Mikel Lejarza Egia, natural de Villaro, nacido en 1951, era un joven militante euskaldun que vivió en Basauri, donde se movió en medios abertzales. Entró en ETA (pm), se refugió en Ipar Euskal Herria y protagonizó uno de los episodios icónicos de la década de 1970.
Según medios oficiales, Mikel, que tenía el sobrenombre de Gorka en la organización vasca, era un infiltrado de los servicios secretos españoles con el apodo de 'El Lobo'. Su infiltración, siempre según el relato oficial generado desde Madrid, supuso la detención de decenas de militantes, la muerte de cuatro de ellos (Josu Mujika Aiestaran, Andoni Campillo, Moncho Reboiras y Montxo Martínez Antía), el fracaso de la fuga de la prisión de Segovia y la frustración de todas las acciones previstas por los polimilis durante el verano de 1975 para intentar salvar la vida de los compañeros que estaban siendo juzgados. Y que dos de ellos, 'Txiki' Paredes y Ángel Otaegi, serían fusilados el 27 de septiembre de ese año, junto a tres militantes del FRAP.
Su biografía apunta a que, una vez llevada a cabo la infiltración, consiguió cambiar su identidad por la de José Miguel Casas Ferrer y que se estableció en Valencia. Luego en Madrid y, más tarde, en Argelia, donde fue detenido. En 1978 se instaló en Salamanca, donde fue jefe de seguridad de Carrefour, y a finales del año sus andanzas concluyeron en la prisión de Basauri por dos meses.
Retornaría a los servicios secretos, según su biografía oficial, con el nombre de José Miguel Torres Suárez. En 1983 apareció en México, donde se forjó una nueva identidad, Miguel Ruiz Martínez. Estuvo unos años en México, apadrinado por Miguel Ángel Albiñana, un funcionario español del Ministerio de Exteriores, y volvió a Euskal Herria, donde fue detenido y encarcelado en 1988 por extorsionar a un dentista, junto a Laura Alamar, a la que en cierta época se le puso el sambenito de la 'Dama Negra' de los GAL. Alamar fue detenida.
Salió de la cárcel de Martutene y luego se estableció en Barcelona, donde estuvo comprometido en una red de proxenetismo. En la capital catalana fue detenido en noviembre de 1993, tras verse implicado en un caso de escuchas ilegales a empresarios y políticos. En enero de 2010, el Gobierno de Rodríguez Zapatero, por medio de su ministra de Defensa Carmen Chacón, le concedió la Cruz del Mérito Militar con distintivo blanco.
Desde entonces, supuestamente, fue rehabilitado y ofreció diversas entrevistas opinando de todo y fabulando decenas de acciones encubiertas en dos libros sobre su vida que le hizo Fernando Rueda. En esas entrevistas, el aparente Lejarza se mostró cercano a las tesis más ultras de la política española. La tesis de un espía desde el franquismo hasta la actualidad no tiene mucho sentido porque en 1999 la Guardia Civil le denegó la solicitud de permiso de armas.
El relato oficial sobre Lejarza está lleno de falsedades. Los servicios secretos españoles crearon sobre un maleante de carne y hueso un personaje de ficción. Ni Lejarza fue el encargado de alquilar o poner los pisos de Madrid a su nombre en 1975, ni tras un tiroteo se escondió en una casa de la avenida de la Castellana, ni jamás tuvo relevancia política en ETA. La investigación que hicieron los polimilis señaló que Lejarza era un quinqui que, condenado a cuatro años de cárcel en 1974, recibió la visita de Carlos Anechina Chueca, jefe superior de Policía de Bilbo, quien le propuso salir de prisión a cambio de infiltrarse en ETA (pm). Manuel Pastrana, un oficial de la Guardia Civil que también dijo haber estado infiltrado en ETA durante dos años y que participó en numerosas actividades de la guerra sucia, escribió en sus memorias, publicadas en 2018, que el caso de Lejarza, con quien había compartido diversas experiencias, era un bluf y que «únicamente» había sido responsable de la caída de un comando.