De la COP de Dubai a Euskal Herria, hora de ponerse con los deberes
La COP28 acabó con un acuerdo insuficiente que, pese a poner tímidamente el foco en el empleo de los combustibles fósiles, no incluye compromisos concretos para su reducción. Ante la tentación de la frustración, no está de más recordar que en casa quedan pendientes muchos deberes.
Fiel a la tradición, la COP28 acabó esta semana en Dubai con prórroga en las negociaciones y acuerdo insuficiente a última hora. Tras un año en el que medio mundo ha visto como se materializa a las puertas de su casa la crisis climática, la cita estaba llamada a ser crucial, pero no parece que vaya a pasar a los anales de la historia.
Claro que toda valoración depende de las expectativas. La estrategia emiratí fue tan infantil como efectiva: presentar un primer borrador inadmisible y convertirlo en la base sobre la que negociar a la baja. Evidentemente, un acuerdo que incluye una vaga y algo barroca referencia a la necesidad de «transitar para dejar atrás los combustibles fósiles» es mejor que un pacto que ni siquiera los mencionaba, pero ello no lo convierte en un buen acuerdo.
Que el pacto es insuficiente lo reconocen hasta los más optimistas. Voces autorizadas y de vocación voluntarista como la de Johan Rockström, codirector del Instituto Potsdam para la investigación del impacto climático, califican la cumbre es «un hito fundamental», pero advierten de que «el acuerdo de la COP28 no permitirá al mundo mantener el límite de 1,5 °C».
Parte del problema es quizá la configuración de las propias conferencias climáticas. Las decisiones se toman por consenso, lo cual parece una buena idea, pero entrega poder de veto a cualquier país con una mínima posición de fuerza.
Además, no contar con un órgano con capacidad sancionadora que vele por el cumplimiento de los acuerdos deja todo al albur de los estados. Ocho años después del Acuerdo de París, el primer balance sobre su desarrollo mostró este año que la acción climática de los estados está muy lejos de acercarse a lo necesario para limitar el calentamiento global a los 1,5 °C pactados en la capital francesa en 2015.
No va a a ser diferente ahora. De hecho, el mismo día en el que se cerró el acuerdo presentado como el principio del fin de los combustibles fósiles, la OPEP anunció que prevé un aumento de la demanda en 2024. Seguimos procrastinando, cerrando los ojos ante la evidencia de lo que viene, de lo que ya está aquí, pensando que estamos a tiempo de girar el volante en el último momento. Estamos corriendo un sprint a ritmo de maratón –siendo generosos–, cuando lo que tenemos delante es una maratón que hay que correr a la velocidad a la que Usain Bolt cabalga los 100 metros.
Y entonces, ¿qué?
No es fácil acertar en la fórmula. Foros como los de la COP son necesarios, pero cabe preguntarse si, en su actual formato, van a aportar soluciones reales. Es muy difícil aunar los intereses de Vanuatu, un país condenado a desaparecer en el océano, y un gran productor de fósiles como Qatar.
En este sentido, estos días se ha criticado el papel obstructor de Arabia Saudí, así como el hecho de que la cumbre se celebrase en un país productor de combustibles fósiles y fuese presidida por el jefe de la petrolera estatal. No era un gran augurio, desde luego. Recordaba, si se permite, a Maradona como estrella de un partido contra la droga.
El paralelismo no es casual, porque la del mundo con los combustibles fósiles es, en cierta manera, la historia de una adicción. En especial la de los países desarrollados como el nuestro. Nuestro bienestar material y el elevado nivel de consumo reposan sobre toneladas de CO2 emitidas a la atmósfera. Como con las drogas, es más fácil poner el foco en los grandes productores que en el origen de la demanda. Pero no es justo ni inteligente.
Sin ir más lejos, en 2022 Europa produjo 3,1 millones de barriles de crudo al día (el 3,3% del total), pero consumió 14 millones, el 14,5% del total, pese a no representar ni siquiera el 10% de la población mundial. Sin embargo, nos parece un escándalo que la COP se celebre en Dubai, pero aceptamos como lo más natural del mundo que se organice en París, Glasgow o Copenhague.
Empezar por casa
Por ello, ante la frustración que pueden generar citas como las de la COP28, no está de más recordar que los deberes domésticos se amontonan. Reducir al mínimo el consumo de fósiles en países desarrollados como el nuestro no depende de lo que se pacte en una COP, sino de los compromisos que se fuercen y adquieran aquí.
En este sentido, en el Parlamento de Gasteiz hay una oportunidad de oro para aprobar más pronto que tarde una Ley de Transición Energética y Cambio Climático que marque el paso en los próximos años. Las enmiendas parciales –y no totales– presentadas por EH Bildu y Elkarrekin Podemos-IU al proyecto de PNV y PSE indican que hay voluntad para llegar a un amplio acuerdo. Toca situar la ambición a la altura del momento.