Son imágenes que ahora nos resultan inverosímiles, pero mientras se votaba la llamada «Ley Antitabaco» algunas de sus señorías se fumaban un puro en el hemiciclo.
Así, el año empezó con menos humo en los recintos públicos, pero con más ardor en la Audiencia Nacional, donde Grande-Marlaska había cogido el relevo de Garzón y, mientras le sustituía, se propuso no solo emularle sino superarle.
Y a ello se lanzó nada más comenzar el año para prohibir el acto que la izquierda abertzale iba a celebrar en Barakaldo el 21 de enero. Un grupo de ciudadanos retomó la convocatoria y, finalmente, miles de personas abarrotaron la explanada del BEC, en un acto que el PP tildó de «akelarre».
Pero enero daba para más en el Juzgado de Grande-Marlaska, así que el día 17 había tenido tiempo para decretar el cierre de sedes y la prohibición de actos de Batasuna. «El Estado de Derecho funciona», sentenció un PSOE satisfecho con un juez a quien doce años más tarde colocaría de ministro del Interior.
Al momento, las policías autonómica y española se dispusieron a cumplir la orden, irrumpiendo en locales y precintando oficinas; también clausuraron herrikos y persiguieron cualquier aparición pública.
El frente judicial intentaba el ahogo político al tiempo que el Gobierno mantenía los primeros contactos secretos con ETA, que en febrero se materializaron en compromisos para la distensión y preparación del terreno.
La parte española se comprometió a respetar las decisiones de la sociedad vasca y la organización armada dijo que suspendería sus acciones. Al mes siguiente, el 22 de abril ETA decretó un alto el fuego permanente «para impulsar un proceso democrático para que, mediante el diálogo, la negociación y el acuerdo, el Pueblo Vasco pueda realizar el cambio político que necesita».
Pocos días después, Alfredo Pérez Rubalcaba cogía las riendas del Ministerio del Interior. Ese mismo día fueron puestos en libertad bajo fianza Otegi, Petrikorena y Olano, encarcelados por orden de Grande-Marlaska.
Rubalcaba era uno de los grandes trileros del PSOE, y su colocación en Interior tenía el inquietante brillo de un cuchillo de doble filo. El cántabro tenía fama de tener varias caras, sonrisa falsa y cartas en la bocamanga. Es significativo que un personaje de su estilo, como Alfonso Guerra, dijera: «Rubalcaba, si te das la vuelta, te la clava».
Inmediatamente de su nombramiento, Batasuna le emplazó a implicarse y le recordó que la represión no era compatible con un nuevo escenario.
Y es que las operaciones judiciales y policiales se mantuvieron a pesar de la tregua y los contactos, con citaciones judiciales, detenciones, espionaje político, incremento de la tensión en las prisiones… Incluso el ministro de Justicia, Fernando López Aguilar, que apostó por mantener la dispersión, habló de «construir imputaciones» para prolongar la estancia en la cárcel.
EPPK entendió que lo que pretendían era convertirles en moneda de cambio, de tal manera que pudieran ser utilizados para privar de contenido político al proceso y convertirlo en «paz por presos», algo que ya adelantaban desde algunas fuentes. «No dejaremos que nos utilicen», advirtieron, y en octubre comenzaron otra dinámica de huelgas de hambre.
Unos días después de las declaraciones de López Aguilar sobre la construcción de imputaciones, Igor Angulo apareció muerto en su celda de Cuenca, donde se encontraba solo. Cuatro días más tarde, Roberto Sainz falleció por infarto en la prisión de Aranjuez. Llevaba semanas quejándose de dolores en el pecho sin que le hicieran caso alguno.
La muerte de Sainz se produjo el 3 de marzo, 30º aniversario de la matanza de Gasteiz. La Ertzaintza arremetió contra la manifestación que recordaba aquella masacre de trabajadores, provocando numerosos heridos.
Garzón regresó de su excedencia en EEUU en julio y entró con vitalidad, ordenando detenciones y frenando la libertad de dos prisioneros.
Cuando desde la ONU se volvía a vincular a España con tortura y Nekane Txapartegi identificaba al jefe de los peritos como uno de sus torturadores, Garzón dijo haber ordenado que en adelante se grabaran los interrogatorios policiales.
Palabras para la galería, pues nunca se ha sabido que se hayan grabado interrogatorios de ningún prisionero vasco. Tampoco por parte de la Ertzaintza, que en septiembre de 2005 anunció que empezaría a hacerlo.
Así iban pasando los meses de tregua de ETA, sin que se percibiera avance ni en materia política ni en penitenciaria; ni tan siquiera distensión policial o relajo del frente judicial. Rubalcaba, además, no estaba de acuerdo con que se hablara de política porque eso alteraba su estrategia en el proceso.
La izquierda abertzale, por su parte, además de las movilizaciones, mantenía contactos oficiales a todos los niveles, incluido el lehendakari y el PSE.
La reunión de Batasuna con el PSE se celebró el 7 de julio en un hotel de Donostia en un clima de «sinceridad», según nota de Moncloa. El PP denunció el encuentro ante los tribunales, y eso que ellos ya habían hecho lo mismo en un chalet de Burgos en diciembre de 1998.
Entre septiembre y noviembre de 2006 hubo una serie de conversaciones en la basílica de Loiola entre representantes de PNV, PSE y Batasuna. Se avanzó en un borrador de Acuerdo-Marco de Bases que no pudo ser aprobado. La izquierda abertzale consideró que, sobre todo por parte del PSOE, no había suficiente precisión ni garantías para avanzar hacia un espacio institucional común entre la CAV y la Comunidad Foral de Nafarroa, ni tampoco para respetar lo que decidieran los cuatro territorios sobre su futuro.
Zapatero mostraba talante y predicaba, pero no ofrecía trigo para alimentar el proceso, e incluso distorsionaba el contenido de compromisos adquiridos.
La estrategia iba hacia un escenario de dejar pasar el tiempo para debilitar a la izquierda abertzale y fomentar disensiones que rompieran el movimiento y la organización armada, siendo luego más fácil hacerla desistir. Tras ello andaba Rubalcaba, de quien Zapatero destacó su «inteligencia y capacidad táctica».
Pero en lugar de arriesgar como Tony Blair –que le visitó en octubre–, lo que hizo fue tensar el proceso hasta un punto en el que ETA se consideró libre de compromisos y, sin anunciar el reinicio de actividades aunque sí advirtiendo en tres ocasiones de la acción, atentó contra la terminal T4 del aeropuerto de Barajas el día anterior a fin de año.
La explosión demolió la terminal y murieron dos personas. ETA señaló que su intención no era ocasionar víctimas y expresó su «más sincero pésame» a los familiares.
Así, el año acababa entre los escombros de la T4 y los movimientos políticos para que ello no supusiera el final del camino hacia la democracia y la paz.
Concluía un año en el que las tácticas de Israel unidas a la realidad palestina llevaron a ese pueblo a una cruel escalada de violencia entre Fatah y Hamas. Mientras se mataban entre ellos, Israel bombardeaba, hacía «atentados selectivos» y entraba en Líbano.
En América, Pinochet murió en Santiago meses después de que Bachelet fuera nombrada presidenta de Chile. En otras elecciones llegaron a la presidencia Evo Morales, Oscar Arias, Daniel Ortega y Rafael Correa, y eran reelegidos Hugo Chávez y Lula Da Silva.
El 25 de abril murió Jokin Goristidi, compañero de Itziar Aizpurua, histórico militante de la izquierda abertzale y personalidad ineludible en la lucha de Euskal Herria y la libertad. Estaba siendo juzgado en el juicio 18/98.
En la capilla ardiente en el Ayuntamiento de Deba se destacó su lucha ejemplar por la independencia y el socialismo pagando por ello un precio muy alto, «como lo han pagado miles de luchadores por la libertad de este país».