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La muerte de la ‘Ballena Blanca’

Hace 30 años el partido de la Democrazia Cristiana acababa su trayectoria de medio siglo: símbolo absoluto del poder político y cultural en Italia, se hundió después de unos cuantos escándalos de corrupción. Repasamos su historia a través de 10 de sus representantes, los más icónicos.

Cartel electoral de la Democrazia Cristiana, que pasó del todo a la nada hace 30 años. (Wikimedia Commons)

Hay días y años que no se olvidan: el nacimiento de Cristo, la caída del Imperio Romano (476), el «descubrimiento» de América de Colón (1492), el inicio de la Revolución Francesa (1789)... En Italia lo es también el 26 de julio de 1993, hace tres décadas, cuando se disolvía como un helado al sol el partido político que en Italia había significado el Poder y todas sus derivaciones.

Tocada por la investigación sobre la corrupción llamada Tangentopoli, desaparecía la Democrazia Cristiana, durante medio siglo ininterrumpidamente en el Gobierno del país transalpino a través de presidentes de la República y/o primeros ministros. Mino Martinazzoli, el último secretario, dijo «basta», dejando a sus herederos entrar en la Forza Italia de Silvio Berlusconi o dividirse en grupitos como el CCD, Centro Cristiano Democrático.

La ‘Ballena Blanca’, sin embargo, se iba para siempre. Este fue el apodo inventado por Giampaolo Pansa, mordaz periodista, por su capacidad impresionante de devorar y tragarse todo sin hacer ruido, con su cuerpo enorme. La DC, de hecho, desde 1948 hasta 1992 había sido siempre el partido más votado, a pesar de los ascensos del Partido Comunista.

Fundó, para ocuparla casi militarmente, la televisión pública RAI, intuyendo el potencial para orientar las masas a través de las pantallas. Obtuvo conexiones importantísimas con las fuerzas económicas que reclamaban estabilidad. Y sobre todo garantizó las inversiones extranjeras (de Estados Unidos entre otras) después de la Segunda Guerra Mundial.

Forjó casi a fuego la personalidad del italiano medio: una persona tranquila con un trabajo fijo, una familia, la misa del domingo y el interés relativo en la política, consciente de que ahí arriba la Democrazia Cristiana se ocupaba supuestamente del bienestar colectivo.

Nada nuevo, paradójicamente. Según el historiador de arte y sociólogo Philippe Daverio, todo esto se remontaba en realidad al Concilio de Trento, que entre 1545 y 1563 puso las bases para la reacción católica a la Reforma protestante: «La política empezó a conectarse directamente con la religión, todos tenían que ir de acuerdo mutuamente, en un enorme pacto de equilibrio social».

Los democristianos eran políticos grises. Constituían un Estado en el Estado. Coexistían la corriente de izquierda y la corriente de derecha: se consideraban conservadores pero según las circunstancias se dirigían, para sobrevivir y encontrar un compromiso, a los post-fascistas o a los socialdemócratas. A los comunistas no, por supuesto. Mejor dicho, muchos votaban a la DC no porque les gustaran los democristianos, sino simplemente para ir en contra del PCI.

Eran caras dignas de la comedia del arte, que marcaron medio siglo tanto en la política como en la sociedad. Después de 30 años hemos elegido diez de estos «cromos», los más icónicos del partido del «Escudo Cruzado», que tenía su sede, como no, en Piazza del Gesú, en el centro histórico de Roma. Y que en las redes sociales todavía provoca casi un efecto-nostalgia...

Alcide De Gasperi. Fundada por un cura siciliano, Don Luigi Sturzo, con el nombre de Partido Popular, la Democrazia Cristiana tuvo como primer secretario a partir de 1943 a este hombre austro-húngaro de nacimiento. Fundamental en la actividad clandestina en la Segunda Guerra Mundial, durante la transición desde el fascismo hacia la democracia fue jefe provisional del Estado antes de las primeras elecciones republicanas de 1948.

Alcide de Gasperi. (Presidenza Del Consiglio Dei Ministri)

Hombre serio y concreto como solo los de Trento y sus alrededores pueden serlo, fue claramente el «caballo» de las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, después del segundo conflicto mundial. Murió en 1953 y este 1993 se ha abierto el proceso para convertirlo en santo. De momento es solamente «siervo de Dios».

Giulio Andreotti. ‘El Divo’, como el nombre de la película de Paolo Sorrentino inspirada en su vida. Fue un verdadero hombre de espectáculo, todo lo contrario de su «padre político» Alcide De Gasperi. Se le atribuyen frases como «El Poder quema a quien no lo tiene» o «Pensar mal es un pecado, pero a menudo se acierta».

Giulio Andreotti. (Senato della Repubblica)

Un poco jorobado, inspirador de miles de caricaturas, fue siete veces primer ministro y en 34 ocasiones ministro «simple». De 1945 a 2013 ininterrumpidamente en el Parlamento, protegido y protector del Vaticano, primer indicio en cualquier misterio ocurrido en Italia en la posguerra –y por eso apodado también ‘Belcebù’– y, según una sentencia judicial, directamente conectado con la mafia hasta 1980.

Aldo Moro. Pagó con la vida su intento de acercar la Democrazia Cristiana al Partido Comunista, concretando su idea de las «convergencias paralelas». Profesor universitario de Derecho nacido en Puglia, fue secuestrado y acabó muriendo a manos de las Brigate Rosse entre marzo y mayo de 1978.

Aldo Moro. (Wikimedia Commons)

Fueron los 55 días más difíciles de la posguerra, que dejaron la sensación de una DC que no quería salvar a uno de sus mayores representantes, por aquel entonces el presidente del partido. A sus seguidores les llamaban los «moroteos», para diferenciarlos de los «doroteos», otra corriente de la ‘Ballena Blanca’ firmemente anticomunista.

Amintore Fanfani. Seis veces primer ministro, la última ni más ni menos que con 79 años de edad en 1987. Hombre sin escrúpulos, cabalgó el ‘caso Montesi’ que aniquiló la corriente rival y fue el político que más impulsó las grandes obras públicas en las décadas de los 50 y 60.

Amintore Fanfani. (Nationaal Archief)

Hiperactivo, después de su «jubilación» se convirtió en pintor. Inolvidable la caricatura que le hicieron cuando el divorcio fue introducido oficialmente en Italia, en 1974: Fanfani, por aquel entonces secretario de la DC y que había hecho campaña en contra de esta ley, fue representado como un tapón que volaba de una botella de champán. La razón, era un hombre muy bajo (1.63).

Carlo Donat-Cattin. En el inmenso vientre de la ‘Ballena Blanca’ ocupaba el espacio más a la izquierda; sin ser comunista, por supuesto.

Carlo Donat-Cattin. (Camera dei deputati)

De todas formas, mientras el señor Carlo trabajaba para el Estado, en calidad de ministro o de parlamentario, su hijo Marco era un poco más inquieto, convirtiéndose en uno de los líderes de la lucha armada en los 70. No militaba en las Brigate Rosse, sino en Prima Linea, aún más a la izquierda tanto de su padre como de las BR. Sería absuelto por los juzgados de participar en tres homicidios.

Emilio Colombo. Contradicciones, en todos sitios; eso era la Democrazia Cristiana. Uno de los casos más absurdos fue el de este «casi rey» de la pequeña región de Basilicata, donde todos le votaban con mayorías a la búlgara.

Emilio Colombo. (Joop van Bilsen)

Primer ministro entre 1970 y 1972, y 30 veces ministro, en 2003 una investigación policial encontró una conexión entre Colombo y traficantes de cocaína. La DC ya no existía, pero Colombo ocupaba todavía el cargo de «senador vitalicio» y admitió cándidamente que sí, que tomaba cocaína «como uso personal», a sus 83 añitos. Representante principal de un partido defensor de la familia tradicional, acabaría además enfrentado a rumores sobre su homosexualidad.

Francesco Cossiga. En este listado de hombres grises existió también una especie de ‘Joker’, un exponente a veces incontenible. Cossiga fue ministro de Interior durante el secuestro de Aldo Moro y desde 1985 hasta 1992, presidente de la República.

Francesco Cossiga. (Wikimedia Commons)

Enésimo representante de la región de Cerdeña en el panorama institucional italiano que comprendía nombres como Antonio Gramsci o Enrico Berlinguer, sus «golpes de piquete» hicieron época: frases fuera de contexto que revelaban secretos más o menos conocidos, como Gladio, una estructura paramilitar creada con la ayuda de Estados Unidos para impedir la toma del poder por parte de los comunistas.

Ciriaco De Mita. Espectacular ejemplo de poder aplicado a cualquier ámbito de la sociedad. Llegado desde Nusco, un minúsculo pueblo en la provincia de Avellino, en el sur más pobre, fue jefe de la DC en la década de los 80, cuando puso a sus hombres de confianza en la RAI y su equipo del alma, el Avellino, irrumpía sorprendentemente en la máxima categoría del fútbol italiano.

Ciriaco de Mita. (Massimiliano Scarabeo)

Casualmente, empezó a ganar importancia tras el espantoso terremoto que en 1980 destrozó toda la zona en torno a Nusco, la Irpinia, feudo de la camorra napolitana. Orador inagotable, no siempre se dejaba entender y por eso se ganó el apodo sarcástico de ‘Intelectual de la Magna Grecia’.

Arnaldo Forlani. Ha sido el último exsecretario de la DC en morir, el pasado 6 de julio. Nacido en Pesaro, la ciudad del compositor Gioacchino Rossini, jugó como futbolista en Tercera División antes de descubrir su vocación de hombre de Estado.

Arnaldo Forlani. (Camera dei deputati)

A pesar de conseguir un enorme poder, no mostró mucha personalidad y se mereció el apodo de «Hombre conejo», ejerciendo como tercera pierna del llamado CAF, la alianza entre el socialista Bettino Craxi (C) y Giulio Andreotti (A).

Arrollado totalmente por el escándalo de Tangentopoli, su imagen en aquel juicio con espuma en la boca fue la fotografía del final de una era.

Tina Anselmi. La Democrazia Cristiana era un partido ultrapatriarcal. Antes o después, sin embargo, el muro tenía que caer y ocurrió en 1976, cuando Tina fue elegida en el tercer gobierno de Giulio Andreotti como ministro de Trabajo: era la primera mujer en dirigir un ministerio en la historia republicana.

Tina Anselmi. (Wikimedia Commons)

Partisana durante la Segunda Guerra Mundial, nacida en la zona de Treviso, fue un ejemplo para todos los representantes del Estado: muy eficaz su labor como presidenta de la comisión parlamentaria que tuvo que investigar sobre el grupo masón P2, que se había infiltrado en los altos cargos del Estado para quebrarlo. Tina Anselmi no tenía miedo de encararse con militares acusándoles de haber traicionado a la República.