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Elkarrizketa
Abel Amutxategi
Escritor de literatura humorística

«Ahora no interesa tu obra, sino tu persona»

El Ken que protagoniza la nueva novela de Abel Amutxategi, no es sino el revivido creador de ‘La conjura de los necios’, protagonista de una hilarante historia regada de la habitual lúcida y reflexiva ironía del autor bilbaino.

Abel Amutxategi viene con su nueva novela. (Aritz LOIOLA | FOKU)

Trasladado a su actual Nueva Orleans natal, el protagonista descubrirá que su figura, previa intermediación materna al exponer al mundo su trágico suicidio derivado del ninguneo editorial cosechado por su ahora exitoso libro, se ha revalorizado hasta convertirse en todo un icono.

En ‘El puente de los perros suicidas’ conviven diversas historias alrededor de la ‘resurrección’ de Toole. ¿Cuál fue el germen de esta novela?

Quería analizar la forma en la que los productos culturales que consumimos, en este caso leemos, se ven afectados por las historias que giran a su alrededor. Y en ese sentido, el protagonista que mejor me encajaba, dada su condición de icono pop, era John Kennedy Toole, porque quien más o quien menos conoce su historia. En este caso es complicado valorar su obra sin que te acompañe la sensación de que estás frente a un genio incomprendido.

Teniendo en cuenta las múltiples líneas argumentales que acoge el libro, ¿de qué manera ha elaborado esa construcción con todas ellas?

Suelo trabajar por acumulación de ideas, creando unas relaciones que quizás a simple vista no son muy evidentes pero que acaban por surgir a medida que avanza el trabajo. En este caso quería analizar el mercado literario. Para eso necesitaba hacer chocar a Toole con los actores que trabajan en él hoy en día, pero también necesitaba hablar de algún modo sobre los lectores, a los que pude llegar utilizando el recurso argumental de las sociedades vudú. Teniendo el personaje central y el lugar donde iba a hacerlo resucitar, solo quedaba reflejar el encontronazo de Toole con una modernidad impregnada de la cultura capitalista, gentrificada… En definitiva muy diferente a la que él conoció en vida.

Aunque en su libro evita realizar un juicio sobre la trascendencia de «La conjura de los necios», ¿cómo ha sido su relación con él?

De joven, en un primer contacto, no conseguí terminarla. Personalmente creo que la editorial Simon & Schuster tenía motivos para no atreverse a publicarla tal y como la recibieron, porque más que una novela bien rematada era una colección de gags; evidentemente si tu tipo de humor coincide con ese tipo de gags la encumbrarás, pero si no es así te parecerá infumable. Más adelante, cuando he vuelto a ella, he ido reparando en nuevas cosas, encontrando pequeñas joyitas, y cada vez me gusta más. El problema es que solo accedí a leerla varias veces por la fama adquirida. Si hubiera sido obra de un escritor anónimo, al ver que no había conectado con ella en un primer intento, probablemente no lo habría intentado una segunda vez.

Pese a no ser un personaje como tal, la ciudad de Nueva Orleans está retratada con mucho detenimiento, adquiriendo un peso sustancial. ¿Cree que nacer en dicho emplazamiento marcó decisivamente el perfil artístico y personal de Toole?

En la manera de escribir, sí. Toole comentaba que su libro podía tener defectos pero que sabía que había conseguido formar un fresco representativo de la ciudad. Yo he intentado ir un poco más allá a la hora de imaginar a este posible Ken, porque sabemos mucho de lo que hizo pero no tanto quién fue; analizando las declaraciones de amigos, compañeros o familiares te das cuenta de que las versiones que ofrecen son muy diferentes, casi como si Toole hubiera estado representando diferentes papeles según el lugar y la compañía. Esa era una estética que me encajaba perfectamente con la de la ciudad de Nueva Orleans: con su Mardi Gras, el jazz, toda la locura con la que siempre se la relaciona… Considero que si hubiera nacido en otra parte no habría llegado a ser tal y como le hemos conocido. La ciudad tuvo una impronta fuerte en Toole.

Thelma, su madre, es un nombre que sobrevuela toda la narración, sobre todo a la hora de cuestionarnos cómo influye la leyenda o las historias personales a la hora de considerar a un autor.

Cuando un autor, y hablamos de aquellos que forman parte de la cultura popular, ha tenido una vida tan reconocible, la leyenda que se ha generado a su alrededor resulta inseparable de su producción. Hay escritores competentes, con un montón de novelas buenísimas, que no van a dejar esa impronta. Además de talento, para conseguirlo hay que contar con esa mística. El ser humano se alimenta de historias, y la del propio escritor lo es también. A veces, como en este caso, incluso más interesante que la que él escribe.

A pesar de todo el éxito (póstumo) que alcanzó un libro como «La conjura de los necios», ¿considera que el humor sigue siendo un formato degradado por parte del público y crítica?

La palabra humor te cierra un montón de puertas. Por eso, como soy un poco cabezón, intento reivindicar precisamente dicho término. Hay autores que prefieren hablar de sátira, porque entienden que conlleva un sentido más inteligente y no asociado solo a simples chistes, como le escuchaba hace poco a Percival Everett, pero eso no deja de ser también humor. Siguiendo la famosa máxima de Chesterton, lo divertido no es lo contrario de lo serio, solo de lo aburrido. Y el humor puede hacerte reír un montón mientras te hace reflexionar sobre temas profundos. Eso es al menos lo que yo intento.

Ese complicado, a veces surrealista, mundo editorial y sus integrantes es seguramente el elemento al que somete un mayor nivel de análisis. Entiendo que en ese retrato hay mucho de autobiográfico...

Desde luego. He encabezado la novela con esa cita inicial de M. Rajoy que dice que todo es falso, salvo alguna cosa que es verdad, porque la mayor parte de las interacciones que los protagonistas tienen con el mercado literario son reales. Las he vivido yo, algún amigo, o simplemente me consta que han pasado. Lo pones sobre el papel y resulta paródico. Pero justo esa parte es la más realista. Para el que no lo conozca, creo que le resultará interesante echar un vistazo a los entresijos de un mundo editorial en el que, se mire como se mire, todos salimos perdiendo. Autores, editores, agentes... Hay una cadena de actores muy larga trabajando sobre una cuerda floja que no sabemos cuándo puede llegar a romperse.

Quizás la reflexión que me resulta mas inquietante del libro es la que se deduce de unas palabras que Toole expresa: «¿Y si no eres una persona social? ¿Si no te interesa convertirte en referente de nadie? ¿Si odias a todo el mundo?» Cabe preguntarse por lo tanto cuántos talentos quedan olvidados porque no han sabido, no han podido o no han querido ejercer esa tarea de hacer de ellos mismos un personaje que sepa vender su producto...

La cuestión de la marca personal es algo que lleva funcionando mucho tiempo. Ahora vas a algunos cursos de escritura y lo primero que te cuentan antes de hablar de ningún aspecto creativo es cómo manejarte en internet, cómo vender tu producto, etc. Hay un montón de autores que han basado su carrera en crear polémica o en aparecer en televisión, y que publican unos libros cuyo único valor es precisamente estar firmados por ellos. Ahora no interesa tu obra, sino tu persona. Y yo no soy nadie interesante, no digo algo ocurrente en Twitter cada quince minutos. De hecho no creo que deba serlo. Soy un artesano que intenta ofrecer un producto de la mayor calidad posible, pero no una vedette.

¿Tenemos que ser optimistas y creer que el talento siempre se abre paso o es muy inocente tener esa idea?

Hay que ser consciente de que ahora mismo hay dos mercados: uno el de las editoriales independientes, donde un libro de calidad acabará encontrando casi siempre una salida, y por otro lado el de los dos grandes grupos que copan el mercado y se dedican a buscar el superventas. Y para que un libro llegue a tener tanto éxito tienes que vendérselo a mucha gente que no está habituada a leer, y que por lo tanto no valora tanto el contenido como otros factores: que el autor tenga un podcast que le guste, que salga en televisión, presente programas, esté envuelto en polémicas… Abrirte paso es posible, pero hay que saber cuáles son tus límites naturales.