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Chuck Palahniuk
Escritor

«Nuestras vidas y nuestra intimidad se han convertido en mercancías»

Nacido en Washington, en 1962, la publicación de ‘El club de la lucha’ a finales de los 90 lo convirtió en uno de los puntales literarios de la Generación X, una etiqueta de la que reniega, del mismo modo que tampoco se considera un autor ‘de culto’. ‘La invención del sonido’ es su nueva novela.

El escritor Chuck Palahniuk. (Adam LEVEY)

‘La invención del sonido’ narra dos historias en paralelo, la de un hombre al borde de la locura que vive obsesionado por encontrar a su hija, desaparecida hace diecisiete años, y la de una joven que vive de crear efectos de sonido para filmes de terror, cuya perfección radica en la autenticidad de los gritos registrados. Del encuentro entre ambos emerge una trama desasosegante donde, al igual que en otras novelas de Palahniuk se reflexiona sobre la mercantilización de las emociones y sobre la realidad como artificio.

Usted es uno de los máximos exponentes de esa corriente literaria que se ha dado en llamar ‘escritura peligrosa’. ¿Es una denominación en la que se reconoce?

Es un concepto que fue patentado por Tom Spanbauer, un escritor al que yo siempre he considerado mi maestro. La teoría de Tom era que los escritores rara vez encuentran un editor o lectores, que el hecho de escribir ha de ser su propia recompensa. Por tanto, el escritor debe buscar un problema personal no resuelto y explorarlo dentro de una historia. De esa manera, aunque no consiga nunca publicar lo que escribe, la escritura le habrá servido para confrontarse con un conflicto íntimo y resolverlo.

¿Desde qué lugar escribe usted? ¿Desde la rabia, desde el dolor, desde la desesperación o desde la reflexión?

Tom dijo que todos los escritores crean personajes a partir de un corazón roto, y yo estoy de acuerdo. Un corazón roto es el mejor lugar para empezar una novela y creo que de ahí nacen todas mis novelas.

«Un corazón roto es el mejor lugar para empezar una novela y creo que de ahí nacen todas mis novelas»

En el caso concreto de ‘La invención del sonido’, resulta inquietante cómo explora la conversión del dolor en espectáculo y la monetización del sufrimiento. ¿Qué le interesa de este tema? ¿Cuál fue el punto de partida o de inspiración para esta novela?

Arranca de una reflexión que tuve hace años viendo esos programas de televisión sobre mejoras para el hogar. En todos ellos, el concepto de hogar se diluía frente al de casa: cualquier reforma o decoración que se emprendía en esos programas estaba encaminada no tanto a mejorar la experiencia de quienes habitaban ese espacio como a revalorizar la casa como escenario y como producto. En los últimos años, nuestras vidas y nuestra intimidad se han convertido en productos, en mercancías. Esto lo vemos en la pornografía y en cómo se comercializan los datos. A partir de ahí imaginé una sociedad donde nuestro último grito de agonía fuese también susceptible de ser convertido en mercancía. Esa es la idea que está detrás de ‘La invención del sonido’.

No es la primera vez que en una de sus novelas se adentra en la industria del espectáculo y, más concretamente, de Hollywood. ¿Hasta qué punto ambientar sus historias en estos escenarios obedece a un deseo por reflexionar sobre la realidad, asumida esta como artificio?

Cuando comencé a publicar, a viajar y a vivir de la literatura, una de las primeras cosas que descubrí es que el hecho de que te consideren una figura pública lleva aparejada una exigencia de que recopiles y vendas los detalles de tu vida privada. Hace años pensaba, ingenuamente, que aquellos que acudían a un programa de entrevistas en televisión, lo hacían porque se sentían a gusto con tal o cual presentador o porque les agradaba salir en la tele. Ahora sé que para mantener una carrera, los escritores (lo mismo que los directores o los actores) se ven presionados para comercializar sus sentimientos y emociones.

Portada de ‘La invención del sonido’, de Chuck Palahniuk.

Muchos de los protagonistas de sus novelas tienen esa pulsión por habitar una realidad alternativa como reflejo de la frustración que les produce el mundo real. ¿Es un sentimiento que usted, como autor, comparte?

Yo creo que hay otra manera de verlo: todos ocupamos una realidad alternativa. El maestro de Tom Spanbauer, el famoso editor Gordon Lish, habló de ‘falacia imitativa’ para desechar la idea de que todos estamos en el mundo de la misma manera. Ciñéndonos a la narrativa, Lish decía que un hombre de dos metros de altura puede ser descrito de mil maneras distintas, dependiendo de la percepción del autor o de la experiencia y el punto de vista del personaje que lo percibe.

Mis personajes simplemente ocupan un plano separado de la realidad para reflejar cómo se vive en mundos ligeramente diferentes. Aquellos que se refieren al ‘mundo real’ lo que hacen es asumir que su propio mundo es el ‘normal’.

En ese plano separado de la realidad en el que vive Mitzi, la protagonista de ‘La invención del sonido’, ella crea sus performances criminales bajo el efecto de unas pastillas que la vuelven amnésica. ¿Hasta qué punto este personaje encierra una metáfora sobre el modo en que gestionamos hoy en día la culpa?

Todos disfrutamos de cierta negación o amnesia cuando compramos carne. O cuando compramos productos que sabemos que están hechos por personas que sufren. O cuando utilizamos productos que sabemos que destruyen el medio ambiente. Mis personajes son más honestos que la mayoría de las personas reales. Mis personajes sufren por sus pecados. En nuestra sociedad, en lugar de afrontar la culpa, la mayoría preferimos ignorar ese sentimiento.

Hay quienes han destacado el componente alegórico de sus novelas afirmando que éstas más que novelas son fábulas. ¿Está de acuerdo?

Cuando se habla de que una novela es alegórica lo que se está haciendo es validar un único modo de percibir la realidad. ¿Acaso todas las novelas deben representar un punto de vista similar? Y de ser así, ¿cuál sería ese punto de vista que definiría la realidad? ¿el tuyo? ¿el de una persona negra? ¿el de un gay? Descartar novelas aduciendo a que son ‘poco realistas’ conlleva el riesgo de limitar lo que puede dar de sí una novela. Personalmente, yo nunca leería una novela aburrida. Una historia realzada y exagerada siempre llama más mi atención que un relato que se justifica por su fidelidad a las rutinas de lo real.

«Todos disfrutamos de cierta negación o amnesia cuando compramos carne. O cuando compramos productos que sabemos que están hechos por personas que sufren»

Justamente eso quería plantearle, el hecho de que las fábulas poseen un componente moralizante que en sus novelas no está presente. ¿No se siente legitimado a juzgar a sus personajes?

No, no me gusta juzgar a mis personajes, simplemente les confiero libertad total para que se comporten como ellos consideren que deben hacerlo. En este sentido, no me reconozco en esa etiqueta de fabulador, pero sí que puedo admitirla si al hablar de fábula lo que se pretende poner el foco en el carácter legendario de algunas de mis narraciones.

Pienso que se trata de un elemento que mejora cualquier novela, basta con acudir a algunos de los libros más asombrosos de la historia reciente para constatarlo. Pienso en títulos como ‘El amor en tiempos de cólera’ o ‘Como agua para chocolate’.

¿No cree que los lectores cada vez demandan más certezas y que eso juega en contra de los autores de cara a cultivar esa ambigüedad que usted maneja en sus novelas?

Creo que los lectores aceptan gustosos cualquier cosa que esté bien escrita y que presente una idea nueva. Durante demasiado tiempo, la ficción literaria ha menospreciado la trama y, en cambio, ha obligado al lector a aceptar novelas largas y aburridas en las que sucede muy poco. Mientras el personaje esté en acción, realizando acciones físicas, el lector permanecerá interesado.

¿Qué relación mantiene usted con sus lectores?

Mantengo un Substack y doy dos talleres presenciales cada semana. Adicionalmente, cada año suelo realizar una o dos giras de promoción gracias a las cuáles conozco a decenas de miles de personas presencialmente. Todo esto creo que estrecha mi vínculo con los lectores, a quienes me precio de conocer bien.

Sin embargo, sobre usted siempre ha pesado la etiqueta de ser un autor para minorías, eso que llaman ‘un escritor de culto’.

Yo reservaría esa etiqueta para los autores de libros religiosos, de textos que pretenden aleccionar al lector. Ellos son los auténticos escritores ‘de culto’.