El sudoku electoral para un triunfo progresista el 23J
Ante el riesgo de un Gobierno PP-Vox, cada vez más personas indagan en la estrategia de un sistema electoral complejo que suele castigar a terceras fuerzas. Analizamos lo que significan el tercer y el último escaño, las peculiaridades de las circunscripciones... y un pronóstico poco optimista.
«Tengo amigos informados, interesados en política, que estos días me escriben con pudor para preguntar cosas como qué es una circunscripción. Las instituciones deben redoblar esfuerzos para crear cultura democrática», comentaba, palabras más palabras menos, un reconocido analista político y electoral en su cuenta personal de Twitter hace unos días. No es el único posteo que viene leyéndose en ese sentido.
Las preguntas de gente común a periodistas y especialistas en demoscopia y sistemas electorales se han multiplicado en los últimos días al imponerse una doble realidad: el primer gobierno de coalición de derecha y ultraderecha desde la muerte del dictador Franco tiene alta probabilidad de concretarse (Vox sigue filtrando en algunos medios qué ministerios exigirá para investir a Núñez Feijóo: la última osadía es Cultura), y la otra es que el ciudadano promedio desconoce las particularidades del manual de instrucciones de las elecciones.
Esto último, más allá de los déficits que se pueden señalar en la educación pública y los medios de comunicación, también tiene que ver con la necesidad. El ciudadano no tenía que entender el sudoku normativo para constituir unas cortes porque estuvo planificado para un sistema político que ya no existe y que era más sencillo: bipartidismo y minorías vasca, catalana y comunista.
Este modelo D’Hont estaba pensado para un bipartidismo del que se ha pasado al multipartidismo o «bibloquismo», como lo llaman algunos politólogos
El esquema de un modelo de reparto D’Hont representativo que premia a la primera minoría, pero dividido en circunscripciones que son en su inmensa mayoría medianas y pequeñas, estaba pensado para una realidad política que no es la actual del Estado español. Del bipartidismo reforzado con unos pocos diputados nacionalistas o independentistas se ha pasado a un multipartidismo fragmentado con nutrida presencia de formaciones soberanistas y regionalistas. Del bipartidismo al «bibloquismo» (como llaman algunos politólogos): dos bloques nítidamente diferenciados con muy, pero muy pocos actores que se permiten pivotar por el difuso medio.
De hecho, la última legislatura tuvo en las Cortes Generales su composición más fragmentada y con el récord histórico de presencia soberanista (y ocho grupos parlamentarios, cuando antes oscilaba entre cuatro y cinco). Todo parece indicar que en estas generales de 2023 la tendencia continuará.
En este contexto, el votante progresista (y también el de derechas para lograr su objetivo, claro) quiere maximizar la utilidad de su voto porque tanto en un bando como en el otro muchos que ven que hay demasiado en juego y ejemplos de votos con poco rédito sobran: sin ir más lejos, Unidas Podemos en 2019 tuvo medio millón de votos sin representación parlamentaria (nada menos que el 16 por ciento del total de los 3,2 millones obtenidos).
Aritmética de investidura
Las encuestas, salvo el curioso CIS de Tezanos (de cuyos datos muchos se fían pero no de su «cocina», es decir, la interpretación que proyecta tendencias), dan por descontado un triunfo del PP, seguido del PSOE y una disputa en el tercer lugar voto a voto entre Vox y Sumar. A algunos partidos soberanistas, como EH Bildu y el BNG, les dan tendencia al alza y a otros, como el PNV, Esquerra Republicana y la CUP, a la baja. La España Vaciada y otros regionalismos no presentan cambios notables.
El sistema premia a la primera minoría al haber muchos distritos de cinco o menos escaños a repartir, por lo que está siempre ligeramente sobrerrepresentado el ganador (básicamente hay menos posibilidades de elegir terceras fuerzas). En esos pequeños y medianos al sur del Ebro es donde se da el quid del sistema y por eso el PP, que en las encuestas de voto directo no está tanto por encima del PSOE, podría superarle por decenas en escaños.
Un simple ejemplo: Guadalajara, Segovia y Avila son algunas de las provincias que reparten tres escaños. Salvo que haya algo cercano a un triple empate, allí el primero obtiene dos diputados y el segundo uno. Que haya menos división en la derecha (hace cuatro años estaba Ciudadanos) potencia aún más al PP por encima del PSOE.
Burgos y Araba son buen ejemplo de las peculiaridades de circunscripciones pequeñas, porque estando juntas votan muy diferente. En 2019, 2-2 y 1-1-1-1
Burgos y Araba son un buen ejemplo de las peculiaridades: estando una al lado de la otra, se vota muy diferente. En el herrialde, la cercanía en votos de las cuatro primeras formaciones hizo que el reparto fuera de uno para PNV, PSOE, Bildu y UP. Ahora se repetiría un escenario similar, pero el escaño de UP iría para PP y no Sumar. Por su parte, Burgos tiene menos partidos y en 2019 el empate bipartidista repartió dos escaños a cada uno de los grandes pero la tendencia parece indicar que ahora irían dos para el PP, uno para el PSOE y quizás uno a Vox (según la distancia que acabe teniendo.
Los especialistas suelen hablar de la disputa por el tercer escaño. El politólogo Alejandro Solís, máster en Análisis Electoral y miembro de Ideas en Guerra, explica en conversación con NAIZ que cuando se refieren a ello tiene que ver «con una tercera posición. Aunque la tercera no significa que sea per se beneficiosa sino depende del contexto». El ejemplo que da es el de Sumar: que Yolanda Díaz en las provincias en donde no hay partidos soberanistas le gane esa posición a Vox le puede implicar más votos (aunque no siempre como vimos en el caso de Burgos).
También suelen mencionar lo del «último escaño». «Es complejo de explicar pero la fórmula D’Hont lo que hace es coger el número de votos totales y dividirlo en el número máximo de escaños y allí se ven los umbrales para la obtención de diputados. Pero quizás cinco mil votos más o menos pueden ser algo muy determinante, porque también importa la distancia entre todos los partidos», explica.
El último escaño, en definitiva, es el último reparto. Y si un partido pequeño supera un umbral y las distancias lo permiten, se le acaba quitando un diputado al ganador. Un ejemplo sencillo: si en Burgos el PP obtuviera mas de la mitad de los votos y el de segunda posición estuviera en menos de un tercio, la división aproximada sería 3-1. Si las distancias se acortan y el tercero (que será Vox) logra superar el umbral, la división ya es 2-1-1.
Esta complejidad es la que muchos votantes han expresado en grupos de Whatsapp, redes sociales y mesas con amigos. No es un problema en Madrid, Barcelona, Sevilla, València, Alacant, Málaga, Cádiz, A Coruña, Balears o Bizkaia. Allí si hay fragmentación pueden obtener representación muchas fuerzas (ocho, la que más, Barcelona en 2019). Pero en el resto muchos se lo quieren pensar bien.
¿Conviene votar al PSOE en las 27 circunscripciones que reparten 5 o menos escaños para evitar un vicepresidente Abascal? Todos hemos escuchado esta pregunta alguna vez desde que Sánchez decidió el adelanto electoral. «Es un poco escabroso porque me suele costar decir a quién hay que votar. Digamos que en las que repartes 2, 3 y 4, incluso algunas de 5 excepto casos como los de Nafarroa, la barrera efectiva [para conseguir escaño] es alta, entre un 15 o 20% de los votos. En ese tipo de provincias, siendo completamente estratégico y pensando no en partido sino en bloques y según lo que marquen las encuestas, podría decirse que sí es más útil votar PSOE porque Sumar no tiene posibilidades de arañar esos porcentajes», responde Solís.
Pronóstico pesimista
El analista recuerda que las provincias con menos de seis escaños «están sobrerrepresentadas. Se puede ver al hacer el cálculo y ver el porcentaje que tienen en escaños y en población con respecto al total. Además, en las de la meseta castellana suelen votar de forma más conservadora. Este hecho, más la barrera efectiva de obtención de escaño tan alta, juega a favor del PP».
En las circunscripciones pequeñas de la meseta castellana «suelen votar de forma más conservadora. Y eso, más la barrera de obtención de escaño tan alta, juega a favor del PP», explica Solís
Solís viene haciendo análisis propio con los datos del CIS y cotejando las encuestas privadas. Preguntado por el pronóstico que ve según la tendencia, responde: «Creo que PP y Vox se quedarán muy cerca de la mayoría absoluta y creo que vendrá un bloqueo y un tiempo en el que se debatirá la abstención del PSOE para investir a Feijóo. El PSOE no va a ganar, eso no va a pasar. Pero quizás sí pueda sumar mayoría, va a depender de los soberanistas, de todos. También de Junts y la CUP si entra, que pueden plantear algunas exigencias que quizás no sean asumibles».
Sobre el mito repetido de una gran movilización de las bases progresistas (el propio Sánchez dijo que si vota más del 72% del electorado, la izquierda suma mayoría), Solís explica que «una gran movilización puede provocar cambios pero no muy drásticos. Esto de que cuanto más votantes van a las urnas hay más voto progresista no es necesariamente así y se vio en las elecciones autonómicas de Madrid en 2021».
Otros datos tampoco son alentadores. En un desayuno para periodistas en un hotel madrileño el viernes pasado, el sociólogo José Juan Toharia, director de Metroscopia, aseveró que la participación electoral oscilará en torno al 68%. A su lado, el otro ponente, el analista electoral Ignacio Varela, aseguraba que entre el millón y medio de nuevos votantes, el segmento que va de los 18 a los 22 años de edad, «el partido más votado es Vox».
En tiempos de un empate tan ajustado y con un posible cambio de época en ciernes, el sudoku de nuestro sistema electoral cobra una relevancia casi histórica. El próximo domingo se verá cuantos supieron jugarlo.