para que le invitara a un balcón y a almorzar. En cuanto pasaron los astados y llenó el buche, se largó de allá para quedar con su amigo corredor, a quien le guindó el GARA con el que se enfrentó a los toros.
En estas que se topó con su sobrina adolescente haciendo botellón y, a cambio de no contarle nada a sus padres, le quitó una lata de cerveza sin perder la sonrisa. De ahí pasó por la peña donde tiene varios conocidos con abono y, abrazo va y abrazo viene, consiguió un pase para la corrida del día siguiente, aprovechando que un mozopeña no iba a poder acudir a Sol porque las tripas le habían dicho que ya basta.
Por no gastar en sangrías y sorbetes para sobrevivir en Sol, el gorrón decidió armarse con un abanico que encontró por ahí, que por el dibujo parecía elegido por una niña llamada Lur. «Estos muetes les sangran de todo a los abuelos!», pensó para sus adentros. Una vez entró en el ruedo, se adosó a los txarangueros a sabiendas de que a su lado vuelan los katxis gratis, no solo en la plaza, también en la ronda nocturna.