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Yago Álvarez
Periodista y autor de ‘Pescar el salmón’

«Los neoliberales ganaron la batalla en el periodismo económico hace décadas»

El periodista Yago Álvarez Barba desnuda la relación entre bulos, narrativas y poder económico en su libro ‘Pescar el salmón’. Repasa estrategias para imponer «barreras del lenguaje» que alejan al ciudadano de entender y se alarma por el ascenso del «anarcocapitalismo».

Yago Álvarez, con ‘Pescar el salmón’. (Europa Press)

«Estuve algunos años trabajando para el mal», comenta entre risas. Yago Álvarez se refiere a su paso como trabajador en banca y empresas de seguros. «Trabajar para el mundo financiero es trabajar para el mal», machaca con una mezcla de culpa e ironía. Dejó hace tiempo ya ese «lado oscuro» y ejerce ahora como periodista especializado en economía en El Salto Diario.

Tras estar en el sector financiero vino una etapa de activismo muy prolífica y se involucró en el movimiento anti-deuda, en la plataforma ciudadana Auditoría de la Deuda, en la red de municipios contra ese problema, en la organización Fiscalidad Justa y «en muchas cosas que salieron del 15M», recuerda.

Nacido en O Porriño (Galiza), pero criado en el País Valencià y ahora residente en Madrid, Álvarez publicó recientemente ‘Pescar el salmón’ (Ed Capitán Swing, 2023), un intento de hacer pedagogía para el lector más alejado del argot económico, en el que cuenta con sarcasmo muchas herramientas de la prensa económica tradicional para instalar sus «mantras neoliberales», como dice, e imponer una visión sesgada de la realidad.

En el libro comenta que «la generación de opinión publica en lo referente a la economía» en los medios es un arma clave para «el gran capital».

Sí, el periodismo económico es una de las principales herramientas de generación de opinión. Lo es el periodismo en general pero el económico va a influenciar a gente que es activa en el mundo de la economía, como inversores, accionistas, etcétera, y por otro lado genera opinión en un público más general que no tiene tanta idea de economía, creando relatos. Eso es fundamental para mantener el status quo y sus correas de transmisión. Ellos lo que hacen es mezclar el periodismo con la generación de narrativas, son creaciones, engaños.

Habla de barreras lingüísticas que apartan a las audiencias por parte de algunos que se aprovechan de ese «aura» de especialización del periodismo económico. ¿Está hecho a propósito?

Sí, yo creo que todo tiene una jerga pero efectivamente en la economía pienso que es sobreactuada… Al final la economía es algo que nos rodea, algo incrustado en la política y nuestras vidas diarias. Se podría simplificar de manera que la gente pudiera entenderlo mejor. Pero si la gente lo entiende mejor, se implica más. Se hace a propósito manteniendo esas barreras del lenguaje, esa terminología de mercado. Pretenden seguir manteniendo esa imagen de ciencia súper exacta, solo para expertos, para que la gente no se meta y a la vez se fíe de lo que se dice.

«Se podría simplificar de manera que la gente lo entendiera mejor, pero si la gente lo entiende mejor, se implica más»

Comenta que «datos ocultan relatos», como si esa interpretación de los datos no construyera bulos...

Sí, totalmente. Todo el periodismo económico está basado en ideología, y lo que pasa es que se esconde detrás de esa apariencia de ciencia exacta, del tipo ‘solo el experto te lo puede explicar’ y el lector debe fiarse. Hay dos vertientes en esto: datos (utilizados) no puestos en contexto y que exista un relato que oculte parte de la realidad. Juegan con las herramientas del lenguaje económico y con la ignorancia del lector.

Menciona en el libro la «Ley de Brandolini», también llamada «bullshit asymmetry» («asimetría de chorradas»).

Se refiere a un concepto de Brandolini, un informático italiano. Lo soltó tras ver cómo entrevistaban a Berlusconi, que hacía eso que ahora llamamos trumpismo, soltar una mentira tras otra, como hizo Feijóo en el debate con Sánchez. Esa «ley» dice que el tiempo que gastamos en desmentir un bulo necesita una energía proporcionalmente mayor a la creación del bulo. Esto es un símbolo de nuestros tiempos: la simple generación de bulos de manera acelerada, la sobreinformación, que hace que lo escuches pero no acabes escuchando el desmentido del bulo. Es un debate que se merece el periodismo y se merece la izquierda: si hay que seguir gastando tanto esfuerzo en desmontar bulos o si debemos generar nuestros propios relatos y narrativas, gastar más tiempo en esto y no en desmontar bulos.

¿Y usted qué opina de esa dicotomía?

Yo personalmente intento apuntar alto, no perder el tiempo con cualquier bulo, con cualquier troll de Twitter, sino intentar enfocar en los bulos de grandes medios y grandes actores, pero sin enzarzarnos con chorradas. Tenemos que usar el tiempo para generar nuevos relatos que lleguen más fácil a la gente.

En el periodismo económico ganaron la batalla cultural hace un par de décadas, tras Thatcher y Reagan. Antes podíamos leer algo de keynesianismo y cosas diferentes al neoliberalismo, pero después de esa época el neoliberalismo entiende muy bien que hay que dar la batalla ideológica. Ahora prácticamente casi todos los medios tienen ese corte neoliberal. Medios como ‘Cinco Días’ del grupo Prisa, que puede ser algo más progresista, no ponen en duda los mantras neoliberales. Me preocupa porque es una batalla casi perdida. Y ahora con los tiktokers y youtubers, ya directamente son anarcocapitalistas, el neoliberalismo les parece poco. Me parece preocupante.

«Ahora los tiktokers y youtubers ya son directamente anarcocapitalistas, el neoliberalismo les parece poco»

En esto de los bulos tienen un rol las instituciones económicas. Usted cita el ejemplo de las noticias del Banco de España, ¿se puede evitar eso de alguna manera?

Es bastante complicado. Si hablamos de organismos internacionales, hay que tener en cuenta que quien controla el FMI o el Banco Mundial, por peso de PIB, es EEUU. Es superdifícil pensar que los organismos que ellos controlan van a cambiar el prisma. Llegará un momento que esta bomba de relojería que está siendo la economía va a estallarles en la cara y tendrán que cambiar. Esa gente lleva 40 ó 50 años viviendo dentro de una vorágine de postulados económicos que les dará miedo abandonar. Todas las instituciones en general dicen que lo más importante es seguir creciendo, y eso en un planeta finito, con una crisis climática como la que nos estamos enfrentando, será muy difícil.

Un ejemplo interesante que señala es que, según de lo que se hable, la prensa titula «gasto», «inversión» o, para la monarquía, «asignación».

Sí [sonríe], ese ejemplo lo doy para que la gente lo lea y se dé cuenta de lo incrustados que están en nuestro imaginario esos conceptos. Cuando se lo dices a la gente, reacciona y dice ‘uy, es verdad’ A la sanidad se le dice gasto pero a hacer una autopista ruinosa se le dice inversión. Y es una conceptualización que tener un país educado y sano sea un gasto. Es algo que viene de la teoría neoliberal, donde el Estado de Bienestar es considerado una carga. En cambio las infraestructuras que hacen los Florentino Pérez son inversiones. Y lo de la Casa Real es asignación porque tenían que buscarle una palabra especial, no se puede tocar a los reyes y se la inventaron.

¿Cuál es la fakenew más flipante o creativa que ha visto mientras se documentaba para hacer el libro?

Uff... Hay una de la web eleconomista.es que hablaba de no sé cuántos miles de afectados por las okupaciones y mezclaba todos los tipos de denuncia, incluso allanamientos de morada: la cifra real era 0,09% del total pero hablaban de un 40% más de okupación y un millón de afectados.

Otro ejemplo interesante que señala es el de los eufemismos climáticos y metáforas médicas, «tormentas» y «catarros», algo que se tiene muy naturalizado...

Sí, se viene haciendo hace mucho tiempo. No deja de ser una figura literaria. No es algo nuevo pero lo cuento porque me parece muy curioso dado que en economía se usa mucho. Para que las cosas parezcan algo natural se le da a la economía ese carácter de eufemismo. Y así se intenta tapar quiénes son los culpables de lo que pasa y quiénes se benefician. Se escribe «tormenta financiera» como si fuera algo natural que llega y ya nadie lo puede parar.

Menciona las constelaciones narrativas y la importancia que tienen para la batalla cultural del neoliberalismo. ¿A qué se refiere?

Creo que los think tanks neoliberales estaban agazapados antes de Reagan y Thatcher, y vieron que había que ir más allá de la academia y generar esos relatos que acompañaban a su ideología. Se dedican a generar relatos del triunfo empresarial, de lo mala que es la intervención pública, y se van retroalimentando unas constelaciones a otras, y acabas pensando ‘uy, un banco público, eso es bolivariano’. Los neoliberales lo entendieron muy bien y por eso ahora estamos metidos en esta constelación.

Por último, ¿hacia dónde va el periodismo económico? ¿Se puede hablar de una tendencia hacia algo mejor?

Nos tenemos que preguntar hacia dónde va la economía porque al final, como digo en el libro, sí que hubo momentos en la historia en que la prensa económica viró de un lado al otro. Por ejemplo, después del crack del 29 se puso de moda el keynesianismo. Aquí hubo una batalla cultural que ha hecho que el neoliberalismo esté muy sólido en el imaginario, pero eso puede cambiar. Sobre qué podría pasar, tengo claro que nos vamos a enfrentar a una crisis climática que va a cambiar muchas cosas. La prensa tendrá que decidir si seguir haciendo lo mismo y perder toda su credibilidad o acoplarse a los nuevos tiempos.