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Piazza Fontana, aniversario luctuoso en la Milán que espera a la Real

El 12 de diciembre, mismo día del partido de la Real contra el Inter en San Siro pero de 1969, en esta plazuela en el centro de la capital lombarda una bomba en un banco provocó 17 muertos y 88 heridos. Fue el inicio de la «estrategia de la tensión» para girar el panorama político a la ultraderecha.

El interior del banco de Piazza Fontana, devastado por la explosión. (Wikimedia Commons)

Piazza Fontana es una sinécdoque, una forma retórica de denominar algo mucho mayor. Piazza Fontana no es solamente un lugar en el centro de Milán, sino también otras cosas: «La madre de todas las masacres», «El inicio de la Estrategia de la Tensión», «La matanza de Estado» y también «La pérdida de la inocencia». Piazza Fontana es más incluso que un atentado espeluznante de por sí, que el 12 de diciembre de 1969 provocó 17 muertos y 88 heridos en el interior de un banco lleno de gente y que marcó claramente un antes y un después en la historia reciente de Italia e incluso de Europa.

Este martes la Real Sociedad juega contra el Inter en San Siro en Champions League en una ciudad, Milán, que el 12 de diciembre siempre se viste de luto, recordando aquella tarde donde una guerra estuvo a punto de estallar sin que nadie pudiese imaginárselo.

Bombas por la tarde

Piazza Fontana, centro de Milán. Desde la monumental Piazza del Duomo hay que mirar a la derecha de la entrada principal de la catedral, superar el Palazzo Reale con sus museos y en 200 metros llegar a esta plazuelita casi íntima, con una pequeña fuente (fontana en italiano) proyectada por Giuseppe Piermarini, el mismo arquitecto del Teatro alla Scala.

Aquí es donde los turistas se toman un descanso y donde los milaneses esperan el tranvía. Hay un hotel de cinco estrellas donde normalmente los equipos de fútbol hacen sus concentraciónes antes de los partidos. No es el caso de la Real, que ha decidido instalarse en otra estructura, pero ¡cuantas veces los tifosi han ido a ver a pasar detrás de un vidrio a Ronaldinho o Messi, a Cristiano Ronaldo o Beckham, al Barcelona, al Manchester United o a cualquier gran equipo europeo!

Allí, al otro lado de la plazuelita, justo donde hoy en día se encuentran las paradas del tranvía 24 y 27, hay un enorme palacio con un letrero: ‘Banca nazionale dell'Agricoltura’. Aquel estilo gráfico todavía provoca escalofríos en los milaneses y, en general, en los italianos de una cierta edad.

Ahora ya no existe aquel banco sino otro: sin embargo, ‘Banca nazionale dell'Agricoltura’, en mayúsculas, con las letras blancas algo gruesas, parece un aviso amenazante... o un recuerdo. El recuerdo es el de aquella tarde lluviosa y de niebla fina, scighera se llama en dialecto milanés, donde en el centro de la ciudad lombarda estalló una guerra no declarada.

Fue exactamente el 12 de diciembre de 1969 a las 16.37. La gente iba caminando por las calles, entre olor a castañas, cines abarrotados (líder de la cartelera, ‘Cowboy de medianoche’ con Dustin Hoffman y Jon Voight), tiendas repletas de todo tipo de clientes en busca de regalos de Navidad... y en el banco de Piazza Fontana, de repente, una bomba.

Concretamente siete kilos de explosivo TNT encerrados en una maleta de lujo, bien prensados y con un temporizador, colocados debajo de una gran mesa octagonal en el corazón de aquel lugar de referencia para todos los baserritarras del sur de Lombardia. El viernes era día de contrataciones, de tratos, de encuentros entre amigos sobre todo, de cheques y de terrenos, de préstamos y de vacas. Un mundo que se reunía en la Banca Nazionale dell'Agricoltura y que en un segundo fue eliminado.

La bomba provocó doce muertos en el acto y otros cinco después como consecuencia de las heridas. Cuerpos desmembrados, brazos y piernas hasta la segunda planta del edificio, a las oficinas, vidrios rotos y un gigantesco agujero donde antes estaba la mesa octogonal. Y el olor de almendra quemada, típico del TNT, explosivo que se podía encontrar solo entre los militares.

El cráter en el punto en que estalló la bomba. (Wikimedia Commons)

Mientras tanto, en otros puntos de Italia otras bombas por pura suerte no explotaron o no provocaron daños, como en el Altar de la Patria en Roma o en un banco de la Ciudad Eterna.

En cualquier caso, el centro de este ataque había sido Piazza Fontana. «¡Que vengan cien ambulancias!», gritó Achille Serra, por aquel entonces vicecomisario en el distrito del centro de Milán antes de convertirse en uno de los hombres más destacados en la lucha contra la mafia. A su lado, un cura bendecía trozos de cuerpos y socorristas salían del banco vomitando por lo que habían tenido que ver de cerca.  

«Muerte accidental de un anarquista»

Toda una matanza, la primera de un largo listado que continuaría hasta el 2 de agosto de 1980, cuando otra bomba devastaría la estación de trenes en Bolonia: 85 fallecidos, 200 heridos. En general en aquellos once años en Italia murieron en varios atentados de este tipo más de 150 personas y quedaron heridas otras mil. Sus nombres se evocan de la misma manera que Piazza Fontana: Gioia Tauro en Calabria, Piazza della Loggia en Brescia o el tren Italicus en un túnel de los Apeninos entre Bolonia y Florencia .  

«La madre de todas las matanzas», según los historiadores, fue la de Piazza Fontana: una «matanza de Estado» porque hasta ahora nunca se ha podido identificar a los autores. O, peor todavía, cuando parecía cercana la solución siempre ha ocurrido algún despiste, algún error judicial inducido quizás por las más altas autoridades políticas, reacias a colaborar.

Ningún culpable, pero muchos sospechosos, cuya suerte ha sido en la mayoría de los casos la imposibilidad de lograr pruebas certeras. El caso de Piazza Fontana es «de manual» en cuanto a las falsas pistas creadas por las autoridades del Estado, que intentaron alejar la verdad de la estrategia política original, definida como «de la tensión», y disipar el descubrimiento de toda una «fauna» de personajes conectados con los servicios secretos y con las mismas autoridades del Estado.

Inscripción en recuerdo de los 17 muertos del banco. (Wikimedia Commons)

El objetivo de los atentados del 12 de diciembre de 1969 era provocar disturbios de orden público para generar una respuesta fuerte, que concentrara poderes en torno a la extrema derecha, como de hecho ya había ocurrido en Grecia en 1967 con el golpe de estado militar de Papadopoulos y de sus coroneles, en una Europa del Sur ya bastante «endurecida» con la España franquista y el Portugal de Salazar. Un golpe de estado como tal nunca se produciría pero es cierto que el verdadero poder quedó en las manos de las fuerzas conservadoras.

Para ello aquel año 1969 parecía realmente propicio: hubo una enorme crisis en la Democrazia Cristiana, la ‘Ballena Blanca’, el partido símbolo de aquel poder atlantista y conservador, con tres secretarios distintos en pocos meses (Rumor, Piccoli y Fanfani). El año anterior, 1968, ya había dejado indicios en las elecciones, con una fuerte subida del Partido Comunista y del Partido Comunista de Unidad Proletaria.

En general las nuevas generaciones y por supuesto los sindicatos miraban hacia la izquierda, convocando huelgas y pidiendo más derechos. Eran los hijos del llamado «boom», las inversiones estadounidenses que habían transformado Italia en un país rico y de consumo. Jóvenes que, sin embargo, veían los puestos de mando ocupados por residuos del fascismo y querían abrir espacios. Protestaban y las autoridades respondían con dureza.

Antes de la matanza del 12D, en algunos trenes se encontraron bombas sin detonar y los culpables fueron señalados como anarquistas. Y a partir de la tarde-noche de aquel tremendo viernes esta práctica aumentaría aún más, con acusaciones falsas y episodios trágicos como la muerte de Giuseppe ‘Pino’ Pinelli en la Comisaría Central de Milán el 16 de diciembre después de tres días de interrogatorios.

Pinelli, trabajador en el ferrocarril, estaba tan tranquilo que había llegado allí conduciendo su moto detrás del coche de la policía de un joven comisario de Roma, Luigi Calabresi. Los dos además eran muy amigos, se hacían regalos en navidades. Desafortunadamente los colegas de Calabresi querían que Pinelli culpara del atentado de Piazza Fontana a otro anarquista, el bailarín Pietro Valpreda. Y eso que los atentados anarquistas históricamente siempre habían tenido objetivos muy específicos, como el del 29 de julio de 1900, contra el rey de Italia Umberto I.

Giuseppe Pinelli, la víctima número 18, esta vez en la Comisaría Central de Milán. (Wikimedia Commons)

Pino sufrió torturas durante 72 horas hasta que cayó de la ventana de la habitación donde había estado encerrado con los agentes. Una muerte casual o «accidental», como el titular de la famosa obra teatral de Dario Fo, parodia de los hechos. La versión oficial de la Policía fue que se suicidó como «admisión de culpa», pero era falso. Valpreda fue encarcelado y acusado de ser «el monstruo» de Piazza Fontana: otra falsedad, por supuesto, pero útil para entregar un culpable al público indignado.

Solamente años después se descubriría todo el mundo de infiltrados, de agitadores, de grupitos de extrema derecha de la zona de Padua (casualmente la misma aldea de Mariano Rumor, primer ministro en 1969) muy bien conectados con los servicios secretos y los altos cargos militares. Nadie fue declarado culpable; tampoco Valpreda porque era un absurdo. El «grupo de Padua», formado por gente como Franco Freda, Giovanni Ventura y Marco Pozzan, quedó exculpado por «falta de pruebas». El juicio, de manera vergonzosa, había sido alejado alegando «razones de orden público» de Milán hasta Catanzaro, a 1.240 kilómetros.

Todo esto, y muchos otros muchos detalles, es Piazza Fontana, lugar de memoria y de vergüenza. Allí actualmente hay dos lápidas en un pequeño espacio verde en el medio de la plazuela: ambas son un recuerdo a Pino Pinelli, considerado como la víctima numero 18 del atentado, pero en una está escrito «muerto» y en la otra «asesinado». Puntos de vista, contradicciones continuas, en un día que los milaneses no pueden olvidar.