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Las heridas abiertas de los suburbios del sur de Beirut

Blanco del Ejército israelí hasta el mismo momento del alto el fuego, Beirut por fin respira. Los residentes de los suburbios del sur regresaron a sus barrios para descubrir un paisaje apocalíptico. Sin embargo, miles de partidarios de Hizbulah reclamaron la victoria sobre las ruinas de su ciudad.

Residentes vuelven a los barrios del sur de Beirut tras el alto el fuego. (Alexandra HENRY)

Líbano tembló hasta el final. El martes, cuando los rumores de un alto el fuego largamente esperado se acrecentaban, el Ejército israelí intensificó su violencia.

Mientras las imágenes de los bombardeos de Nabatieh, Tiro, Baalbek, Saida y Naqoura inundaban las redes, Beirut vivió su día más violento.

Las incesantes órdenes de evacuación ya no se limitaban a los suburbios del sur, conocidos como Dahieh. Poco antes del anochecer, varios distritos del centro de la capital se encontraron en el ojo del huracán. Las escenas de caos que siguieron son difíciles de describir: atónitos, los habitantes de Beirut abandonaron sus barrios en masa, provocando atascos enormes.

Al mismo tiempo, el primer ministro israelí confirmó la aprobación por parte de Israel del alto el fuego propuesto, que se había fijado para las 10 de la mañana del día siguiente, pero que finalmente se adelantó a las 4 de la madrugada. Fue precisamente a esa hora cuando cesó el estruendo de las bombas.

«Una gran victoria»

A primera hora de la mañana, Beirut respiraba de nuevo: por todas partes, vehículos sobrecargados partían hacia el sur del país. En los suburbios del sur de Beirut, acordonados por Hizbulah desde hace varios meses, el panorama es apocalíptico. Es imposible caminar más de 50 metros sin ver un edificio destruido o caído. Casi todas las fachadas de las tiendas han saltado por los aires a causa de las explosiones, y los escombros y cristales rotos ensucian el suelo a lo largo de kilómetros.

A veces, el peligro está ahi mismo: edificios que penden de un hilo y amenazan con derrumbarse rondan Dahieh, cubierta por un velo de muerte.

Hasta que, de repente, sobre ciclomotores, cientos de partidarios de Hizbulah y de su aliado chií Amal irrumpieron en Dahieh, sumiendo el barrio en una cacofonía ensordecedora.

Hassan, de 32 años, había dejado su piso a finales de septiembre. El edificio en el que vivía se derrumbó, junto con las pocas posesiones que tenía. Pero no se rinde: «Reconstruiremos, como siempre hemos hecho. Estoy vivo, y lo que es mejor, la resistencia sigue ahí», proclama.

A su alrededor, decenas de personas gritan las alabanzas de Hassan Nasralah. «Es cierto que las pérdidas son enormes. También lo es que el sur del país, la Bekaa y Dahieh están muy dañados, pero seguimos en pie. Los soldados israelíes no tuvieron éxito en su plan de llevar al país a la guerra civil, como tampoco lo han tenido en la invasión de Líbano. Hoy se retiran porque se han dado cuenta de que no pueden hacer nada a pesar de su poder y el de sus aliados. Somos los vencedores», proclama.

Por sorprendente que parezca, casi nadie es derrotista. Las sonrisas de hombres y mujeres libaneses inundan las calles de Dahieh, a pesar del persistente olor a quemado.

Ali, de 19 años, dice sentirse aliviado: «Es un día muy importante, no solo para los partidarios de Hizbulah. Es una gran victoria para el país, los hemos enviado a casa. Hizbulah no es un grupo terrorista, es un movimiento armado que practica la autodefensa. La prueba: en ningún momento sus combatientes han atacado deliberadamente a civiles en Israel, ¡mientras que aquí han perdido la vida miles de mujeres y niños inocentes!».

A su lado, un joven coincidía: «Los israelíes atacan a civiles en Gaza, Siria, Yemen y Líbano y llevan demasiados años violando el derecho internacional en todas partes. ¡Son el peligro regional! Y estamos orgullosos, gloria a nuestros combatientes».

 

Por sorprendente que parezca, casi nadie es derrotista. Las sonrisas de hombres y mujeres libaneses

 

En el distrito de Zaafat, decenas de personas emocionadas tomaron asiento, con las banderas ondeando al viento. Los retratos del ex secretario general de Hizbulah, Hassan Nasralah, están por todas partes. «Esperamos rendirle el homenaje que se merece, y un funeral internacional. Fue un gran hombre que murió entre los suyos», comenta una mujer de unos sesenta años, rodeada de sus hijas.

A pocos metros, jóvenes con pasamontañas disparan armas automáticas desde hace varias decenas de minutos. Por toda la capital, un diluvio de balas hendía el cielo, pero nadie se preocupaba. «Un alto el fuego libanés», ríe un hombre de unos cincuenta años, llevando a su hija del brazo.

A lo largo del día, Hizbulah reivindicó, a través de un comunicado de prensa, que había «obtenido la victoria» sobre Israel, quien «no ha podido sacudir su determinación ni doblegar su voluntad», y enumeró los resultados de su guerra contra el Estado hebreo.

Para los habitantes de Dahieh sin embargo, una vez pasada la euforia del alto el fuego, es probable que esta victoria les sepa a ceniza durante mucho tiempo.

Adeel, una joven treintañera, es un poco menos optimista que sus compañeros:

«El cansancio, después de meses de bombardeos, empezaba a ser difícil de soportar. Estoy muy contenta. No sé si podemos llamarlo victoria, dadas las pérdidas, pero sí, lo es en cierto modo», dice entre carcajadas. Para acabar concluyendo: «Espero que el alto el fuego dure más de sesenta días, si Dios quiere, para que podamos reconstruir nuestros hogares y nuestras vidas».