La revolución de trabajadores y soldados que cambió Portugal
La Revolución de los Claveles, en su génesis misma, fue una revolución internacional, el fruto de la combinación de la revolución anticolonial africana y del creciente hastío de los portugueses hacia un régimen fascista que no tenía sentido para los más jóvenes.
Resulta curioso, la participación en el Festival de Eurovisión fue clave en la revolución que fulminó décadas de fascismo en Portugal. En 1974, el país luso fue representado por la balada “E Depois do Adeus”, solo obtuvo 3 puntos y quedó igualada en último puesto, eclipsada por el cuarteto sueco ABBA que arrasó con su canción “Waterloo”. Pero a diferencia de la balada de Paulo de Carvalho, ABBA nunca desencadenó una revolución.
Presentada por una palabra en clave del locutor, sonó en una de las cadenas de radio de Lisboa a las 22:55 del 24 de abril de 1974. No levantó ninguna sospecha, no era una canción de protesta, no era un himno de la revolución como “Grândola, Vila Morena” del cantautor José Zeca Afonso, que también sonó esa noche, a las 00:25 en Rádio Renascença, tras haber sido prohibida durante años. Pero era la señal que el Movimiento de Capitanes, un grupo de oficiales del ejército, en su mayoría de entre 20 y 30 años, había estado esperando para derrocar, en 24 horas, al régimen fascista que había estado en el poder desde 1926, ayudado por una brutal policía secreta que torturó y mató a sus oponentes.
Planificada en África
Un golpe de Estado en 1926 trajo la dictadura a Portugal, que fue gobernada con puño de hierro por António de Oliveira Salazar. Después de sufrir un derrame cerebral en 1968, fue reemplazado por el exministro de su gabinete Marcello Caetano, pero el estado autocrático, el Estado Novo, sobrevivió durante seis años más, aferrándose a sus colonias mucho después de que otras potencias europeas hubieran abandonado las suyas.
La descolonización fue fundamental para la misión progresista de los capitanes en 1974. Muchos de ellos habían servido en las despiadadas y prolongadas campañas militares de Lisboa contra los movimientos independentistas en Angola, Mozambique y Guinea Bissau, guerras inútiles e indefendibles, libradas a expensas del sacrificio de miles de jóvenes portugueses. Fueron esos soldados los que tomaron en sus propias manos los esfuerzos de descolonización. De hecho, gran parte de la planificación de la revolución se llevó a cabo fuera del país, en Angola y Mozambique.
Tras el 25 de Abril vino una transición frágil e incierta; porque como afirmó Hannah Arendt en su ensayo “Sobre la revolución”: «Ninguna ha resuelto jamás la ‘cuestión social’, ni ha liberado a los seres humanos del predicamento de la miseria».
La Revolución de los Claveles fue también la culminación de una larga serie de intentos de golpes de estado y revueltas populares. Tuvo éxito gracias a una combinación de planificación cuidadosa, coraje y suerte. Los golpes militares del siglo XX tendían a ir acompañados de ejecuciones, torturas y represión brutal, más que de claveles y canciones populares. Como en Chile, donde Salvador Allende fue derrocado violentamente en septiembre de 1973. La Revolución de los Claveles de Portugal, que tuvo lugar la primavera siguiente, fue una gloriosa excepción a esta triste regla.
Los claveles rojos llegaron a los cañones de los fusiles en medio de la euforia en las calles. Era hermoso ver a los trabajadores de los astilleros desfilar en Lisboa con cascos y ropa de trabajo junto a los soldados en uniforme, como una orgía de libertad. Había manifestaciones casi todos los días, la gente ocupó la tierra y las fábricas. Habían estado en silencio durante 50 años, ahora tenían el poder, hasta cierto punto, en las calles y en las fábricas. La policía era casi inexistente en ese momento, pero Lisboa era increíblemente segura, con una atmósfera muy amable, sin miedo. Los portugueses empezaron a confiar en sí mismos.
Ola revolucionaria europea
La Revolución de los Claveles provocó tensiones entre Portugal y EEUU, ya que Washington creía que una victoria comunista era inminente. Hizo que la clase dominante europea temiera que el Mediterráneo se volviera rojo. El franquismo seguía ahí, aunque acosado por la resistencia vasca y las huelgas parecía a punto de derrumbarse. Otros ejércitos europeos estaban cada vez más inquietos. En Italia, más de mil soldados, uniformados y con pañuelos tapándose el rostro, se manifestaron en apoyo de los trabajadores y soldados portugueses.
La élite huyó de Portugal, incluida la familia Espirito Santo Silva (fundadores del Banco Espirito Santo) y muchos de los banqueros y partidarios de la dictadura fascista. Todo el aparato de seguridad del Estado quedó paralizado; cientos fueron detenidos y otros huyeron.
La de los Claveles fue otro ejemplo de la «ola revolucionaria» que recorrió Europa durante las décadas de 1960 y 1970, promoviendo nuevas visiones del mundo y contribuyendo al cambio social. Tuvo un enorme impacto y pareció compensar, de alguna manera, el dramatismo del golpe de Estado de Pinochet en Chile. Los jóvenes europeos iban a Lisboa a hacer «turismo revolucionario», a «ver la revolución». También impactó en comunidades y estados vinculados a la historia portuguesa, en los llamados «países del Este», y en los que apoyaron el colonialismo portugués: la Sudáfrica del apartheid, Rhodesia del Sur, el Brasil de los militares y la España franquista.
Pero muy pocos, al menos en las comunidad diplomática, sabían quiénes eran aquellos jóvenes oficiales, apenas conocían a su figura más emblemática, Otelo Saraiva de Carvalho, no sabían qué querían y cuál era su orientación ideológica. Eran completos desconocidos que planearon su revolución en secreto, asumieron el poder con un golpe relámpago y con muy pocas bajas.
Sus colonias eran más de diez veces más grandes que el propio Portugal y sus tropas habían estado luchando contra obstinadas guerrillas africanas durante años. Los soldados seguían muriendo y no parecía haber un final a la vista. El esfuerzo de guerra le costaba al país mucho dinero, que podría destinarse a aliviar la pobreza acuciante. Y es que, a principios de la década de 1970, con 9 millones de habitantes, Portugal era el país menos desarrollado y la dictadura más antigua de Europa. La mayoría de la población no tenía frigorífico, teléfono ni bañera, y se necesitaba una licencia para poseer una radio.
La dictadura fascista cayó al día siguiente. Si bien los militares pidieron que la gente se quedara en casa, las grandes manifestaciones del 1 de mayo de 1974 demostraron que el golpe se convirtió en revolución, primero democrática pero luego social, incluso socialista.
Cambios radicales y tensión El Movimiento de las Fuerzas Armadas, como se conocía formalmente a los capitanes, continuó desempeñando un papel rector en la agitación popular que siguió al 25 de Abril. Detuvieron los intentos de António de Spínola, un general conservador al que instalaron como presidente en lugar de Caetano, por frustrar la descolonización. Y en marzo de 1975, seis meses después de que renunció a su cargo, frustraron un contragolpe de los partidarios reaccionarios de Spínola.
El fracaso de ese contragolpe empujó al gobierno interino a implementar cambios radicales, incluidas nacionalizaciones de la industria y las finanzas. Este fue un período de gran tensión, huelgas e inmensas protestas en las calles. La democracia desde abajo floreció. La gente aprendió a gobernarse a sí misma y generó nuevas organizaciones arraigadas donde vivían y trabajaban. Las comisiones de trabajadores y las comisiones de residentes surgieron por miles. Los trabajadores se hicieron cargo de la gestión de más de mil centros de trabajo. Muchas eran autogestionados y otras dieron un paso más y asumieron la propiedad, pasando a ser cooperativas.
Tuvo un programa sencillo, de «tres Ds»: Descolonizar, Democratizar y Desarrollo. Sobre todo, era poner fin a casi catorce años de guerra colonial que no se podía ganar, que aisló a Portugal, que quemaba la mitad del presupuesto del Estado y empujaba a la juventud al exilio.
Aunque en términos generales era socialista, el movimiento de los capitanes no tenía una agenda ideológica claramente definida. Un intento en noviembre de 1975 de una facción comunista de tomar el poder, apoyada por paracaidistas rebeldes, llevó al país al borde de la guerra civil y la bancarrota. Fue frustrado y Portugal tomó a partir de entonces un camino, digamos, más moderado. El 25 de abril de 1976 se celebraron las primeras elecciones democráticas con sufragio universal. El Partido Socialista, respaldado por EEUU, la CIA y otros, obtuvo la mayoría de votos.
Interacción y recordatorio
La interacción de trabajadores y soldados fue, y seguramente sigue siendo, una dimensión vital para quienes intentan derrocar el fascismo. Ya se lo dijo Friedrich Engels a Karl Marx el 26 de septiembre de 1851 cuando le escribió que «un ejército desorganizado y una completa ruptura de la disciplina han sido la condición y el resultado de toda revolución victoriosa». Otro debate distinto es que la democracia representativa sea el único y último destino de la revolución. Y que en el caso de Portugal se pueda sostener que la representativa derrotó a la democracia directa.
Cincuenta años después, hoy se volverán a cantar canciones revolucionarias en las celebraciones del aniversario. Pero las elecciones del mes pasado dejaron un recordatorio amenazante: el partido de extrema derecha Chega, que adoptó el lema del dictador Salazar «Deus, Pátria e Família» agregando la palabra «trabalho», cuadruplicó su representación. Durante décadas, se creyó que la experiencia de la dictadura había vacunado a la política portuguesa. Pero como en el resto de Europa, la extrema derecha moderna ya no se ve limitada por los oscuros recuerdos del pasado.