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Iraia Oiarzabal
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Muere Juan Pablo II, sigue la senda conservadora

El fallecimiento del Papa Juan Pablo II pudo suponer la apertura a cambios dentro de la Iglesia Católica. Algunos sectores religiosos así lo esperaban, pero sus deseos no tardaron en verse truncados. A día de hoy, cuestiones tan graves como la pederastia, la falta de participación de las mujeres y la negación de derechos sexuales siguen sobre la mesa.

Análisis publicado en GARA tras la muerte de Juan Pablo II.
Análisis publicado en GARA tras la muerte de Juan Pablo II. (GARA)

Tras 27 años de pontificado, con un sonado atentado de por medio en mayo de 1981, Juan Pablo II fallecía el 2 de abril de 2005 en el Vaticano. La noticia se hizo pública sobre las 22 horas y por delante quedaban días de intensidad entre funerales y rituales para la elección de su sucesor. Tras su fallecimiento, GARA fue diseccionando en varios artículos algunas de las claves de su papado, así como los puntos más oscuros de su discurso y su andadura. Eran, en resumen, algunos de los retos que ya entonces tenía la Iglesia Católica. Otros han salido a la palestra pública más tarde. Y ninguno habla precisamente bien de este estamento religioso.

Los funerales del Papa Karol Wojtila se celebraron cuatro días más tarde, el 6 de abril. Unos dos millones de peregrinos y 200 jefes de estado asistieron a las exequias. Durante días, diarios e informativos dieron cuenta de lo que ocurría en las inmediaciones de la Plaza de San Pedro y de lo poco que trascendía del interior de la sede papal. Se abría el proceso para designar al sucesor de Wojtila y no sería hasta el 19 de abril cuando conocimos el nombre del nuevo pontífice.

Los primeros días tras el fallecimiento de Wojtila, periódicos de todo el mundo publicaron obituarios y artículos sobre su figura. El teólogo y colaborador habitual de GARA Félix Placer titulaba así el análisis que vio la luz el 4 de abril: «El largo final de un papado autoritario y complejo». En el texto desgranaba dos caras del recién fallecido pontífice, una más cercana a la sociedad y sobre todo a los pobres, y otra más autoritaria en el propio seno de la Iglesia Católica. Según Placer, fue destacable la implicación de Wojtila en foros de diálogo y en defensa de la justicia y la paz. Sin embargo, esta defensa de los derechos humanos chocaba con el talante mostrado en la gestión interna de la Iglesia. Algo que quedó de manifiesto en su postura conservadora ante la reivindicación de cambios, la participación de la mujer o en cuestiones como la libertad sexual.

También en el seno del mundo religioso vasco existían críticas y hubo quien consideraba que Wojtila adoptó en sus últimos años de Papado posturas más reaccionarias. Aquellos primeros días, la mayoría de artículos y declaraciones públicas sobre Juan Pablo II se traducían en loas al recién fallecido y manifestar críticas era cosa de «disidentes» dentro del catolicismo. Con los años, los hechos han demostrado que ciertamente había –y sigue habiendo– cuestiones muy oscuras que resolver y cambiar. Afortunadamente es una percepción cada vez más extendida, aunque sigue pesando la influencia de la vertiente más reaccionaria.

Tras días a la espera de ver la fumata blanca en la chimenea del Vaticano, el 19 de abril el alemán Joseph Ratzinger fue nombrado sucesor de Juan Pablo II. Ratzinger adoptó el nombre de Benedicto XVI y se presentó al mundo con una imagen de dureza y una ideología cercana al Opus Dei que no auguraban cambios en la senda más progresista. La revelación de escándalos financieros a través del «caso Vatileaks» o la diversificación en los últimos años de denuncias por abusos sexuales por parte de religiosos se sumaron a la lista negra que dejó Wojtila y complicó la gestión de Ratzinger, que dimitió en febrero de 2013.

La pederastia, la participación de la mujer en la toma de decisiones dentro de la Iglesia, los derechos sexuales, el aborto... siguen estando entre las tareas pendientes. Si bien se han reconocido algunos pasos por parte del actual Pontífice, está claro que las heridas abiertas son muy profundas y que sigue siendo necesario una cambio en profundidad, una ruptura con las ideas y vertientes más reaccionarias del catolicismo, así como justicia y reparación para todos aquellos que han sufrido atrocidades históricamente silenciadas.

La txapela, para una mujer

Si romper con el conservadurismo es todavía hoy un reto para quienes desean una Iglesia más moderna y progresista, un día como hoy en 1995 Euskal Herria vivía un acontecimiento que también marcó el comienzo de un cambio en un ámbito dominado históricamente por los hombres. A sus 20 años, Estitxu Arozena se convirtió en la primera mujer en vestirse la txapela en el campeonato de bertsos de Nafarroa celebrado en Leitza. Volvería a ganar en 1998. Desde entonces compañeras como Maialen Lujanbio, Nerea Ibarzabal, Onintza Enbeita, Saioa Alkaiza, Oihane Perea o Aroa Arrizubieta se han sumado a la lista de campeonas.

Kronika de ‘Egin’ sobre la victoria de Arozena. (NAIZ)
Kronika de ‘Egin’ sobre la victoria de Arozena. (NAIZ)

Los titulares de ‘Egin’ del 3 de abril de 1995 incidían en que una mujer fuese txapeldun por primera vez. La crónica de Joxean Agirre destacaba además la juventud de Arozena, así como las expectativas que su txapela abría para las mujeres que luchaban cada día por la igualdad en las bertso eskolas y sobre los escenarios. Con los años las plazas han ganado en presencia de mujeres bertsolaris, con otras formas de cantar y, sobre todo, con un importante florecimiento de la conciencia y el dicurso feminista. Como en la mayoría de los ámbitos vitales y laborales, en este tampoco ha sido una tarea sencilla. La escritora y bertsolari Uxue Alberdi lo contó a traves de testimonios de compañeras de plaza en su libro ‘Kontrako eztarritik’. Romper con estigmas y formas de hacer machistas tan arraigadas es un logro que merece ser reconocido a todas aquellas jóvenes que entonces y ahora dieron el salto para, con su talento y valentía, poner las gafas moradas al público y a sus propios compañeros.

Honi buruzko guztia: 2005