Lázaro Sola, a sus 75 años, se sentó en el banquillo aquella mañana para afrontar una acusación de «desórdenes públicos» por la que se le pedían diez meses de cárcel. Había sido detenido unos meses antes, en uno de los constantes enfrentamientos entre vecinos y Policía en la Txantrea, en aquel caso en protesta por unas redadas anteriores.
En el juicio terminó absuelto por falta de pruebas, pero dejó dos frases elocuentes, que no sorprendieron a sus vecinos y amigos. Primero le dijo al fiscal que «usted sabe mejor que yo por qué estaba allí: soy trabajador y apoyo a la gente de mi clase». Luego, tras quedar exculpado, quiso dejarle claro que «no puse la barricada, pero porque me detuvieron y no tuve tiempo».
La pequeña gran historia de este juicio resume tres cosas. La principal, la orgullosa esencia rebelde de un obrero que lo hacía notar desde la vestimenta (siempre de buzo) al vehículo (un motocarro en unos años en que este triciclo motorizado ya había caído en desuso). Su paso por el centro de la ciudad se hacía notar por el estruendo del motor, en unos años en que los coches todavía transitaban por la Plaza del Castillo o la del Ayuntamiento: «Por ahí va Lázaro».
Sola representaba además el carácter peleón de la Txantrea. Un barrio que había crecido en los años 50 con las llamadas «casas de los mineros», a las que fueron a parar personas llegadas a Iruñea desde otras zonas de Nafarroa para ganarse la vida en la creciente industria. Como otros muchos, Lázaro trabajó en Potasas, una explotación de Beriain que abrió en 1957 y cerró en 1985 todavía con 2.000 trabajadores. Aunque fue también lechero y electricista.
El caso es que encontró casi un acomodo natural en ese barrio obrero y «conflictivo», como cantaron sus vecinos de Barricada precisamente ese mismo año del juicio: 1986.
En la Txantrea en aquellos años las cargas policiales eran casi diarias, con momentos de alta tensión como la respuesta a la muerte de dos vecinos en la matanza policial de la bahía de Pasaia (a la que también cantó Barricada) en 1984. También sería épica la defensa del «rastro» de los domingos, que cada vez gustaba menos a las autoridades de Iruñea por su carácter popular.
Implicado en todas y cada una de esas luchas, Sola era además muy coherente con sus creencias ideológicas en su vida personal, siempre dispuesto a darlo todo y ayudar a quien lo necesitara. Por ejemplo, a quienes estaban enfermos en un hospital. Como anécdota, aunque el horario de visitas estuviera restringido, a Lázaro no le costaba cruzar la entrada desapercibido con su inevitable buzo azul, como si fuera a poner un enchufe o arreglar una caldera.
Y, por último, quizás tampoco sea casual que Lázaro Sola Olleta hubiera nacido en Uxue, una localidad que ya había parido a otro rebelde con causa: Jacinto Ochoa Marticorena, quien más años pasó en prisión durante el franquismo, cerca de 27.
Lázaro Sola, además, no era solo Lázaro Sola. Representaba a una generación que había participado activamente en la lucha antifranquista, desde una conciencia de clase que a menudo les había llevado también al abertzalismo, y que estaba muy insatisfecha con la desigualdad económica o la represión que continuaban tras la muerte de Franco.
Por eso no es extraño que todavía hoy se le identifique erróneamente con el hombre protagonista de otra fotografía icónica, también de edad avanzada, encarándose a un policía en la Plaza del Castillo. En ese caso no es Lázaro pero podría haberlo sido.