En una u otra medida se nos presentó la muerte, que nos rondó y en muchos casos se llevó a alguien que teníamos al lado; seres queridos o simplemente conocidos que supimos que no habían logrado sobreponerse al virus.
Pero también se nos presentó la vida, y tal vez con mayor intensidad y más ganas de gozo, porque durante meses fuimos particularmente conscientes de lo leve que es todo y lo vulnerables que somos.
Puede quedar la sensación de que en 2020 el mundo dejó de girar y que no pasó nada que no estuviera directamente relacionado con la pandemia y su gestión.
En gran parte fue así. Pero, bajo esa sensación de universo detenido que incluso nos obligó a enclaustrarnos en casa, lo cierto es que ocurrieron muchas cosas; más de las que, a golpe de memoria, nos vienen a la cabeza.
Los científicos llevaban tiempo alertando de que podía desatarse una pandemia mundial con características catastróficas. Pero a quienes tienen las riendas del planeta no parecía importarles lo suficiente como para preocuparse por el asunto; es más relevante la economía y la geopolítica.
Y así, cuando a finales de 2019 aparecieron los primeros casos del Coronavirus Disease 2019, que luego quedó en Covid-19, los países no estaban preparados para algo así. Luego, la respuesta fue rápida; cierto, pero la reacción dejó en evidencia la falta de previsión, la ausencia de medios y las carencias de los sistemas públicos de salud.
En nuestro país la incidencia del virus comenzó a descender en primavera, pero con el verano las medidas se relajaron. Había que abrir las puertas al turismo y, para dar imagen de normalidad, el lehendakari Urkullu y el presidente cántabro Revilla se citaron con los medios en junio en la muga con Cantabria, en Kobaron, para unos posados reabriendo la carretera.
Aquellos días Araba, Bizkaia y Gipuzkoa estaban ya casi en campaña electoral al Parlamento de Gasteiz e Iñigo Urkullu, candidato del PNV, era una presencia ubicua en los informativos de EITB.
Unos meses antes, el 6 de febrero se produjo el desprendimiento de una ladera del vertedero de Zaldibar. En el siniestro desaparecieron dos trabajadores; el cuerpo de Alberto Sololuze apareció en agosto y el de Joaquín Beltrán nunca pudo ser encontrado.
El lehendakari Urkullu tardó seis días en acercarse a un lugar en el que, según avanzaban las investigaciones, iban aflorando más y más graves irregularidades.
El tema de los permisos no estaba demasiado claro, había amianto, más residuos de los debidos, codicia empresarial, puertas giratorias...
Urkullu había convocado las elecciones para un mes después de aquel desprendimiento, pero por la pandemia y los confinamientos las atrasó al 12 de julio.
Ese día apenas votó la mitad del censo electoral, aunque el PNV consiguió uno de sus objetivos, al margen de ganar las elecciones: la mayoría absoluta con el PSE.
Y si durante la legislatura anterior, y a falta de un voto para la mayoría absoluta, había hecho de su capa un sayo, en esta ocasión no se dignó ni a la ronda de contactos de cortesía previa a la formación de gobierno. Luego le emularía Imanol Pradales en 2024. Urkullu pactó de inmediato con el PSE y se repartieron el Ejecutivo, incluidas sendas vicepresidencias y aumento del número de altos cargos y asesores.
El PP había acudido con Ciudadanos, y el batacazo fue formidable, aunque esa pérdida de votos y la gran abstención facilitaron que Vox sacara una parlamentaria por Araba con menos de 5.000 papeletas.
Golpe notorio fue también el de Elkarrekin Podemos, que perdió más de la mitad de sus votos. La única fuerza que ganó votos y escaños fue EH Bildu.
El Gobierno francés mantuvo su convocatoria de municipales en marzo, aunque la abstención fue muy alta y las medidas contra la pandemia hicieron que la segunda vuelta no pudiera realizarse hasta tres meses después.
En Iparralde fueron numerosos los ayuntamientos que no se constituyeron hasta finales de junio, entre ellos Baiona y Maule, pues el alcalde de Donibane Garazi fue elegido en primera vuelta.
Los resultados de las candidaturas abertzales fueron muy buenos en marzo, cuando no solo conservaron lo que tenían sino que incluso se convirtieron en primera fuerza en lugares como Ziburu o Urruña, donde en junio se hicieron con las alcaldías. En esa segunda vuelta los abertzales incluso superaron las expectativas.
En julio se celebró la asamblea de Euskal Elkargoa. Los representantes abertzales eran decisivos para el nombramiento de lehendakari. Tras un debate interno en EH Bai decidieron no presentar candidato, lo que dejó paso a Jean-René Etchegaray para seguir presidiendo la Mancomunidad Vasca durante seis años más.
Aunque la vida académica estaba prácticamente paralizada, en Elizondo se presentó en setiembre la nueva organización de los y las estudiantes abertzales de izquierda: Ikama, Ikasleria Martxan.
En un tiempo en el que el mundo parecía detenido, la estrategia carcelaria en Hegoalde empezaba a moverse. Lo hacía dos años después de que Pedro Sánchez afirmara que lo haría y cuando en Madrid necesitaba a EH Bildu.
Además, el empuje social, sindical, internacional e incluso de instituciones de Hegoalde e Iparralde era ya imposible de obviar.
Así llegaron los acercamientos, cada vez a mayor ritmo; y también las repatriaciones, las progresiones de grado, los permisos o el levantamiento de la intervención de comunicaciones.
En el Estado francés pusieron en libertad a Xistor Haranburu, que llevaba 30 años de cárcel.
La maquinaria penitenciaria se movía, mientras el frente judicial mostraba su cara más involutiva intentando frenar o retrasar algunos movimientos, revisando causas antiguas o con insólitas maniobras, como repetir el juicio de Bateragune.
Incluso, en plena pandemia, empezaron con los embargos de herriko tabernas y se empecinaron con los ongietorris.
Era evidente la existencia de estructuras del Estado que, al no haber conseguido ni la derrota de ETA ni eliminar a la izquierda abertzale de la vida política, pensaban en la venganza como último recurso.
Una venganza que se cobró la vida de otro prisionero, Igor González Sola, que con una grave enfermedad mental desde hacía años lo mantenían en prisión cuando debería estar en libertad condicional. Apareció muerto en su celda de Martutene el 4 de septiembre.
Un cáncer terminal acabó en octubre con la vida de Asier Aginako, que se encontraba en su domicilio después de que un año antes le suspendieran el cumplimiento de condena. Otra veintena de enfermos seguían encarcelados en 2020.
Con oportunidad por pandemia y alevosía –y tal vez nocturnidad–, el rey emérito español escapó a los Emiratos Árabes.
En el estercolero de la corrupción chapoteaba el PP, que, sumando escándalos, en 2020 tuvo varios condenados de la trama Gürtel por delitos aprovechando la visita de Benedicto XVI a Valencia.
Entre escándalos también andaba Donald Trump, que se resistió a entregar la presidencia a Joe Biden, ganador de las elecciones del 3 de noviembre. Se aferró a la Casa Blanca tratando de invalidar millones de votos de Biden, y hasta sus seguidores asaltaron el Capitolio en enero de 2021.
En Londres, en el 10 de Downing Street se hacía fuerte Boris Johnson. A sus problemas con el Brexit se le sumaba, ahora, la pésima gestión de la pandemia.
En Irlanda hubo elecciones generales en febrero, que colocaron al Sinn Féin a la cabeza de la política irlandesa.
En un año que parecía poco dado a la lírica, la casualidad quiso que en el Archivo Histórico de Oñati se descubriera un poema de amor en euskara datado entre 1508 y 1521. Escrito en los márgenes y entre líneas de un protocolo notarial, el escribano se preguntaba cómo le pudo enamorar con esa espada en la mano: «Nola amora nençaçun / ori escuan ezpata?».
En el siglo XVI las chicas vascas ya eran guerreras.