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La llave de Qatar

Intervención de Alya Ahmed Saif Al Thani, representante de Qatar ante la ONU. (Andrea Renault/AFP)


El ministro de Exteriores israelí, Eli Cohen, ha denunciado esta semana en la misma sede en Nueva York de una ONU con la que ha roto relaciones que «Hamas es Qatar».

Lo cierto es que Israel ha permitido durante años que las saneadas arcas de la potencia energética qatarí, sobre todo gasera del Golfo Pérsico (sexto ingreso per cápita del mundo), financien los sueldos de los funcionarios del Gobierno de Hamas en Gaza (30 millones de dólares al mes) y las sucesivas reconstrucciones de la destruida Franja tras la media docena de las llamadas «Guerras de Gaza» –en realidad bombardeos israelíes–. De visita a la capital, Doha, en el marco de su gira por la región, su homólogo estadounidense, Antony Blinken, advirtió a Qatar de que «no puede haber statu quo con Hamas».

Es cierto que, desde 2012, Qatar alberga la oficina política de Hamas, hasta entonces en Damasco. La organización islamista palestina se ganó la animadversión de Siria y de Irán por su apoyo a las primaveras árabes del año anterior, lideradas finalmente por las sucursales de los Hermanos Musulmanes, de los que forma parte la propia Hamas. Pero no es menos cierto que los propios EEUU apoyaron la creación de ese buró político en Doha para mantener un canal político con Hamas.

Del mismo modo que Washington pidió, y logró, que Qatar abriera una oficina política para los talibán afganos para negociar su apresurada retirada de Afganistán en agosto de 2021.

Qatar es el verdadero mediador para lograr que Hamas libere a los rehenes, sobre todo a los estadounidenses (ya ha sacado a dos).

 

Qatar no es Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos. Responde a un proyecto, político y comunicativo, el del salafismo de los Hermanos Musulmanes. Y tiene todo un manojo de llaves

Y, en clave estratégica, alberga una de las mayores bases militares estadounidenses en la región (con el Centro de Operaciones Aéreas Combinadas para controlar el despliegue en 21 países). No es extraño pues que Washington apoyara a Qatar durante los cinco años de bloqueo que le impusieron por su apoyo a las malogradas revueltas árabes de 2011 y por sus relaciones con Irán.

Porque Qatar no es Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos. Aunque comparta con estas satrapías hasta cierto punto modelos pietistas religiosos e incluso les supere en el desprecio a la inmigración masiva, sobre todo árabe y musulmana, que trabaja en condiciones de semiesclavitud. Qatar responde a un proyecto, político y comunicativo, de la mano de la cadena Al Jazeera. El del salafismo de los Hermanos Musulmanes. Y no hace ascos al islam político del Irán de los ayatolahs, que no es sino una vertiente chií del islam político. Lo que explica su relación pragmática con Irán, y su labor de mediación entre Washington y Teherán en su último deshielo.

Qatar es otra cosa y tiene todo un manojo de llaves. Narra Mikel Ayestaran (Diario Vasco) que el ex primer ministro de Hamas, Ismail Haniyeh, rezaba en una mezquita en Estambul, Turquía, el 7 de octubre cuando las milicias de Ezzedin al Qasam lanzaron la brutal incursión desde Gaza. Erdogan le invitó a abandonar el país y partió rumbo a Qatar.

Llave para el mundo y refugio sin el que Hamas, entonces sí, se asomaría al abismo.