El día del desarme comenzó en realidad bien de madrugada y lejos de los focos de los medios de comunicación concentrados en Baiona. Nada menos que 172 voluntarios, artesanos por la paz, dejaron sus casas y se dirigieron a los puntos donde se encontraban las armas de ETA. La sociedad civil se hacía cargo. Eran ocho puntos, tres en Ipar Euskal Herria y los otros cinco fuera del país, aunque no muy lejos. En seis de ellos se encontraba el armamento inventariado y sellado desde 2014. En los otros dos puntos, el material ha pasado directamente a la fase de desarme sin ese paso previo tras lo ocurrido en Luhuso. En todos los puntos, menos en uno, el material se encontraba enterrado, y ninguno de ellos correspondía a un inmueble. El material estaba dispuesto para el desarme.
Mientras los 172 artesanos tomaban posiciones, en Baiona, en su Casa Consistorial, se producía el primer acto público. Tras reunirse, comparecían ante los medios el representante de la sociedad civil Txetx Etcheverry; el alcalde de Baiona y presidente de la Mancomunidad Vasca, Jean-René Etchegaray; el coordinador de la Comisión Internacional de Verificación Ram Manikanningam; y dos caras nuevas en este proceso, a modo fedatarios del desarme. Se trataba del reverendo Harold Good, que tuvo un papel muy importante en el caso irlandés en labores similares, y el arzobispo de Bolonia, Matteo Zuppi, que destaca por su labor como diplomático y su estrecha relación con el Papa Francisco.
Cuando, semanas atrás, la iniciativa del día del desarme estaba siendo perfilada, se bajaró como opción segura que los lehendakaris Iñigo Urkullu y Uxue Barkos estuvieran también en esa foto. Sin embargo, el presidente de la CAV se ha ido distanciando de esa posibilidad. Michel Tubiana, presidente de honor de la Liga de los Derechos Humanos en el Estado francés y promotor de los artesanos de la paz, dijo ayer que la puerta había estado abierta para Uxue Barkos e Iñigo Urkullu, y puso en valor el papel de Etchegaray. Al parecer, la reunión de esta semana entre los tres mandatarios no había sido tan dulce como se había filtrado desde Lehendakaritza. La intervención directa en el desarme de los artesanos de la paz, las dudas sobre su legalidad, las cuotas de protagonismo y el hecho de que la responsabilidad en la relación con las autoridades francesas recayera en otros habrían motivado que Urkullu eligiera hacer su propia comparecencia en Donostia, y arrastrara también a Barkos, que optó por pronunciarse simplemente con una nota del Gobierno navarro.
De esa reunión del Ayuntamiento, donde la sociedad civil informó a la CIV sobre los depósitos de ETA, salió el hilo de contacto con las autoridades francesas. Los artesanos de la paz ya custodiaban los «zulos», a los que llegarían horas después las fuerzas policiales, cuya presencia fue nula en las primeras horas. Parecía que se cumplía un guión.
Simultáneamente, los artesanos informaban de los pormenores de esos depósitos, con fotos, vídeos y el inventario del armamento. El desarme era ya un hecho. «Un gran paso, un día incontestablemente importante», según declaró el ministro del Interior francés, mientras en Madrid la estrategia era la contraria: tratar de restar importancia al acontecimiento.
Entretando, Baiona se convertía en un auténtico hervidero. Los foros, las charlas de expertos y las valoraciones de los políticos se sucedían mientras la gente, miles y miles de personas, tomaban las calles. Ya solo quedaba la traca final, con un acto popular en la Plaza Paul Bert que combinó la reflexión sobre el pasado con la toma de posición para un futuro por escribir. El punto de inflexión lo marca este día que cambia el escenario y quizás también la relación de fuerzas entre una unidad de acción emergente en Euskal Herria y unos estados enrocados.