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Un mundo en pie de guerra y en un desequilibrio global

Con Gaza convertida por Israel en el infierno, con una guerra en Ucrania empantanada, lo que beneficia a Rusia, con una África en convulsión y con guerras como la de Sudán de las que se acuerdan solo sus víctimas... el mundo necesita un reequilibrio. Cueste lo que cueste y caiga quien caiga.

Infierno sobre Gaza. (KenzoTRIBOUILLARD | AFP)

El 2024 arranca con una masacre sin parangón del Ejército israelí contra la palestina Gaza, con el tercer año de guerra en pleno corazón de Europa tras la invasión de Rusia contra Ucrania... con guerras olvidadas, como la de Sudán, en el continente africano y con conflictos irresueltos en Asia.

En el continente americano, la guerra ha mutado en unos niveles de inseguridad insoportables, sobre todo en Centroamérica, lo que aupa al poder a fascio-populistas como Bukele en El Salvador. Rescoldos de antiguas guerras como la de Colombia siguen sin terminar de sellar la paz mientras viejos y nuevos litigios territoriales resucitan agravios y corren el riesgo de ser usados para reforzar la debilidad política de no pocos gobiernos.

Paradójicamente, mientras nuestras aterrorizadas miradas están fijas en Gaza y nuestros ojos se entrecierran por cansancio ante Ucrania, hay que arrancar de América, de EEUU, para intentar entender lo que está pasando. Y para ello hay que retrotraerse al 11 de setiembre de 2001.

Los ataques del 11-S de Al Qaeda llevan la guerra al corazón del hasta entonces inviolable territorio estadounidense y apuntan al ya iniciado declive de su imperio. La furibunda reacción de Washington, primero en Afganistán y luego en Irak, y el fiasco de sus ocupaciones -la huida en estampida de Kabul en 2021- no hará sino constatar que estamos ante un cambio de era.

Un cambio de era que no se limita al final del unilateralismo con el que soñó EEUU, y Occidente, tras el desplome de la URSS en los noventa. Sino que certifica la agonía de la globalización neoliberal impuesta en los ochenta.

Y que sella la muerte del orden multilateral-ONU negociado por las potencias del Consejo de seguridad en 1945, y anuncia la crisis del modelo dólar (BM, FMI...) consensuado en los Acuerdos de Bretton Woods bajo el liderazgo estadounidense en Occidente un año antes, en 1944. E incluso pone en tela de juicio las demarcaciones fronterizas establecidas en 1918, tras la I Guerra Mundial, tanto en Europa central y oriental como en Oriente Medio.

Ahí es nada. Los viejos equilibrios internacionales están rotos y la incertidumbre es total. EEUU, China, Rusia, Gran Bretaña y Estado francés son incapaces de consensuar nada y se enfrentan en guerras por delegación. Cada potencia, mundial o regional, cada país... mueve sus piezas según sus intereses y ya no obedece a viejas alianzas o afinidades históricas.

Noqueado, EEUU trata de mantener una ficción en espera de que sus rivales, sobre todo la ya emergida China, pinche. A riesgo de sellar su propia tumba. Todo ello se traduce en más guerras, directas o por delegación. Un escenario que, todo apunta, continuará, cuando no se agudizará en 2024.

Gaza

La brutal incursión de Hamas no se entiende sin tener en cuenta la desesperación del pueblo palestino. Desesperación vital, pero también diplomática. Los EEUU, primero con Trump y ahora con Biden, intentaban corregir su pérdida de influencia en Oriente Medio impulsando la normalización de relaciones de los regímenes árabes con su aliado y gendarme israelí. Emiratos Árabes, Bahrein y Marruecos ya habían firmado los «Acuerdos de Abraham». Arabia Saudí, guardiana de las ciudades santas de La Meca y Medina, está a punto de hacerlo.

La organización islamista palestina (Hamas), con la indispensable complicidad de Irán y el conocimiento de sus sucursales (Hizbulah, las mlicias chiíes iraquíes, los huthíes...) da un golpe que frena ese proceso y, con la criminal venganza israelí, devuelve al centro del tablero internacional el drama del cada vez más olvidado («saharizado») pueblo palestino.

Hay una sola cosa en la que tiene razón el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a la cabeza del Ejecutivo más ultrasionista -que ya es decir- de Israel. Nada será igual en Gaza. Pero se queda corto. Ya nada será igual en Oriente Próximo.

Mientras, se debate un posible cese -suspensión- de las hostilidades en el Consejo de Seguridad a un Israel que solo ofrece a cambio desbloquear ayuda humanitaria a Gaza y que le devuelvan los rehenes y un Hamas que insiste en el final de los ataques antes de valorar el intercambio de soldados y varones israelíes por prisioneros palestinos.

Para el año entrante se dibujan tres escenarios, que no soluciones. La primera prefigura la prosecución por parte de Israel del proyecto de hacer «desaparecer de la faz de la tierra» a Hamas, no solo -pero sobre todo- en Gaza, sino en sus lugares fuertes de Cisjordania.

Ello supondría, además de un imposible -lo es destruir un movimiento político, y más si es religioso, como Hamas-, la consolidación de un drama de consecuencias incalculables, pero una de las cuales será un odio, un deseo de venganza, que marcará a las futuras generaciones, en Oriente Medio y en el mundo. A ver qué régimen árabe se atreve a lidiar con «cascos azules» árabes monitorizados por Israel, con lo que que quede de Gaza.

La segunda opción pasa por un desescalamiento a plazos, con posibles intercambios de prisioneros incluido, que suponga la concatenación de ataques israelíes de menor intensidad y más pausados con periodos de alto el fuego. Una vuelta, en definitiva, al statu quo de la década anterior, con las periódicas y mal llamadas «guerras de Gaza».

Netanyahu, quien sabe que en cuanto acabe la actual ofensiva es un cadáver político y le espera una celda por corrupción, se resiste.

EEUU, presionando a su aliado Qatar, busca una «tercera vía», un exilio de la dirigencia interna de Hamas -si esta no es localizada y liquidada por Israel- y sustituirla por el control de la Franja por la totalmente deslegitimada Autoridad Palestina (ANP).

Un cálculo político erróneo y desesperado habida cuenta de que Hamas ha salido reforzada de esta crisis, sobre todo en Cisjordania. Una suerte de parodia de la solución de los dos Estados, con un 22% del histórico territorio en manos palestinas, incluyendo una Gaza arrasada. Y una Cisjordania que ha dado muestras de que está a punto de estallar.

Y todo ello si el Estado profundo israelí no solo se deshace de Netanyahu, sino de los sectores colonialistas y ortodoxos de Israel, protagonistas de la deriva de un proyecto sionista ya originalmente basado en la negación de sus originales vecinos árabes -palestinos y semitas, como los propios judíos-.

Ucrania

Tampoco se atisba un escenario optimista

El fiasco de la contraofensiva ucraniana, que pensaba repetir, cuando no superar, el éxito de la que logró en el otoño de 2022, cuando superó a un ejército ruso noqueado por el fracaso de su invasión hacia Kiev, augura un segundo invierno difícil para la población ucraniana, que sufrirá meses de ataques y bombardeos a sus infraestructuras energéticas vitales, cuando no ofensivas exitosas del Ejército ruso en el frente de Donetsk, concretamente en Avdiïvka, que podría caer pronto en sus manos, y en el de Jarkov, con Kupiansk como objetivo.

El presidente ruso, Vladimir Putin, quien aspira en marzo a seguir hasta 2030 en el Kremlin, con lo que igualaría, cuando no superaría, en el poder a Stalin, se ve fuerte.

Tras purgar a los oligarcas críticos con las consecuencias de la invasión de Ucrania -casualmente proclives a tirarse por la ventana o a morir de infarto o de otro tipo de insuficiencias vitales- el antiguo miembro del KGB lograba sortear el órdago de su antiguo chef y líder de los mercenarios de Wagner. Yevgeni Prigozhin trató, con su marcha en junio hacia Moscú de dar un golpe de palacio, no quizás contra el propio Putin sino contra el Ministerio de Defensa.

Todo apunta a que, pese a ser secundado por los sectores más belicistas y halcones de Rusia, no contó en el último momento con el apoyo de generales como su amigo Sergei Surovikin. Conocido como el «carnicero de Siria» por el sitio a ciudades como Alepo, Surovikin estuvo meses desaparecido y se le ha visto, alicaido, paseando con su hija por un parque de Moscú.

Putin ha logrado asimismo sortear los efectos de las sanciones occidentales. Vendiendo, barato, petróleo y gas a espuertas a India y a China, las arcas públicas rusas aparecen bastante saneadas. Al punto de que ha logrado revertir la bajada del PIB y anuncia un crecimiento del 3% en 2024.

Más aún, con el apoyo militar de aliados como Irán y Corea del Norte, y con su propia producción y reproducción de arsenales (heredera de la época soviética), Rusia está en condiciones de mantener el pulso durante largo tiempo.

El que le falta a Ucrania. Tiempo y relevo de tropas. No solo, que también, por una simple cuestión demográfica. Rusia tiene 145 millones de habitantes frente a los 44 millones de ucranianos (de los que hay que excluir a los 8 millones de refugiados en Europa Occidental y en Rusia).

Y tiene a decenas de miles de ciudadanos de la Siberia profunda y del Cáucaso dispuestos a arriesgar sus vidas por salarios con los que no soñarían en sus pueblos de origen. Sin olvidar a los miles de presos movilizados por Wagner y otros grupos, liberados a cambio de ser carne de cañón en el frente ucraniano.

Y tiene, finalmente, a una mayoría de la población que se mueve entre una nostalgia imperial zaristo-soviética y una resignación relacionada con su percepción, acertada, de que nunca logrará el respeto de Occidente. Lo que le lleva, junto a la imposibilidad de que se visibilize oposición alguna a un régimen cada vez más autoritario, a un silencio, cuando no un apoyo, acrítico a Rusia contra Ucrania.

Frente a ello, esta cuenta con una población cansada que ora mira a Occidente como ese sueño al que teme que Rusia nunca les dejará llegar, ora al pasado con Rusia, con la URSS, como un mal menor frente a semejante desastre.

Agotamiento

Con miles de jóvenes en edad de combatir huidos -no pocos entre nosotros- para evitar una muerte o una mutilación casi segura, y sin descartar nuevos reveses militares, Ucrania trata por todos los medios de asegurarse el apoyo de EEUU (60.000 millones de dólares) y de la UE (50.000 millones de euros) amenazados respectivamente por los vetos de la minoría republicana y de Hungría. Todo apunta a que unos y otros cederán (pacto antiinmigratorio en Washington, desbloqueo de fondos de ayudas en Bruselas para Budapest), lo que puede dar unos meses de respiro el Gobierno del cada vez más contestado presidente ucraniano, Volodimir Zelenski.

A no ser que Occidente abandone a su suerte a Ucrania -atención a las expectativas electorales de Trump para volver a la Casa Blanca-, está claro que, como toda guerra, habrá un desenlace negociado. Porque la Rusia de Putin no tiene capacidad militar estructural para machacar a un Ejército ucraniano infusionado constantemente por la ayuda occidental y sabedor de que se juega su futuro como país.

El problema es qué país puede quedar en una guerra que es una amalgama dramática del frente de trincheras de la Gran Guerra y del choque de tanques de la II Guerra Mundial, y cuyas bajas, cuando se hagan públicas, nos pondrán los pelos de punta.

¿Está dispuesto o será forzado Kiev a renunciar a Crimea y asumir su anexión, histórica y estratégica, con Rusia y su flota del Mar Negro? ¿Asumiría un proceso de desmilitarización y de mediación en el Donbass rusófono de cara a un proceso de autonomía o autodeterminacion?

En ese caso, ¿serían esas cesiones ucranianas suficientes para que Rusia renuncie a su vez a su corredor entre la península crimeana y el Donbass y deje en papel mojado sus anexiones de las provincias de Jerson, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk? ¿Accedería a una Ucrania fuera de la OTAN pero en la órbita de la UE?

Desgraciadamente, quizás sea tarde para un acuerdo que pudo ser posible en 2022, cuando Rusia se dio cuenta de que su invasión no iba a ser un paseo-relámpago y Ucrania se creció con el impulso de Occidente y el éxito de sus primeras contraofensivas.

Taiwán

Puede parecer pronto para hablar de una posible guerra en Taiwán pero las inminentes elecciones en la antigua isla de Formosa, con los soberanistas como favoritos para reeditar victoria, y con los crecientes choques marítimos entre China y Filipinas, sin olvidar a Vietnam, sitúan al mar de China Oriental como el escenario de un posible conflicto entre las dos potencias que pugnan por la hegemonía mundial para mediados de siglo: EEUU y China, o viceversa.

El nacionalismo panchino, concretamente el agravio por las humillaciones a la milenaria China por las potencias coloniales europeas y asiáticas en los siglos XIX-XX, es el principal eje de la República Popular creada en 1949 por el maoísta PCCh. Y el liderazgo de Xi Jinping ha agudizado esa tendencia.

Hay quien alerta de que 2024 puede ser explosivo en esa zona del mundo, cada vez más central.

Litigios territoriales

La apelación a agravios no es exclusiva de Asia. El litigio histórico de Venezuela con Guyana por el territorio económicamente estratégico del Essequibo -como estratégico es el Mar de China Oriental y sus recursos- ha sido desactivado por el compromiso de ambas partes de no hacer uso de la fuerza.

Pero Caracas y Arau, capital de Guyana, no coinciden en un mecanismo de resolución del litigio.

África

Más allá de elucubraciones, como siempre África es la última referencia. Y eso que sufre guerras como la fratricida de Sudán entre el Ejército y el principal grupo paramilitar (FAR), que acaba de conquistar la ciudad de Wad Madani (400.000 habitantes más 1,8 millones de desplazados).

La ONU alerta de que, con 12.000 muertos, y 7 millones de desplazados y refugiados, la guerra en Sudán es la que más desplazados, 7 millones, ha provocado en 2023. 25 millones de personas necesitan ayuda urgente. Todo ello sin olvidar los golpes de estado vinculados a las guerras contra el yihadismo en África.

Sonará a resignación o incluso «kissingeriano», pero, a falta de capacidad para crear un mundo nuevo sobre un modelo agotado, o hay un consenso como el que en el siglo XIX en Viena gestó un orden mundial entre potencias, grandes, medianas y regionales,o nos asomamos al abismo.

En un Oriente Medio donde una catástrofe total en Gaza puede encender una guerra regional (atención al bloqueo hutí del estratégico Mar Rojo, o donde un desplome de Ucrania puede animar a Rusia a extender su área de influencia, o en..., pare el mapamundi circular y marque cualquier punto. Posiblemente acierte.