El año 1989 arrancó con noticias prometedoras de que los contactos de los que se había hablado durante los meses anteriores entre el Gobierno español y ETA en Argel comenzaban a tener recorrido. El día 6 de enero el Ejecutivo de Felipe González reconoció que había enviado emisarios a Argel, y dos días más tarde ETA declaró un alto el fuego de quince días para facilitar el escenario de distensión.
Este gesto de buena voluntad de la organización armada fue respondido inmediatamente con palabras que se llevaba el viento y un operativo conjunto franco-español que supuso la detención de Josu Urrutikoetxea, quien habría estado llamado a cumplir un papel relevante en las negociaciones. A pesar de todo ello, ETA prolongó el alto fuego durante otros dos meses más y continuaron las conversaciones.
En ese tiempo se incrementaron las provocaciones desde diferentes puntos, el PSOE llamó a arrebatarle las alcaldías a HB, y aumentaron notablemente las acciones de guerra sucia de los llamados «incontrolados», que dieron palizas a numerosos jóvenes y se cebaron con algunos en concreto, que incluso fueron secuestrados en más de una ocasión para grabarles esvásticas en el cuerpo con cuchillas de afeitar.
Las tentativas de hacer descarrillar el proceso también llegaron desde el lado del Gobierno de José Antonio Ardanza, que se afanó en movilizar el Pacto de Ajuria Enea no precisamente en el sentido de colaborar en la búsqueda de la paz, sino en lo contrario. Incluso fue, con todo, a convocar una manifestación contra ETA. Lo hizo con fondos públicos y entre las iniciativas estuvo el envío de 600.000 cartas a ciudadanos y ciudadanas pidiéndoles participar en la protesta, o la invitación a periodistas de Madrid, a todo incluido, para que acudieran al acto y siguieran sus orientaciones.
Su partido, el PNV, no estaba para nada a gusto en un escenario de posible resolución del conflicto en el que los jelkides no tenían protagonismo.
Ardanza llegó a participar en marzo en una cumbre policial con Felipe González, Mitterrand y el ministro francés del Interior Pierre Joxe. Poco antes de esa reunión ETA había anunciado el paso de las conversaciones a otra fase en la que deberían participar también Josu Urrutikoetxea, Isidro Garalde 'Mamarru' y Juan Lorenzo Lasa Mitxelena 'Txikierdi'. También advirtió que el Gobierno español no estaba apostando por la vía de resolución y que no cejaba en el empeño de generar problemas para frustrar las conversaciones.
Y así fue que el día 4 de abril ETA puso fin al alto el fuego y reabrió todos sus frentes.
La respuesta del Gobierno de Felipe González fue inmediata, seguramente porque la tenía preparada de antemano, y se cebó en los prisioneros políticos. Múgica Herzog, al mando del Ministerio de Justicia, dio comienzo a una nueva estrategia penitenciaria con el inicio de la dispersión.
Apenas diez días después del final del alto el fuego de ETA comenzaron los traslados de cárceles. El 15 de mayo Múgica Herzog anunció oficialmente el inicio de la política de dispersión penitenciaria asegurando que los prisioneros vascos serían «mezclados con los sociales».
Empezó así una dispersión que duraría 34 años y se cobraría la vida de 16 familiares y amigos durante los desplazamientos para las visitas.
Tan solo en agosto hubo alrededor de 130 traslados, que continuaron durante el resto del año. Se incrementaron las amenazas de muerte y las palizas por parte de carceleros, policías y guardias civiles; el propio Múgica Herzog amenazó personalmente a las prisioneras y prisioneros vascos en diciembre, poco antes de una Marcha a Herrera que congregó a 12.000 personas. En esa prisión la situación de los represaliados llegó a límites extremos.
Pero la ofensiva no solo fue contra los prisioneros, sino también contra sus familiares y amigos, que fueron hostigados en varias cárceles y hasta apedreados en Meco.
El fin de la tregua trajo consigo el regreso de la actividad armada, los operativos policiales y la guerra sucia. La fiscal de la Audiencia Nacional Carmen Tagle fue abatida a tiros a la puerta de su domicilio en Madrid. Cuatro días más tarde Manuel Urionabarrenetxea y Juan Oiarbide mueren en una emboscada de la Guardia Civil en Irun y cuatro días después fallece un cartero en Errenteria al hacerle explosión una carta destinada a un concejal de HB. Todo ello en septiembre.
La responsabilidad de la carta bomba estaría en el Ministerio del Interior de José Luis Corcuera, según habría explicado Antoni Asunción al director del Cesid, Emilio Alonso Manglano.
El frustrado recorrido hacia la resolución del conflicto podría haber tenido una nueva oportunidad durante el último tramo del año, cuando tras las elecciones generales anticipadas a octubre los electos de HB acudían a Madrid con decidida voluntad de abrir nuevos caminos a la paz. Pero la noche anterior mataron a Josu Muguruza en el Hotel Alcalá. Cinco años antes, ese mismo día habían matado a Santiago Brouard. Muguruza, además de ser una personalidad relevante en la izquierda abertzale era redactor jefe de 'Egin'.
«Matar la esperanza» tituló su artículo Jabier Salutregi, compañero de redacción y que algunos años después sería director de 'Egin'. «¿Quién ha roto el camino de la solución? ¿Quién no quiere la paz? ¿Por qué lo han matado?», se peguntaba.
El recorrido hacia la resolución del contencioso volvía a resultar dolorosamente frustrado. El general Cassinello dijo preferir la guerra a la independencia; al parecer, les era preferible incluso a la paz.
Frustrado resultó también el recorrido hacia la construcción del socialismo iniciado siete décadas antes con la Revolución de Octubre en Rusia. A lo largo de 1989 se fueron encendiendo focos de tensión en diferentes lugares de la llamada «órbita soviética» o «bloque del este». El 9 de noviembre la República Democrática Alemana decidió levantar sus fronteras, y, con ello, se abrió la brecha definitiva en el Muro de Berlín.
En Centroamérica, los EEUU prefirieron intervenir con métodos menos elípticos, actuando directamente con sus marines o a través de los ahora llamados «contratistas»; es decir, mercenarios. En diciembre invadieron Panamá, y durante la toma de la capital un soldado estadounidense mató de un tiro al fotógrafo vasco Juantxu Rodríguez.
A lo largo de todo el año siguieron hostigando a Nicaragua, entre otros, y en El Salvador un comando irrumpió en la Universidad Centroamericana y mató a ocho personas, entre ellas el teólogo y filósofo de Portugalete Ignacio Ellacuría.
En semejante escenario, la insumisión en Euskal Herria estaba haciendo con fuerza creciente un recorrido que no tenía visos de resultar frustrado, aunque aún le quedaría camino hasta llegar a la supresión definitiva de la mili. De momento, este año los insumisos vascos comenzaron a enfrentarse a los primeros consejos de guerra.
Con la luz verde ferroviaria en Madrid, encendida a finales de febrero, se iniciaba el recorrido en tren de la «Y vasca». Un incierto devenir de empecinamiento jelkide de alta velocidad y desorbitados costes que se anunció concluido para el año 2023 y que, finalizado el plazo y después de numerosos arrollamientos ecológicos y descarrilamientos presupuestarios, sigue sin llegar a estación de destino.
Recorrido conflictivo también estaba teniendo la autovía de Leitzaran, y las protestas contra su trazado fueron en aumento en la medida en que se acercaba el día del inicio de las obras.
El ambiente se fue tensando cuando el Pacto de Ajuria Enea difundió una declaración en favor de la autovía y en contra de ETA, que poco después anunció que intervendría si no había una moratoria. Tras el anuncio, los responsables técnicos del proyecto dimitieron, precisando que no lo hacían solo por ETA, sino también por «la evidente contestación que tiene el proyecto actual». Hubo contactos para encontrar una salida racional, pero el recorrido resultó frustrado.
También estaba teniendo gran oposición el proyecto de pantano de Itoitz, que continuaba su recorrido ajeno a las protestas, las iniciativas judiciales y por encima de las tres reservas naturales y dos zonas de especial protección de aves que resultarían afectadas.
El último día de 1989 José Miguel Barandiaran cumplió cien años. Pocos días antes Jon Lopategi se colocó en el velódromo de Anoeta la txapela del bertsolarismo, que estaba en poder de Sebastián Lizaso.
El arte universal se quedó en enero sin Salvador Dalí; y en noviembre la revolución perdió a su gran madre vasca, 'La Pasionaria'.
En julio, en la Habana, se apagaron el verso y el canto de Nicolás Guillén y Carlos Puebla.
La trova de Carlos Puebla quedó para el futuro como un canto que conjura los recorridos frustrados:
De Cuba traigo un cantar
hecho de palma y de sol
cantar de la vida nueva
y del trabajo creador
cantar para la esperanza
para la luz y el amor.