El 20 de noviembre de 1989, exactamente cinco años después de la muerte a tiros de Santi Brouard, que causó una honda conmoción en la sociedad vasca, pistoleros salidos de las mismas cloacas que ordenaron acabar con la vida del apreciado dirigente abertzale atentaron contra los diputados y senadores de Herri Batasuna que habían acudido a Madrid para acreditarse en las Cortes. Habían pasado tres semanas de las elecciones y la delegación vasca llegaba a la villa castellana con una propuesta de solución en un escenario político muy intenso. La respuesta del Estado fue trágica, cruel y elocuente.
Aquel atentado, cometido en el restaurante del Hotel Alcalá, dejó a Iñaki Esnaola herido de extrema gravedad y segó la vida de Josu Muguruza, quien a pesar de su juventud era una figura prominente de la izquierda abertzale, una persona muy querida en ese espacio social y muy respetada fuera de él.
El golpe fue terrible, también en la redacción de 'Egin', donde Muguruza, periodista de profesión y vocación, llevaba varios años trabajando. Del dolor causado por su muerte dio testimonio su director, Jabier Salutregi, en un artículo editorial escrito desde lo más profundo de su ser, apenas unas horas después de recibir el mazazo y, sin embargo, con la templanza de quien se sabe profesional aun cuando tiene el alma desgarrada.
Porque no era solo colega y compañero, Josu era para 'Salu' un amigo en mayúsculas, era depositario de un amor incondicional. Un afecto que el añorado director de 'Egin' acertó a trasladar en cada una de las palabas tecleadas aquel terrible 20N:
Matar la esperanza
Jabier SALUTREGI MENTXAKA
¿Quién los ha matado? ¿Quién ha destruido la esperanza? ¿Quién ha roto el camino de la solución? ¿Quién no quiere la paz? ¿Por qué le han matado? ¿Quién les ha dicho dónde y cuándo? ¿Quién el instigador, quién el que ha ordenado, quién el que desde la distancia ha ejecutado? Interrogantes. Fáciles de responder y difíciles de asimilar. Interrogantes que nunca, como cada vez que se mata con la alevosa y la total impunidad que da el poder serán respondidas y aclaradas, porque nunca el poder querrá aclararlas. Porque nunca el poder irá en su contra. Porque nunca el poder podrá descubrirse a sí mismo con sus ejecutores, con sus sicarios de la noche.
En el aniversario de Santi Brouard, el crimen de Madrid se torna burla. Una grotesca y asquerosa mueca del poder a la ilusión de la izquierda abertzale y a sus ansias legítimas de emprender un camino hacia la negociación. Han querido matar las ganas de un importante sector del pueblo que iba a presentar en Madrid, en la boca del lobo, el anuncio de que este pueblo quería la paz, de su ansia de libertad, de su querencia de vivir.
Con Josu Muguruza han querido matar, digámoslo claro, el abertzalismo, la Lucha que esta idea conlleva y su fuerza incuestionable: ha sido un crimen de Estado cuidadosamente preparado y meditado, y que ha ido dirigido contra las endebles probabilidades de una airosa salida para este pueblo. Un crimen contra su paupérrima democracia que la deja en la más absoluta miseria. Un descarado crimen que nos deja huérfanos de la alegría de Josu, de su cordialidad, de su talante conciliador y asequible, de su inteligencia.
Con él habéis matado vuestra esperanza.
Es un crimen del Gobierno. Es un crimen de esta sacrosanta democracia. Un crimen de los GAL, y de todos los cómplices que firman y callan con pactos en Madrid y Ajuria Enea o como quieran llamarse los que reivindiquen. Un crimen total y absoluto dimanado del poder. De ese poder que todos, sin exclusión, quieren mamar hasta las heces. Un crimen que va dirigido al corazón del verdadero y auténtico nacionalista vasco. Del verdadero combatiente de la libertad de este pueblo.
Que no se molesten en repudiar. Que ni siquiera rechisten en malgastar palabras vacías de repulsa. Nadie les va a creer. Que se callen y que acepten la guerra de este pueblo. Que acepten su execrable inmundicia, sus leyes, sus normas, que no sirven más que para golpear a la palabra, la voz y la idea que con Josu nos quedan doloridas, pero que no se morirán.
Josu, no sólo te he querido, te he amado. Tus ideas eran mías. Eres mi pueblo y eso no hay quien lo mate. Que vengan a por mí. Mientras, agur Josu, nuestro Iratzar. Me has enseñado el camino. ¡Ah! Y perdona por no poder decir todo lo que siento. Estoy llorando y eso no se puede escribir, querido Sebastián. Esperaremos por ti a tu hijo, que también será nuestro hijo.