Oiz, 1985: «Comencé a gritar por si alguien necesitaba ayuda, pero ya nadie estaba con vida»
El vuelo 610 de Iberia partió el 19 de febrero de 1985 de forma ordinaria de Barajas. Al iniciar la maniobra para aterrizar en Sondika, sin embargo, perdió altura y chocó contra las antenas que ETB tenía en la cima del monte Oiz. Los 148 pasajeros a bordo fallecieron en el que es el peor accidente de aviación en la historia de Euskal Herria.
Juan Mari Urkiola estaba en su casa, el caserío Moniozguren, a las faldas del monte Oiz, cuando escuchó el estruendo. «Pensamos que el caserío se venía abajo. Algunos cristales saltaron por los aires. Corrimos a la puerta y vimos la humareda que salía de la regata que llamamos de Hiruerreketa. Enseguida supimos que se trataba de un avión, porque en la misma cumbre pudimos ver una de las alas que se había desgajado».
Mari Tere Astorkia, del caserío Kortaguren, acababa de ordeñar las ovejas y volvía con las marmitas a casa cuando les sorprendió el estallido. «Mi madre dijo que había sido un trueno, pero en ese mismo instante vimos que el avión siniestrado bajaba monte abajo envuelto en llamas y que se detenía en la regata».
A Martzelino Garitagoitia, del caserío Goiketxe, se le ocurrió otra hipótesis en mitad de los años 80: «Yo estaba en ese momento hablando con un vecino, estaba comentando que el estruendo se debería a alguna bomba que habrían puesto contra las antenas».
Los tres testimonios, recogidos por Joxean Agirre en un amplio reportaje dos décadas más tarde, se refieren al accidente que un Boeing 727 procedente de Madrid con destino a Sondika tuvo en el monte Oiz tras chocar contra las antenas de ETB, perder el ala izquierda y precipitarse por la ladera del monte. Ocurrió a las 9.15 del 19 de febrero de 1985 y es el peor siniestro en la historia de la aviación en Euskal Herria. Murieron 148 personas de un plumazo, los 141 pasajeros y los siete tripulantes.
Juan Mari Urkiola tenía entonces 29 años y le dijo a su padre que iba a ver qué había ocurrido. «El lugar del siniestro está a 1.300 metros de nuestro caserío. Antes de llegar al lugar, a unos 200 metros, encontré el cadáver de una persona al que le faltaban la cabeza y las extremidades. Comencé a gritar por si había alguien que necesitara ayuda, pero era en balde, ya nadie estaba con vida», le contó a Joxean Agirre.
La tragedia no tuvo ni un paliativo. Juan Antonio Usparitza, fundador de la DYA y presente en las labores de rescate, también dio cuenta de ello en el mismo reportaje: «Todos los accidentes en los que prestamos auxilio dejan mal cuerpo. Pero en la mayoría de los sucesos de este tipo nos queda la satisfacción de haber ayudado, de salvar algunas vidas. En el caso del siniestro del avión en el monte Oiz, no tuvimos ni siquiera la satisfacción de poder ayudar a las víctimas».
Tampoco hubiera sido fácil auxiliar algún superviviente, si lo hubiera habido. Usparitza llegó dos horas tarde por una información errónea. Dos décadas más tarde recordaba que «hubo una gran descoordinación». «Eso afortunadamente ha cambiado mucho. Hoy el 95% de las peticiones de auxilio se canaliza mediante el servicio del número 112», añadía. El caos fue tal, y el terreno era tan complicado, que tuvieron que ser los vecinos los que rescatasen y limpiasen la zona con los tractores. «Trabajé durante dos jornadas y para mí fue una pesadilla. Soy de estómago débil y no pude comer nada durante dos días. Recuerdo que al final del segundo día comí un bocadillo y devolví», recordaba Martín Ibaibarriaga, del caserío Aurtain.
«Error humano»
El accidente, como acostumbra a ocurrir en estos casos, ofreció carnaza para curiosos con pocos escrúpulos y dio alas a la aparición de algunas teorías conspirativas y otras simplemente interesadas. La verdad es que la lista de víctimas daba para ello. Entre ellas estaban Gregrorio López-Bravo, que fue ministro de Industria y Exteriores con Franco, José Ángel Portuondo, pionero de la fecundación in vitro en el Estado español, Julián Vinuesa, fundador de la cadena Astoria, Gonzalo Guzmán, ministro boliviano de Trabajo en aquel momento, e Isidoro Delclaux, miembro de la conocida saga empresarial.
Hubo quien elevó la primera impresión de Martzelino Garitagoitia a tesis y atribuyó sin reparos ni pruebas lo ocurrido a ETA, tanto por la entidad de uno de los muertos –exministro de Franco– como por la de dos que se libraron. El diputado del PNV Marcos Vizcaya y Francisco Fernández Ordóñez, que estaba a punto de ser ministro de Exteriores de Felipe González –ya había sido ministro de Hacienda y Justicia con Adolfo Suárez–, tenían el billete, pero a última hora no cogieron el vuelo. Durante años, varios medios incluyeron los 148 muertos del monte Oiz en la lista de víctimas de ETA, y en fechas tan recientes como 2012 el bulo todavía corría por las redes.
Sin embargo, el informe técnico sobre el accidente, elaborado por la Comisión de Investigación de Accidentes de Aviación Civil, fue tajante y no provocó debates más allá de los relativos a la seguridad del aeropuerto, que mejoró considerablemente en los años posteriores –en aquella época, de hecho, no tenía ni radar–. La investigación achacó el siniestro a un error humano por parte del piloto. «La confianza en la captura automática del sistema de alerta de altitud, la incorrecta interpretación de sus avisos, así como un probable error de lectura del altímetro hicieron que la tripulación volase por debajo de la altitud de seguridad», sentenció.