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Nuevos viñedos frente a Azerbaiyán para defender Armenia

Varios viticultores armenios cultivan en la misma línea fronteriza con el enclave de Najicheván, región autónoma semidesierta de Azerbaiyán, viñedos que delimitan una frontera difusa sobre el terreno.


Es uno de los vinos espumosos producidos a mayor altitud en el mundo», asegura a GARA la enóloga y viticultora Aimee Kushgerian. Orgullosa de su espumoso caldo de uva blanca, esta joven armenia que estudió en EEUU muestra una botella de la bodega familiar. «Es armenio al 100%. La gente que lo bebe sabe lo que implica beber este vino», añade Keushgerian en medio de un viñedo que muestra unas primerizas parras que ya asoman.

En esta época hace calor en esta parte de la región de Vayots Dzor, 44°C a 1.800 metros de altura. La zona vinícola por excelencia del sur de Armenia es una región árida, fronteriza con la República de Najicheván, un enclave azerí a unos 100 kilómetros de la frontera con Azerbaiyán que Bakú ansía unir por tierra desde hace años y que en el año 2020 atacó Armenia con artillería y fuego de infantería. «Desde entonces no ha habido ningún ataque», asegura Keushgerian. Una zona caliente, tanto climática como políticamen- te. Varias vallas altas en la carretera impiden una visión clara a los azeríes y evitan así los disparos a los pobladores de esta región, la más pobre de toda Armenia.

«Los campesinos son los primeros en hacer frente a los invasores. Es un vino que marca el carácter armenio por doble partida. Una, porque es producido aquí, en la región; y otra, porque se planta en una zona en disputa, a centímetros de la mismísima línea divisoria, y muestra de lejos cuáles son las líneas que nos dividen», afirma Keushgerian señalando el paisaje. Las montañas, que se parecen a dunas rocosas desprovistas de vegetación, chocan con las verdes pinceladas de los viñedos que en los últimos años han ido apareciendo.

Históricamente, la región ha sido un enclave de cultivo de uva, pero nunca ha sido tanta la producción, ni tan variada. En la época del soviet era el coñac el producto final para las uvas locales. La elaboración vitícola se hacía en Georgia, que sigue produciéndolo a gran escala. Muchas vides quedaban abandonadas cuando los labradores emigraban a la ciudad. Es uno de los lugares con la menor densidad de población de todo el país y abundaban los campos abandonados. «Solo tuvimos que limpiar y adecentar un poco el terreno y las parras salieron como nosotros queríamos. Es un vino ecológico por necesidad, ya que en la región no hay cultura de utilizar fitoquímicos, siempre ha sido demasiado caro para los locales y han sabido amoldarse a los recursos naturales que disponían. Siempre dejamos árboles más lejos de las vides que nos interesan que estén sanas», añade Keusgherian.

Desde 2020 no ha habido incidentes, pero cuando la contienda se reactivó ese año en la región de Artsaj hubo días en los que la artillería no dejó de sonar. Incluso hoy, en el lado oeste de la carretera para acercarse a la región de Vayots Dzor, hay un muro de piedra y arena con varias garitas de vigilancia por si vuelven los disparos y pillan desprevenidos a los conductores.

A unos 400 metros del lugar de donde nos encontramos hay un puesto militar de Azerbaiyán. Una hilera verde casi perfecta hace visible desde las alturas del valle el terreno armenio cristiano frente a la zona musulmana azerí. Los vecinos no saben qué puede haber al «otro lado» de las parras. Son pocos los paisanos que recuerdan haber andado libremente por la zona. Pero todos acogen con agrado la implantación de este viejo negocio en este nuevo formato exportable al extranjero. La región es pobre, con una gran carga migratoria y totalmente ligada a la agricultura. Producen un vino de calidad y hacen patria al mismo tiempo. En el pueblo, la visita de Keushgerian es bien recibida. Trae trabajo y hace país, dicen los locales.

«Mugarri soviético»

Un lugareño asegura que hay una piedra fronteriza más allá de donde estamos. El sitio se plagó de este tipo de piedras delimitadoras de las provincias o regiones en la época de Stalin. Al desintegrarse la Unión Soviética, los países que se independizaron usaron varias veces estas piedras para delimitar sus «nuevas» o «históricas» fronteras. Muchas se movieron o desaparecieron. Sin registro que indicara el punto exacto de la colocación de aquel «mugarri soviético», muchos países vieron una oportunidad para hacerse con terreno ajeno.

Todo el mundo recordaba la piedra en una posición más ventajosa para él que para el vecino. Dieron así comienzo varias protestas y escaramuzas armadas, muchas de las cuales terminaron en conflictos armados que duran hasta nuestros días. El labrador dice que no pasa nada si nos acercamos, que los armenios de la zona se mueven tranquilamente y que él se acercó hace poco, durante unos trabajos de limpieza de matorral en la última hilera de los viñedos. Arrancamos el coche, pero, a medio camino, Keushgerian decide dar la vuelta. «Nunca he estado tan cerca de la frontera con Najicheván», afirma.