‘Huelga’ por Ryan y Joxe Arregi en el seminario de Arantzazu
30 de enero de 1981: La portada de 'Egin' titula en un relleno con un «detenido» por ETA (m) ingeniero jefe de Lemoiz. El rotativo justificaba el entrecomillado en la distinción con la que el anónimo comunicante, en llamada reivindicativa a la redacción del diario en Bilbo, rechazaba el término de «secuestro».
El titular que recoge en portada lo ocurrido el día anterior es reservado para la dimisión, ni más ni menos, que del, a la sazón, presidente del Gobierno español y líder de la UCD, Adolfo Suárez.
Justo debajo de la noticia del secuestro del ingeniero bilbaíno José María Ryan destaca la de «Un muerto al explosionar un artefacto en la subestación de Iberduero en Tudela».
Al día siguiente, y también en portada, la información en la que el diario recoge el plazo de una semana que ETA «concede» –el entrecomillado esta vez es mío– para la demolición de Lemoiz y confirma que el muerto en la explosión de la que será concesionaria de la central nuclear en la costa de Bizkaia, José Ricardo Barros, era militante de la organización armada.
Perspectiva uno:
No querría haber estado en el pellejo de quien, o de quienes, aquel penúltimo día de enero de hace 42 años, tuvieron la responsabilidad de decidir el orden de una portada tras una jornada que, hoy, meritaría por lo menos tres cabeceras a página completa.
Tras siete días de ultimátums de ETA, comunicados del PNV, manifestaciones y contra-manifestaciones, la portada del 7 de febrero de 'Egin' titula con un profiláctico «ETA militar dio muerte al ingeniero Ryan Estrada».
Perspectiva dos:
No seré yo, profuso amante de los entrecomillados –que deberían estar prohibidos en el periodismo–, quien tire la primera piedra, pero semejantes titulares son, afortunadamente, impensables no ya hoy sino hace años.
El 14 de febrero, justo una semana después de que la foto del cadáver de Ryan aparezca en portada con un tiro necesariamente mortal en la nuca, 'Egin' abre edición con un contundente «Arregi Izagirre murió en Madrid con evidentes signos de tortura». Joxe Arregi, militante de ETA natural de Zizurkil, había sido detenido diez días antes y le fue aplicada la incomunicación en el marco de la Ley Antiterrorista.
El aplomo de los titulares del diario será corroborado con testimonios de su compañero Isidro Etxabe Urrestilla, apresado junto a él y herido durante la detención, y por tres presos de ETA (pm), GRAPO y PCE-r, entonces prisioneros en Carabanchel.
El testimonio-despedida de Arregi en la portada de 'Egin', «Oso latza izan da», y las fotos que tras abrir su tumba después mostraban un cuerpo literalmente quemado, amoratado e hinchado, literalmente machacado, han quedado grabadas en el imaginario de este país como la constatación-denuncia del uso sistemático e impune, vía absoluciones o indultos, de la tortura en Euskal Herria.
Perspectiva tres:
Sería interesante contraponer a todo ello las portadas asépticas y transmisoras de la versión oficial, cuando no conciliadoras o incluso rayanas en la complicidad, de no pocos diarios de la época. Pero no es la labor de este Artefaktua, una mirada desde nuestros medios y desde y por nuestra comunidad.
Si los ochenta han sido bautizados, de parte, como «los años de plomo», las tres semanas que culminan con el golpe de estado del 23F de 1981 (Tejerazo) configuran un período de conmoción tal que no pasó desapercibido ni para quienes entonces no habíamos llegado a las catorce primaveras (o inviernos).
Biografía más allá de perspectivas
Febrero gélido en Arantzazu. Quien esto firma, entonces en octavo de EGB en el seminario franciscano, recuerda que colideró, junto con otros compañeros, una sentada de todo el aula tras el desayuno en el viejo frontón, hoy desaparecido. El objetivo, no ir a clase y hacer huelga para denunciar ambas brutales muertes, la de Ryan y la de Joxean Arregi (orden cronológico).
Sabido es que la memoria tiene no poco de construcción, o de deconstrucción. Decido llamar a un compañero de clase, Peio Roa. Se acuerda de la sentada y de que ambos fuimos los últimos en levantarnos y volver a clase tras las amenazas-requerimientos de uno de los frailes-profesores.
Pero no recuerda el motivo. «¿Por qué no se lo preguntas al fraile Miguel Noble?», me anima. Y es que la mayoría de nuestros profesores (Peio Zabala, Bittoriano Gandiaga...) nos dejaron hace tiempo.
Domingo de otoño de 2023 en Arantzazu. Pregunto por él en el convento y me indican que está en la sacristía de la basílica. Falta media hora para la misa de las 12.
Profesor de música, Noble no termina de acordarse de mí –ambos hemos madurado– pero sí rememora la sentada «por Ryan y Arregi» y sonríe cuando me aclara que fue el entonces rector del seminario, Eusebio Unzurrunzaga, quien reventó el –que yo sepa– primer conato de huelga en Arantzazu.
No tuvo nada de meritorio. Fue una mezcla de transversalidad (ligada quizás a la fe cristiana que, como seminaristas, más o menos profesábamos) y de rebeldía prejuvenil, la de unos catorceañeros que no queríamos ir a clase y nos escaqueábamos de la obligación de ir al monte tres veces por semana refugiándonos, ingenuos, en el restaurante Goikobenta, donde fumábamos, sin tragar el humo, los primeros pitillos y bebíamos ¿Fanta?
No me expulsaron del seminario por no disgustar a mi familia y por mis buenas notas. Fui yo quien, al terminar el curso, dejé 'los hábitos' y volví a mi Oñati natal entrando al instituto.
Dejé Arantzazu atrás, pero, con los años, siento la periódica necesidad de subir a ese lugar mágico, para creyentes y descreídos, de Gipuzkoa y de toda Euskal Herria.
Y nunca podré pagar la educación que nos transmitieron. Como no olvidaré aquella anécdota, la de una truncada huelga por Ryan y Joxe Arregi. En Arantzazu. Será por aquello de que «ETA nació en un seminario».