Se atribuye al escritor y humorista estadounidense Mark Twain la frase: «La historia no se repite, pero rima». Quizá, más que la historia, son los historiadores los que se repiten. Y, quizá, también los periodistas. Así se desprende de la lectura de la crónica de las inundaciones que sufrió el país un día como hoy, hace 15 años. GARA habría sus páginas con las consecuencias del enésimo temporal, con una pieza que titulaba así: «Tras la tempestad, no llega la calma».
Y con las imágenes llegaron, como si fueran rimas de versos, el torrente de quejas de la gente: «Nadie nos ha avisado», «por aquí nadie ha venido»... Ríos como Kadagua, Gobela, Galindo, Oria, Jaizubia, Zadorra o Arga se salían de sus cauces. La alerta resultó máxima en torno al Casco Viejo de Bilbo, pero la lluvia cesó justo a tiempo para evitar el desbordamiento y la catástrofe. El observatorio metereológico de Igeldo afirmaba que «no llovía tanto desde 1979»; vecinos de Bilbo relataban que «no recordábamos nada parecido desde las inundaciones de 1983», un drama que rememoró el periodista Ramón Sola con el impactante artículo «Dos días que inundaron Euskal Herria de agua y de lágrimas», que dejó 43 muertos, centenares de casas destruidas, un paisaje de desolación y más de 500 litros por metro cuadrado.
Veinticuatro años después de aquellas inundaciones que sacudieron al país, volvía el fantasma de la destrucción, el agua reclamaba nuevamente su territorio, aunque, es justo reconocerlo, los avances en las predicciones, en las tecnologías y en las lecciones aprendidas evitaron lo peor. Otra vez volvía a golpear la lluvia torrencial, una y otra vez vuelven los ciclos de las inundaciones, con sus altibajos, pero el desarrollo del fenómeno, en el fondo, es el mismo, con pequeñas variaciones. No hay inundaciones únicas y aisladas, son repeticiones de otras que han ocurrido antes, son manifestaciones naturales de nuestro entorno físico, eso sí, agravadas antrópicamente y por nuestra incapacidad de convivir con nuestras lluvias y vientos torrenciales.
Ese temporal no fue tan devastador como las dramáticas inundaciones de 1983, ocurrió en otra época, en otro milenio. Pero, 25 años después, aquel momento se convirtió en prototipo de otros momentos. Aquel presente de enero de 2009 estaba hecho de pedazos de un pasado que siempre regresa. En este caso también, los vaivenes del tiempo siempre nos llevan al mismo sitio. No hay nada nuevo bajo el sol.
Creo que fue Heráclito quien decía que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, porque siempre está en movimiento, siempre fluyendo y cambiando. Es cierto; pero también lo es que siempre cambia siguiendo unas pautas que se repiten: en invierno hiela; en primavera, el deshielo; y en verano, la sequía.
Lo que hace que esa historia rime, por supuesto, es la naturaleza humana, inalterable. Siempre los mismos temores, idénticas necesidades, pasiones y vicios. No nos gusta depender tanto de los caprichos del tiempo, pero nunca nos cuestionamos por qué dependemos de la Bolsa o del petróleo. Nos fascina el verde de nuestro país, nos cautiva el arco de nuestro cielo, pero no queremos pagar por ello en términos de lluvia torrencial. Nos compactamos en auzolan y sacamos lo mejor de nosotros mismos y como comunidad cuando se inundan nuestros bajos, calles y carreteras, pero nadie protesta cuando no llueve y vemos que el país se nos va secando. Nos fastidia el agua desbordada, maldecimos al destino cuando el país se nos ahoga en agua, pero nadie cuestiona la comodidad de nuestros estilos de vida.
No hay riesgo cero de que no vuelvan a desbordarse nuestros ríos y de que no vuelvan a sembrar de desolación nuestros pueblos. Mienten quienes hablan de riesgo cero. Y como comunidad, mejor haríamos en asumir esos riesgos inherentes a nuestro entorno físico y tratar de gestionar, con el objetivo de anular, el riesgo añadido que genera nuestra actividad humana. Y más en concreto, el uso y el abuso del cemento, quitarle el curso al agua y reclamar para nosotros sus territorios, lo que en buena medida nos lleva a la repetición de estas situaciones.
Ese es el debate, ese es el reto. Quizá, algún día sea noticia que los océanos se inundan y que en el desierto del Sáhara hace un calor extremo, pero si llegan lluvias torrenciales, como volverán a hacerlo una y mil veces en Euskal Herria, no se puede mandar al cuerpo de bomberos a pararlas. No, no somos el centro del universo, no podemos adaptar el tiempo, los montes o la naturaleza al capricho de nuestro modelo de desarrollo. Porque, como dijo con precisión y con un humor particular el hidrólogo vasco Iñaki Antiguedad recordando las palabras de un compañero suyo que estuvo en la Ártartida, de manera simple y con posibilidades para el desarrollo: «O me aclimato o me aclimuero».