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50 años de Fantozzi, inolvidable reflejo del empleado alienado y servil

El 27 marzo de 1975 se estrenó una película que en Italia se ha convertido en retrato perfecto de la esencia humana y las condiciones laborales. Torpe, ingenuo, desencantado, este pequeño burgués «hoy día sería un privilegiado» en cualquier caso, según su inventor, Paolo Villaggio.

Fantozzi, con su mujer e hija.
Fantozzi, con su mujer e hija. (Desconocido | Dominio Público)

«Despertador y café, barba y bidé: venga, que sino pierdo el tranvía». La rutina cualquiera de un hombre cualquiera, más exactamente de un empleado cualquiera, minúsculo átomo de una empresa enorme, gigantesca.

Ugo Fantozzi, personaje de fantasía y al mismo tiempo representación perfecta de un estereotipo que funcionaba ya hace medio siglo y que de alguna manera sigue vigente hoy día. Un hombre servil, torpe, dispuesto a todo para dar un giro a una vida gris, pero que al final no lo consigue o cae en la cuenta de que no hay forma de cambiar nada.

Pequeño burgués trágico transformado en una máscara cómica, grotesca, exagerada: una figura de culto malgré lui, se podría decir, «a pesar de él». Y protagonista de la saga más longeva del cine italiano, cuyo primer episodio fue estrenado exactamente hace 50 años, el 27 de marzo de 1975.  

Paolo Villaggio, genio y figura

‘Fantozzi’ es una peli que tiene un plus: se ha convertido en una palabra del vocabulario. Tal como felliniano (algo sugestivo mirando al pasado, que parece un sueño), paparazzo (el fotógrafo molesto) o spaghetti western (película de vaqueros donde no siempre «el bueno es bueno»). Copiamos y pegamos del diccionario de la lengua italiana la definición del adjetivo fantozziano: «Con respecto a las personas, alguien que sea extremadamente torpe y servil hacia quien ocupe un cargo superior».

‘Fantozzi’ se ha convertido incluso en una palabra del vocabulario, como ‘felliniano’ o ‘paparazzo’

 

Definir ‘Fantozzi’ como «película de culto» es casi redundante, aunque solo sea porque probablemente fue la primera en promover el «turismo de cine», atrayendo a los espectadores a visitar los lugares donde fue grabada, sobre todo Roma.

Hay que ver, por ejemplo, la placa colocada en el balcón en Viale Castrense, barrio Tuscolano, desde donde este personaje salta para coger al vuelo el bus que llega repleto de gente. «No lo he hecho nunca, pero lo he soñado siempre», es la frase pronunciada por Ugo Fantozzi cuando le explican que no tiene el físico necesario para ciertas hazañas.

 

 

Servil, torpe y de alguna manera también soñador o ingenuo, idealista. Fantozzi encarna de manera profunda una cierta mentalidad seguramente general y sin duda italiana. Un personaje universal y, por ello, de éxito: reconocible pensando que es el vecino cuando en realidad se trata de un autorretrato. Cada uno de nosotros, en una parte de la vida al menos, ha sido Fantozzi.

Todo esto es una comedia por momento simplemente hilarante. Una peli que nace como trasposición a la pantalla de una serie de libros escritos por Paolo Villaggio, figura única en el mundo artístico italiano del siglo XX: genovés, hincha acérrimo de la Sampdoria («No creo en Dios, pero creo en la Samp», declaró cuando el equipo de Vialli y Mancini ganó la Liga italiana en 1991), amigo íntimo del cantante Fabrizio De André, para quien escribió el texto de una de sus primeras canciones, la «irreverente» ‘Carlo Martello ritorna dalla battaglia di Poitiers’...

 

 


Ugo Fantozzi nace como personaje literario, una invención o quizás un traslación de lo vivido por Villaggio como trabajador en la Italsider, uno de los colosos empresariales privados italianos. A partir de ahí el contable servil se convirtió en su alter ego sobre papel, primero en las páginas del semanal ‘L'Europeo’ y luego en unos libros compuestos de capítulos breves a modo de sketches, cuentos cortos que recordaban a los del ruso Gogol.

En una especie de efecto dominó, el Fantozzi de papel se convirtió en rostro televisivo, con Villaggio invitado a programas de éxito para interpretar a su «héroe» y luego directamente al cine (donde ya tenía algunas experiencias como intérprete de cabaret y en algunos filmes) gracias a otra conexión fundamental: la editorial de ‘L'Europeo’, Rizzoli, era también una productora de películas, entre otras las de Fellini.

Solo faltaba encontrar un equipo de trabajo para acompañar este sprint de Villaggio, designado para encarnar al contable Ugo Fantozzi. Empezando por el director, Luciano Salce, una de las mentes más brillantes de la era de la ‘Commedia all'italiana’, y los guionistas Leo Benvenuti y Piero De Bernardi, otros pesos pesados de aquellas pelis que trataban de forma agridulce los temas más complicados.

Felpudo del Poder

En última instancia, ¿de qué trata ‘Fantozzi’ entonces? El mínimo común denominador de los sketches es este contable que es también la voz en off que comenta. El inicio dice ya mucho sobre la exageración como hilo conductor del mundo de Fantozzi. Su mujer Pina telefonea a la ItalPetrolCemeTermoTessilFarmoMetalChimica, esta multinacional conocida también como la MegaDitta, la ‘MegaEmpresa’: lamenta que su marido no ha vuelto a casa hace 18 días. Después de una rápida revisión de la ‘Oficina de los empleados desaparecidos’ se detecta que ha sido emparedado vivo en los baños, durante unas reformas.

Nadie se había dado cuenta de su ausencia, así que nadie le hace caso cuando vuelve a su despacho en el ‘Ufficio Sinistri’, ‘Oficina Siniestros’. Fantozzi finalmente descansa y puede dormir, y allí empieza realmente la peli, dejándonos con la duda de si acaso no ha sido realmente solo un sueño.

Los episodios representan la vida del ragioniere, del contable, tanto en el puesto de trabajo como en el tiempo ocio. Muy eficaces las escenas donde es acorralado por «la nube del empleado», que hace que la lluvia caiga solamente por encima suyo mientras a su lado sigue el sol, o la obsesión para adelgazar, muy típica de la pequeña burugesía centrada en el aspecto exterior.

En su familia la situación no es mejor. Además de su mujer Pina, una ama de casa no muy atractiva, Fantozzi tiene una joven hija feísima, Mariangela: tan exageradamente fea que es interpretada por un hombre, un chaval por aquel entonces (Plinio Fernando). Todo hiperbólico, rozando el bodyshaming.

Fantozzi «descubre la verdad» después de haber conocido a Folagra, un empleado simpatizante de izquierdas que le abre el mundo de «los libros prohibidos»

 

En general Fantozzi es un felpudo para el Poder. Rodeado de otros felpudos similares, que hacen del piropo hacia los jefes casi una obra de arte. Es fundamental en este sentido el personaje de Calboni, gran seductor tanto con los superiores como con la única mujer coprotagonista en ‘Fantozzi’, la señorita Silvani, ‘Miss cuarta planta’.

Maravillosa es la secuencia de la llegada del nuevo jefe de recursos humanos, Diego Catellan, un hombre que decide a quien subir de rango en la empresa según cuantas partidas de billar pierden contra él. Hay empleados que saben jugar pero que pierden voluntariamente (Calboni, por ejemplo), menos Fantozzi, que acepta participar en la humillación pública en casa del jefe. Llega a perder 49-2, mientras que Catellani lo insulta, y esa podría ser la ocasión para subir de nivel en la empresa, pero cuando ve a su mujer llorar entre el público empieza a reaccionar y a través de 3-4 golpes alucinantes completa la remontada y gana 51-49. Y es que Fantozzi pierde incluso cuando triunfa.

 

 

Nacido perdedor, acumulador de decepciones en serie, la última es la más dura: saber que no está trabajando para un supuesto bienestar suyo o de la sociedad, sino para unos explotadores. Ocurre en la última, majestuosa, secuencia del filme. Fantozzi «descubre la verdad» después de haber conocido a Folagra, un empleado simpatizante de izquierdas que le abre el mundo de «los libros prohibidos».

«Entonces, ¡me han tomado el pelo toda la vida!», se enfada Fantozzi. Siente, el contable, que es la hora de la revolución; se deja crecer el pelo, se pone una bufanda roja y tira una piedra a la fachada de la empresa. Es el grito desesperado del trabajador-máquina que no había conseguido ni Charlie Chaplin en ‘Tiempos modernos’, en una época además de durísimas luchas sociales con las Brigadas Rojas golpeando duro. Justo dos años antes de ‘Fantozzi’ el gran amigo de Paolo Villaggio, Fabrizio De André, había estrenado un disco sobre el Mayo francés de 1968, un durísimo ataque al Poder y a la burguesía conservadora, llamado ‘Storia di un impiegato’.

El Mega Director Galáctico

En el film, la relación poder versus empleado se despliega de forma absurda y amarga. El atomizado y alienado Fantozzi encuentra una respuesta inesperada, porque aparece el ‘Mega Director Galáctico”’ el jefe supremo de la empresa.

 

«Sobre él circulaban cotilleos de todo tipo: que no existía, que era solo una entidad abstracta..», explica la voz en off de Paolo Villaggio/Fantozzi. El MDG es un hombre cualquiera, tranquilo, con un toque de cura, que vive en una buhardilla/capilla en la última planta de la MegaDitta. Los empleados creen que tiene todo lo peor, empezando por una silla hecha de piel humana, máximo símbolo de la crueldad. «Son voces de la propaganda subversiva», alega el Mega Director Galáctico, que obviamente no tiene nombre.

El diálogo entre Fantozzi y el Mega Director Galáctico acaba con una constatación simple: el jefe está de acuerdo con las revindicaciones de su empleado. La única diferencia estriba en el vocabulario que utiliza: él no se define «comunista» sino «medio progresista», y tampoco es »explotador» sino «empleador». «Por lo demás yo pienso exactamente cómo usted», concluye el MDG.

¿Ridículo perdedor? «Hoy día Ugo Fantozzi sería un privilegiado: trabajo fijo, un coche y un piso de su propiedad con 40 años», dice Villaggio antes de morir

 

Amargas constataciones, como al final lo son la existencia efectiva del sofá en piel humana e incluso la de un enorme acuario donde nadan empleados sorteados para entretener al Mega Director Galáctico. Fantozzi acaba ahí, ofreciéndose para el último espectáculo.

«Hoy día Ugo Fantozzi sería un privilegiado: tenía un trabajo fijo, una familia donde se podía vivir bien con un único sueldo, un coche [un Autobianchi] y un piso de su propiedad en una gran ciudad, con apenas 40 años. Ahora sería imposible». Esta fue, antes de su muerte, una de las últimas constataciones de Paolo Villaggio, recordando al cambio de panorama ocurrido en Italia a partir de 1975. Generaciones enteras lo saben, pero siguen viendo las aventuras de Fantozzi, que serán repuestas de nuevo en varios cines italianos para celebrar aquel estreno de hace medio siglo.

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