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Juan Bordera
Activista de Extinction Rebellion y coautor de ‘El final de las estaciones’

«Occidente es un adicto al petróleo postrado en una silla de ruedas»

Juan Bordera (Alcoi, 1984) no quiere sonar apocalíptico cuando habla del colapso climático pero cree que ha llegado el momento de pasar a la acción «para que se adopten de una vez las medidas necesarias que eviten agravar la situación».

Juan Bordera, Activista de Extinction Rebellion, es coautor del libro ‘El final de las estaciones’ (Imagen cedida por Juan Bordera)

Guionista, diputado en Les Corts por Compromís y activista de Extinction Rebellion, Juan Bordera es una de las 15 personas que ahora se enfrentan a penas durísimas por una protesta pacífica realizada en las escaleras del Congreso en 2022.

Pese a la incertidumbre que le provoca esta causa abierta, sabe por lo que lucha y lo defiende con pasión.

«Para mí es un honor pero no deja de ser contradictorio que se pida 21 meses de cárcel a unos científicos por un acto de desobediencia mientras los responsables de las empresas más contaminantes quedan impunes», subraya este empecinado ecologista.

Junto a los investigadores Antonio Turiel y Fernando Valladares, acaba de publicar ‘El final de las estaciones’ (Escritos Contextarios), un libro donde explican las razones del decrecimiento con cifras y argumentos que resultan arduos de rebatir. «Occidente es un adicto al petróleo postrado en una silla de ruedas», concluye.

El fiscal pide 21 meses de cárcel para cada uno de ustedes. ¿Esperaba esta decisión?

Lo que no esperaba es que en 2023 fuéramos a batir todos los registros climáticos negativos y nos acercáramos tanto al punto de no retorno. Sobre la petición del fiscal no sé qué decir. Será una molestia perder el tiempo con reuniones, juicios y abogados.

Pero me gustaría resaltar que no somos cuatro activistas, como algunos dicen con cierto desprecio.

Ahí están también Fernando Valladares, Jorge Riechmann y varios científicos del máximo nivel que se comprometieron a llamar la atención del resto de la comunidad, de la sociedad y, por supuesto, de los políticos que son los responsables de tomar las decisiones que eviten agravar aún más la emergencia climática en la que nos encontramos.

Por lo tanto, es un honor acudir a los tribunales por defender una causa tan justificada como esta. El colmo es intentar encarcelarnos por una supuesta acción de daños contra el patrimonio que no es tal. Hay un testimonio del primer perito en la vista oral que lo avala.

Pero esta decisión judicial parece un serio aviso a quienes luchan contra la crisis climática desde la desobediencia.

Lo que vemos es que la Justicia no solo es ciega sino también injusta y un tanto irracional. No se puede calificar de otra forma una causa abierta por reclamar el cumplimiento del consenso científico en relación al clima mientras los responsables de las empresas más contaminantes quedan impunes.

Lo triste es que esta decisión se toma en un contexto especialmente grave tras detectarse los primeros síntomas de ralentización de la corriente termohalina del Atlántico, el AMOC, que regula el clima del planeta.

 «El decrecimiento es una propuesta, la única viable diría yo, que ya no se puede negar»

El físico Stefan Rahmstorf, que es el mayor experto en corrientes oceánicas del planeta, dice que ha subestimado este problema y que está acojonado por su rápida evolución.

También el IPCC ha corregido a peor todos los cambios sobre el punto de no retorno y ha alertado de que vamos camino del colapso si no se reducen ya las emisiones de gases de efecto invernadero.

Ante estas evidencias, hay autoras de este organismo como Julia Steinberger y científicos de la NASA como Peter Kalmus que han decidido sumarse a estas acciones de protesta con el fin de provocar una reacción urgente contra esta dinámica destructiva.

¿Cree, entonces, que la política es parte del problema?

Una imagen muy nítida de lo que le está ocurriendo con la política está en EEUU donde este año tienen elecciones y tendrán que elegir entre un octogenario senil y otro cerca de los 80 entregado al fascismo. Es como optar entre Nerón y Calígula.

En el fondo, es una señal de la decrepitud que vive un sistema incapaz de hacer frente a los problemas complejos que nos asola como la transición energética o el modelo agroalimentario.

Es una cuestión con tantas derivadas que para abordarla con honestidad y transparencia se necesita del trabajo compartido de expertos en disciplinas tan dispares como la energética, la jurídica o la económica.

Y, por supuesto, requerirá de la participación ciudadana para que la solución no quede en una receta unidireccional llegada desde arriba, sino que sea un proceso de diálogo entre ese saber especializado y la aplicación real de sus propuestas. De ahí la importancia de abrir un urgente debate participativo entre la ciudadanía.

¿Le sorprende el optimismo que rodea la transición energética, tal y cómo se está abordando?

Sí. No somos conscientes de las limitaciones del modelo propuesto, de su precariedad y del choque civilizatorio que provoca su búsqueda de recursos. Me parece una mala receta. Pero es que, además, es la menos científica que hay porque su éxito depende de una serie de ‘milagros’ que no sabemos si llegarán algún día.

 «El sector primario sufre una crisis capitalista de manual y quienes lo espolean han encontrado una vía de escape enfrentando al campo con la ecología»

Por ejemplo, no tiene sentido apostar por una transición que sigue necesitando desarrollar las baterías de sodio, el hidrógeno verde o la captura de carbono en muy poco espacio de tiempo para alcanzar la mágica cifra de las emisiones netas cero.

Lo que en el fondo nos descubre todo esto es que se trata de un mantra muy conveniente para quienes nos proscriben por exigir una transición mucho más abrupta e integral.

El hidrógeno verde es presentado por algunas empresas y gobiernos como la panacea de la transición energética. ¿Se sobrestima su capacidad como energía limpia?

Sin duda. El capitalismo es experto en hacer la vista gorda en aquellas cosas que no le convienen. En este caso ha decidido defender una tecnología que aunque tiene su utilidad  en aplicaciones muy concretas, aporta pocos beneficios a gran escala.

Su técnica de producción no es nueva. Se conoce desde hace 25 años pero fue desechada porque el sistema apostó por el fracking al tener una rentabilidad mayor. Tan simple como eso.

Todos sabemos que en la generación del hidrógeno verde se desprenden moléculas muy volátiles que tienden a fusionarse con el carbono de la atmósfera y se convierten en metano.

Este proceso de conversión tiene un montón de pérdidas y no produce ni de broma la energía que proporciona cualquiera de las fuentes fósiles. Sólo es útil generarlo cuando tenemos un excedente energético disponible porque ha habido mucho sol y viento a la vez.

 «No apostamos por parchear la utilización de pesticidas o los precios sino por potenciar la transición a un sistema agroalimentario que tenga en cuenta los límites del planeta»

Esto se tendría que explicar pero para sus productores es más cómodo no hacerlo porque así evitan que se cuestione el modelo que tratan de vendernos. Por lo tanto, no tiene mucho sentido confiarlo todo a una tecnología que no ha cambiado prácticamente nada y que además, a día de hoy, sigue sin ser rentable y presenta derivadas peligrosas para el medio ambiente.

¿Tan importante es este negocio?

Sí. Tanto que puede hacer tambalear gobiernos, incluso a la propia civilización. Y nadie, ni siquiera esas grandes empresas beneficiadas del modelo, va a salir beneficiado a largo plazo.

Por supuesto, que hay que confiar en una cierta eficiencia energética y en una cierta innovación tecnológica pero también debemos plantear un cuestionamiento integral del sistema capitalista y proponer un cambio urgente a otro sistema, que igual no arregla el problema de raíz pero marcará una inercia para reducir el impacto de lo que viene.

 «Lo que no esperaba es que en 2023 fuéramos a batir todos los registros climáticos negativos y nos acercáramos tanto al punto de no retorno»

De todas las maneras, no hay nada más inseguro para las empresas que estar en la cima de una pirámide que se está derrumbando. Lo que no pueden negar es la situación en la que nos encontramos.

El libro ‘El final de las estaciones’ comienza con una guerra como la de Ucrania y concluye con la de Gaza. ¿Qué salida cabe esperar a esta crisis ecológica y energética si sigue gestionada desde el capitalismo?

Crecer al 3% anual en un momento en el que los recursos están menguando sólo puede lograrse robando al vecino. No hay otra forma. ¿Y cómo se hace? Pues provocando conflictos como el de Ucrania o Gaza. O el que mantiene el Estado francés en África.

Veremos cómo acaban todo lo que están ocurriendo en el Congo donde hay unos enfrentamientos muy serios por controlar recursos como el cobalto, un mineral clave para esta transición energética verde y que va camino de teñirse de un dramático color rojo sangre.

Lo preocupante, en mi opinión, es que poco a poco va permeando la idea del sálvese quien tenga en el inconsciente colectivo, que es lo que está empujando a las sociedades hacia el fascismo.

 

«Lo que vemos es que la Justicia no solo es ciega sino también injusta y un tanto irracional»

Por eso digo que el éxito de las políticas de extrema derecha no es casual en un continente como el europeo, cada vez más amurallado y con estas fronteras cada vez más policiales. La xenofobia en los partidos políticos gana peso porque la receta que propone Europa para alcanzar la victoria es a través de la mejora a la fuerza de los nichos de mercado para seguir lucrándose.

En otro de los capítulos entrevista a Dennis Meadows, una de las mayores eminencias científicas sobre los límites del crecimiento. ¿Se ha llegado a esa frontera crítica que predijo hace 50 años?

Es una pregunta difícil de responder porque hay demasiadas variables que desconozco en profundidad y habría que tener en cuenta. Para haber tenido alguna oportunidad de haber frenado a tiempo el declive de la civilización deberíamos haber iniciado la transición energética global hace 20 o 30 años porque hay una serie de inercias de retroalimentación sistémica que son difíciles de parar a estas alturas.

Desde mi punto de vista, la crisis climática va a ponernos de rodillas antes que la crisis energética. Hemos visto lo que ha pasado en Grecia, que dos semanas después de tener el mayor incendio de la UE sufrió la inundación más devastadora. O Libia. O el Mediterráneo, convertido en una gran balsa de gas líquido sometido a temperaturas cada vez más bestias y patrones insólitos de lluvias.

Los límites del crecimiento podrán estirarse un poco en función de los países que dejen fuera de su particular circuito del desarrollo pero Occidente no va a cambiar. Es un adicto al petróleo postrado en una silla de ruedas.

También abordan las críticas que reciben por utilizar las anomalías climáticas para imponer la agenda del decrecimiento. ¿Qué opina?

Ese es el temor de la mayoría de la clase política y de los grandes poderes económicos. ¡Qué ironía que el poder hable de imposiciones por parte de cuatro gatos! Ellos, todos educados en las mismas escuelas y bajo idénticos patrones de pensamiento. Empiezan a ver el elefante del decrecimiento en la habitación. Y lo temen mucho porque cuestiona el modelo entero y plantea uno nuevo en donde no sabrían funcionar.

«No tiene sentido apostar por una transición que sigue necesitando desarrollar las baterías de sodio, el hidrógeno verde o la captura de carbono»

El decrecimiento es una propuesta, la única viable diría yo, que ya no se puede negar. Ante estas reacciones parece claro que han dejado de ignorarnos y hemos entrado en la fase de la burla. Eso significa que estamos ganando. Hemos conseguido que nuestros discursos se escuchen en foros, como hace unas semanas hizo Jorge Riechmann, como el Parlamento Europeo.

Es decir, vamos sumando gente que sepa jugar con un pie en la lucha de la desobediencia civil y con el otro metido en los medios de comunicación, en las instituciones, para intentar generar nexos que rompan los techos de cristal del decrecimiento. Hay una verdad inexorable y es que tenemos razón aunque, desgraciadamente, el tiempo se agota. Por eso, el movimiento internacional de desobediencia es cada vez mayor.

La oleada de protestas de agricultores refleja la dificultad de llevar a cabo una transición ecológica del sector con los postulados económicos actuales. ¿Le preocupa la oposición que algunos sindicatos han mostrado a las políticas ‘verdes’?

El sector primario sufre una crisis capitalista de manual y quienes lo espolean han encontrado una vía de escape enfrentando al campo con la ecología. De nuevo aquí se está intentando imponer el marco discursivo anhelado por la ultraderecha y ha calado en una parte de los sindicatos, en algunos partidos políticos y en los medios mainstream.

«Hay que confiar en una cierta eficiencia energética y en una cierta innovación tecnológica pero también debemos plantear un cuestionamiento integral del sistema capitalista»

Quienes fomentan ese choque buscan esconder un modelo que beneficia a cuatro gatos, que destroza el equilibrio ecosistémico, deteriora los recursos básicos y fractura la vida precaria de las agricultoras y de los agricultores.

La propuesta de los movimientos con conciencia climática es íntegra. No apostamos por parchear la utilización de pesticidas o los precios sino por potenciar la transición a un sistema agroalimentario que tenga en cuenta los límites del planeta y que necesariamente exige cambios profundos en relación a los tratados de libre comercio, a la gestión del agua, a la cadena suministro alimentario y a una agricultura libre de organismos modificados, rural y respetuosa con el medio ambiente.

Hablamos de modificar un sistema que sólo reporta grandes beneficios a las grandes multinacionales como Bayer, Monsanto, Carrefour o Nestlé, que intentan esconder la gravedad del problema. En Euskal Herria, los agricultores han bloqueado centros como Mercadona, que son quienes realmente se lucran con este sistema.