El 3 de mayo de 1968, hace hoy 56 años, ocho estudiantes, entre los que se encontraba Daniel Cohn-Bendit, uno de los líderes universitarios de Mayo del 68 francés, acudieron a declarar a París por las protestas estudiantiles, posteriormente también sindicales, que se desarrollaban en la capital francesa. La reapertura de la Sorbona, cerrada por el decano el día anterior a consecuencia de una marcha que venía desde Nanterre, centro universitario también clausurado, así como la liberación de los estudiantes detenidos, fueron los motores de la huelga convocada para ese día. Se trata de uno de los capítulos de Mayo del 68, un año en el que las protestas recorrieron el mundo.
A continuación reproducimos el artículo de Joseba Macías publicado en ZAZPIKA en 2008:
Un mundo en ebullición
Joseba Macías
Mayo del 68 se asocia, indefectiblemente, con París. Sin embargo, la crítica al poder establecido, la revolución, el cuestionamiento permanente del orden y la protesta en contra de los viejos regímenes fue un fenómeno mundial. Junto con París, ciudades como Praga, Berlín, Tokio o México D.F. fueron testigo de revueltas y manifestaciones. El mundo, en definitiva, fue un enorme escenario para la rebelión.
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que la impugnación permanente del orden establecido adquirió la categoría de tendencia universal. En todo el planeta, de Norte a Sur, y de Este a Oeste, la estética de la protesta y de la rebelión como actitud vital llenaba las calles de una nueva cultura, plural, heterogénea, diversa, que, pese a sus distancias y contextos, tenía muchos puntos convergentes. El más importante, quizá, el intento de acabar con el encorsetamiento de un «viejo régimen» (capitalista, colonial o pseudosocialista) que basaba su estructuración en un juego de dicotomías aparentemente complementarias: gobernantes-gobernados, padres-hijos, personas con estudios-personas sin formación, hombres-mujeres; señores de la metrópoli-nativos de las colonias, empresarios eficaces-obreros irresponsables...
La respuesta fue global. Matizada, propia, adecuada a cada realidad. Pero universal. ¿Existía acaso tanta diferencia entre las peticiones de los jóvenes afroamericanos salvajemente reprimidos por el Ejército en las calles de Estados Unidos o los estudiantes checoslovacos que reclamaban un socialismo propio y en libertad frente a los tanques soviéticos? ¿No se pueden establecer multitud de puntos en común entre la resistencia palestina a la ocupación sionista después de la Guerra de los Seis Días y la lucha a tiempo completo del pueblo vietnamita contra la brutal invasión norteamericana? ¿No eran idénticas las balas que disparaba, por ejemplo, la Policía mexicana, uruguaya o brasileña a las utilizadas por sus «compañeros de armas» en Berlín, Roma o Tokio? El derecho a ser libre, como tantos otros derechos, no tiene fronteras. Pero la teorización necesita de la conciencia, no suele ser un territorio común en la historia de la humanidad. No ocurre a menudo; es cuestión de una particular confluencia de astros en el siempre contradictorio universo social.
Ocurrió, por ejemplo, en 1968, digan lo que digan. Algo así como una, en palabras de Jean-Paul Sartre, expansión del campo de lo posible. Quizá por eso, hoy, cuarenta años después, seguimos evocando un tiempo colectivo, anónimo, lleno de imágenes e iconos, simbólicos, cuya banda sonora, como las buenas composiciones corales, tiene un final abierto.
Habían pasado muchas cosas en el mundo desde la tragedia de la II Guerra Mundial que, una vez más, llenaría los campos del planeta de sangre joven. Ahora, en Occidente, los «milagros económicos», el nuevo desarrollismo, el tiempo de bonanza y de los nacientes rituales del consumo socializado darían paso a una nueva prosperidad aparente, pero también, gradualmente, a la ascensión de una generación inconforme llena de preguntas sin respuestas.
Atrás quedaban el escepticismo existencialista, la desorientación ante la caída de los valores sustentadores del sistema, la desesperanza, el nihilismo, la privatización de la vida y los sentimientos... 'El guardián entre el centeno' empezaba a mirar con nuevos ojos un mundo en ebullición: el sueño de la liberación llegaba desde la periferia del sistema (Argelia, Cuba, Palestina, Vietnam, África subsahariana), pero ahí no acababa todo.
La nouvelle vague comienza a plantearse un nuevo concepto de solidaridad práctica: el «¿por qué no aquí también?» se va a convertir, progresivamente, en una verdadera palabra de orden para toda una generación. Nuevos tiempos, nueva literatura, nuevo cine, nuevas artes, nueva cultura... Todo es nuevo, y los Beatles, los Rolling Stones, Eric Burdon, Jimi Hendrix o los Doors se encargan de la ambientación musical.
Cultura de la creatividad, de la búsqueda de la naturaleza entre los semáforos, de nuevas formas de asociación o de vida en común, cultura del cuerpo, de la convivencia con las drogas, de la religión secularizada, de la rebelión... Pluralidad de universos para una nueva generación de contestación activa. Del «beat» al «hippismo», del «hippismo» al «compromiso militante»... Y la odisea planetaria tiene fecha para el comienzo de la expedición.
Un año intenso
Es cierto que la vocación onomástica nos lleva a las calles de la rive gauche en el 68, pero hace 40 años pasaron muchas cosas. Quizá, demasiadas para un calendario saturado de acontecimientos. Fue París, sí, y Praga, y México, y Varsovia, y Berlín, y Tokio, y Montevideo, y Roma, y Berkeley... Un año intenso. Más allá de Vietnam y de la contestación interna en Estados Unidos a la guerra y a la permanente segregación racial, de la masiva respuesta juvenil y obrera en Europa Occidental, de la denuncia del «socialismo real» en Praga o de la masacre de la Plaza de Tlatetolco en México en la cuenta atrás de la inauguración de las Olimpiadas, 1968 refleja en su agenda un tiempo permanente de tensión e intensidad sin tregua.
En enero, Christian Barnard practicaba en Ciudad del Cabo el segundo trasplante de corazón de la historia (el paciente era blanco; el donante, mulato) y en Hamburgo, los estudiantes pedían la distribución gratuita de anticonceptivos... En febrero, un ciudadano francés tiraba desde lo alto de la Torre Eiffel un televisor en protesta contra la decisión gubernamental de introducir publicidad en la programación... En marzo, se estrenaba mundialmente la película 'Bonny and Clyde' entre fuertes críticas por su «benevolencia contra el mal»... En abril, Broadway abría sus puertas a 'Hair', el primer musical rock que llegaba al «templo mundial del teatro»... En mayo, el líder de Panteras Negras, Stokely Carmichael, se casaba con la cantante sudafricana Miriam Makeba y se interrumpía el Festival de Cine de Cannes en solidaridad con los estudiantes parisinos...
En junio, se sucedían los enfrentamientos en diversos puntos del mundo ante el estreno de la cinta militarista 'Boinas Verdes' (The Green Berets), dirigida y protagonizada por John Wayne, y el militante vasco Txabi Etxebarrieta moría por disparos de la Guardia Civil en Tolosa en un enfrentamiento en el que también perdía la vida el agente José Pardines... En julio, se repartían en Cuba de forma gratuita 600.000 ejemplares de 'El diario del Che en Bolivia', recuperado tras un envío confidencial... En agosto, tres periodistas griegos eran juzgados en los tribunales militares por haber afirmado que Platón y otros grandes autores de la Grecia clásica eran homosexuales y 663 sacerdotes latinoamericanos enviaban un mensaje al Congreso Eucarístico previsto en Bogotá en el que pedían el reconocimiento del derecho de los pueblos a rebelarse ante la injusticia...
En septiembre, se le prohibía a Luis Buñuel rodar en la catedral francesa de Senlis escenas para su nuevo film 'La Vía Láctea'... En octubre, en los Juegos Olímpicos de México, Tommy Smith (medalla de oro y récord mundial de 200 metros en 19'8) y John Carlos (medalla de bronce en la misma prueba) recogían las medallas descalzos y saludaban los compases del himno norteamericano con el puño envuelto en un guante negro, símbolo del Black Power. Fueron expulsados de los juegos, pero el acto sería repetido en ceremonias posteriores por otros atletas afroamericanos...
En noviembre, un atentado en un mercado en la zona judía de Jerusalén dejaba una docena de muertos, la acción más violenta desde la ocupación militar de la ciudad por el Ejército israelí en 1967... En diciembre, 2.000 científicos de todo el mundo firmaban un manifiesto contra la encíclica papal opuesta al control de la natalidad y 1.500 intelectuales españoles redactaban un documento pidiendo una investigación en profundidad con motivo de las torturas infligidas a los detenidos por el régimen...
Jóvenes airados
Año convulso, intenso, lo decíamos. Las calles se llenan de «jóvenes airados» que son recibidos con un material represivo de nueva generación en manos de la Policía o los periodistas, tanto monta en la división de funciones, para una puesta en común nada sorprendente. «¿De qué se quejan?», «¿por qué protestan?». Miles de editoriales, horas de radio y televisión plantean las dudas del orden establecido que, pese a todo y entre líneas nunca reconocidas, comienza a mostrar un sentimiento de culpa demasiado profundo.
La clase media se radicaliza y los nuevos proletarios del mundo se anticipan a Elio Petri en su trasvase al paraíso. Y todo ello, entre los rituales militantes de los inmisericordes sacerdotes de la verdad absoluta que agitan con prestancia rítmica los manuales insoslayables de Mao, Trotski, Marcuse, Althuser, Kropotkin o Debord, de acuerdo a una denominación de origen particular e intransferible. Atomización y sectarismo. La larga y más de una vez trágica historia de la izquierda conjuga muy bien estos términos. ¿No pasó también en el 68? ¿O, seamos optimistas, fue precisamente esa «diversidad de principios» la que propició su «riqueza escénica»?.
En el entreacto, nos quedan los debates habituales adecuados a los nuevos tiempos. Luego volveremos sobre ellos, no hay prisa, a la hora del cierre y el balance. Quedémonos ahora, si os parece, con el acercamiento a los hechos, con la cronología de unos acontecimientos que estremecieron al mundo, aunque John Reed los siguiera esta vez desde su mausoleo en el Kremlim. Geografía plural y tres puntos como referencia: Praga, París y México D.F. Lo hemos dicho: no lo fueron todo, pero sí, sin duda, los más significativos.
Primavera en Praga
Ocho meses de Primavera en Praga. 1956 había marcado el principio del fin. Las revelaciones hechas públicas por el dirigente soviético Nikita Krushev en el Informe Secreto presentado en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética no dejaban lugar a dudas entre los todavía muchos escépticos: Stalin había propiciado el «culto a la personalidad», había dirigido el terror en masa de las purgas... Un as en la manga, es cierto, en el juego por el poder en el seno del PCUS. Pero también un intento de aggiornamiento y fortalecimiento de la unidad en plena guerra fría.
El impacto en el seno de la URRS y la Europa del Este fue demoledor. Los escritores y la juventud, sectores con mayor autonomía, se encargarán de buscar nuevos espacios de debate y participación desde la asunción de los ideales socialistas. No fue tarea fácil. El disentimiento y la protesta se identifican pronto, en la propaganda oficial, con las maniobras occidentales para acabar con una experiencia social alternativa. Había, es cierto, elementos que así lo corroboraban. Pero tampoco deja de ser verdad que muchas conciencias honestas terminarían condenadas en el «basurero de la historia», bajo el extendido epígrafe de «agente enemigo».
Las primeras grandes reacciones tendrán como escenario Hungría, Polonia, Checoslovaquia. La idea de que el proceso de desestalinización abierto va a favorecer una mayor liberalización bajo los parámetros del sistema corre paralela al deseo de no pocos jefes comunistas locales de conseguir ampliar sus niveles de autonomía dentro de la supeditación al «hermano mayor».
En Hungría, la frustrada rebelión de 1956 terminará con la reinstauración de los mecanismos de control y el fortalecimiento de la hegemonía soviética después de un auténtico baño de sangre, aviso a navegantes. En Polonia, en 1968, los estudiantes toman las calles como respuesta a la prohibición de la representación de una obra de teatro del siglo XIX, 'Antepasados', en la que el poeta Adam Mickiewicz realizaba un canto bucólico al pueblo polaco con un marcado sentimiento antirruso, toda una tradición en la región. Durante dos semanas y con el apoyo tácito de la Unión de Escritores, miles de jóvenes se enfrentan con la Policía en distintas ciudades del país, ocupan centros universitarios y de enseñanza...
El Gobierno de Gomulka vuelve a utilizar el recurso semántico de «quinta columna sionista», el siempre efectivo factor antisemita como mecanismo legitimador. Al final, el ocaso del movimiento se completa con una larga lista de funcionarios destituidos...
En Checoslovaquia, las cosas no van a ser tan fáciles. El 5 de enero de 1968, el ortodoxo militante de la vieja guardia Antonín Novotny es cesado en sus funciones como primer secretario del Partido Comunista. Le sustituye Alexander Dubcek, cuyo carisma logra en poco tiempo ser comparable al del yugoslavo Tito, el líder socialista del Este europeo que cuenta con un verdadero apoyo sociológico entre amplias capas poblacionales de su país.
En Checoslovaquia, estado multicultural y de larga tradición liberal, el Partido va a tomar la iniciativa en el proceso de cambios. Su «programa de acción», adoptado en abril, habla de la necesidad de una mayor libertad de información y expresión, de propiciar una verdadera democracia socialista que confiera al ciudadano más libertades, de la concesión de permisos para viajar sin trabas burocráticas, de la rehabilitación de los injustamente condenados en los años 50, de una mayor independencia del país en la dirección de su política exterior, de la realización de una gestión en la economía que conceda más protagonismo a la iniciativa de los trabajadores, de la limitación de poderes a la Policía secreta, de garantizar y propiciar la libertad religiosa, la creación artística y la investigación científica...
El «socialismo con rostro humano» se debate en las calles, en las facultades, en los centros de trabajo, en el sindicato, en las asambleas vecinales... Escritores militantes del Partido como Milan Kundera, Ludvik Vaculik y Pavel Kohout colaboran también al clima general con sus audaces críticas.
El 2 de agosto, 600.000 soldados de la URSS, RDA, Polonia, Hungría y Bulgaria (solo Rumanía está ausente) ocupan Praga y se establecen en las principales ciudades del país. Dubcek da la orden de no oponer resistencia para evitar una tragedia. Es tiempo de imágenes e iconos para la historia: miles de jóvenes, de personas maduras, rodean en las calles los tanques del Pacto de Varsovia, hablan con los soldados, buscan una complicidad que nunca llegará... Un 20% de los militantes del Partido son detenidos mientras los nuevos «hombres fuertes» se encargarán de la «normalización».
Alexander Dubcek es cesado en su cargo y trasladado como inspector de la Administración Forestal a los bosques de Eslovaquia, donde trabajará las siguientes dos décadas. En 1989, tras la instauración del nuevo gobierno, será elegido simbólicamente presidente de la Asamblea Federal. Tres años después, muere en accidente de tráfico. Él encabezaría, en definitiva, la primavera más larga de la historia, ocho meses para una estación distinta que mostró al mundo que socialismo y libertad, más que un binomio complementario, debe ser en realidad una redundancia.
Mayo fue París
«Ser progresista consiste en tirar adoquines; ser revolucionario significa enviar los adoquines lo más lejos posible y con precisión». No hay lugar para la confusión. Las cosas claras. El voluntarismo, el compromiso, se completa ahora con el carácter lúdico de la espontaneidad. París es el sobresalto más allá de mercadotecnias y procesos de adecuación cuarenta años después, resumidos en la consigna de estos nuevos tiempos: «No soy el que era, soy el que soy. Y, desde mi presente, analizo mi pasado». Pero no caigamos en provocaciones. Vamos con la historia para situar en su verdadero contexto palabras, gestos y acciones.
En 1963 es inaugurada, en el entonces barrio marginal de Nanterre, la Universidad de Humanidades. Una «facultad piloto» para formar nuevos cuadros del pensamiento liberal. Los tiempos no acompañan, evidentemente. Dice la leyenda urbana que todo comienza en la primavera de 1967, cuando un grupo de estudiantes masculinos fueron sorprendidos en la residencia de las alumnas, transgrediendo así la férrea norma de la separación de espacios por sexos. También cuentan que estaban viendo un partido de fútbol porque en el salón comunitario de las chicas sí había televisión...
Más allá de la anécdota, el 22 de marzo de ese año centenares de universitarios protestan contra los reglamentos interiores. En noviembre, coincidiendo con el inicio del nuevo curso, una huelga general posibilitará la creación de una comisión mixta encargada de plantear al Ministerio de Educación un pliego de reivindicaciones. El 22 de marzo de 1968, son ocupadas todas las oficinas de la administración de Nanterre, planteando como exigencia central la libertad de expresión política dentro de la Universidad. Entre los representantes del nuevo colectivo, bautizado «Movimiento 22 de Marzo», destaca un pequeño joven pelirrojo, hijo de emigrados alemanes. Su nombre, Daniel Cohn-Bendit, aunque en las calles y en los medios se le conocerá muy pronto como 'Dany el rojo'...
Tras las vacaciones de Pascua y como forma de intentar apaciguar las presiones estudiantiles, el decano concede un anfiteatro para las reuniones. El espacio se rebautiza con el nombre 'Che Guevara' y allí se celebra el 2 de abril el primer acto autorizado. El semanario 'Le Nouvel Observateur' expresa perfectamente el espíritu del encuentro: «Los estudiantes cuestionan el sistema capitalista en general y, en particular, la función social que asigna a la universidad». Ni más ni menos. De lo macro a lo micro. Una estructura social montada sobre pilares falsos exige su transformación urgente, cuestión de voluntades e imaginación.
El 19 de abril llegan muy malas noticias desde Berlín: Rudi Dutscke, el líder reconocido de la contestación alemana, el joven estudiante de Sociología nacido en la República Democrática que cruza el Muro para no hacer el servicio militar y se convierte en el símbolo de resistencia estudiantil, se debate entre la vida y la muerte. Un ultraderechista (Josef Bachean) le dispara a quemarropa convencido de su «labor purificadora» tras la lectura de las publicaciones permanentemente manipuladoras del editor Springer (que controla el 89% de la producción impresa en la RAF), cuya línea editorial arenga a las masas contra los gamberros alborotadores y provocadores comunistas que siembran el desorden en las universidades alemanas, poniendo el nombre de Dutscke en el punto de mira de la ira incontrolada.
En París, 2.000 estudiantes salen a la calle en el Barrio Latino para expresar su solidaridad y apoyo a la lucha de sus compañeros berlineses. Le seguirán en las semanas posteriores cortejos de apoyo a la resistencia del pueblo vietnamita, de protesta por la represión policial, de identificación con el compromiso antiimperialista… Grupos neofascistas atacan las manifestaciones y los actos en Nanterre. Pronto se constituirán grupos de autodefensa. El decano ordena la clausura de la facultad y la Policía desaloja violentamente los locales. La respuesta se conocerá como la «Semana Rabiosa»: la Sorbona se solidariza, el apoyo a Nanterre se extiende a otros centros educativos que también se cierran por orden de las autoridades.
En este ambiente de tensión, se suceden durante el día y la noche los enfrentamientos en las calles, brutales cargas policiales, la alquimia de los cócteles y las piedras. Los medios de comunicación de orden cierran filas en la criminalización del movimiento. El lunes 6 de mayo, 600.000 estudiantes universitarios de todo el Estado francés secundan la llamada a la huelga general. Les seguirán los alumnos de los liceos de enseñanza media.
En las calles de la capital se reparten panfletos llamando a la solidaridad obrera. Los jóvenes distribuyen notas permanentes cambiando de táctica ante los ataques policiales. Usan walkie-talkies para distribuir las acciones y los saltos por las calles. Hay anarquistas, maoístas, consejistas, troskistas, leninistas, provos, manifestantes sin filiación. Proliferan las publicaciones partidistas, las paredes hablan, los choques se suceden...
Los «sucesos de París» se convierten en el centro del debate de la nación. Todo el mundo opina. Desde la «izquierda institucional», el secretario general del Partido Comunista, George Marchais, critica a los «pequeños grupos de izquierdistas, hijos de grandes burgueses y pseudorevolucionarios». Muy pronto tendrá que cambiar de discurso. La realidad le supera, como tantas otras veces en las últimas décadas.
La controversia llega también al mundo de la cultura: el director de cine François Truffaut se separa ideológicamente y para siempre de su compañero Jean Luc Godard. Para Truffaut, el verdadero proletariado está representado por los policías, hijos de campesinos. Para Godard, no es una cuestión de origen, sino de conciencia de clase...
En la semana del 7 al 11 de mayo se suceden las manifestaciones, las sentadas, las barricadas, las asambleas en la calle. El lunes 13 las centrales obreras, finalmente, deciden llamar a la huelga general. Más de un millón de personas desfilan por las calles de París entre imágenes del Che, Fidel, Mao, Ho Chi Minh... Al finalizar, los estudiantes ocupan la Sorbona colocando tres banderas en la cúspide del edificio: la roja, la negra y la del Vietcong. En los días siguientes, cerca de diez millones de obreros están en huelga en toda la república. Trabajadores de Renault secuestran a los directores de la empresa y pasan la noche encerrados con ellos en la sede central de la fábrica. El efecto contagio se multiplica: decenas de empresarios son retenidos en diversos puntos del país. La Iglesia católica habla de «crisis de civilización»...
Finalmente, las centrales sindicales llaman a la «paz social». El 22 de mayo tiene lugar una nueva manifestación obrero-estudiantil en París que es salvajemente reprimida. El Ejecutivo prohíbe la reproducción televisiva de los enfrentamientos en las calles. El 25 se abren las negociaciones a tres bandas: Gobierno, patronal y sindicatos. El 27 se firman los llamados Acuerdos de Grenelle: el «retorno a la normalidad», en forma de leve aumento de salarios o el pago de los días de huelga, está garantizado. El día 30 de mayo, centenares de miles de personas desfilan por los Campos Elíseos en una afirmación de los «principios democráticos». El «presidente para las grandes ocasiones», Charles de Gaulle, legitima su poder y tranquiliza las conciencias.
Solo un mes más tarde, el general de un Estado francés de nuevo liberado obtiene en las elecciones el 40% de los sufragios y el 60% de la representación parlamentaria. El triunfo electoral más importante de la historia de la V República. Pero la larga sombra del 68, la efervescencia contestataria, el espíritu de transgresión de esas semanas seguirá extendiendo su influencia mucho más allá del aparente retorno al orden. Un impulso que prolonga su esencia de ruptura hasta hoy, cuatro décadas después de que el hormigón armado alterara la indiferencia.
Fantasmas mexicanos
Lo ha escrito Paco Ignacio Taibo II en su magistral homenaje literario titulado '68' (Traficantes de Sueños, Madrid 2006): «También hay días que me veo a mí mismo y no me reconozco. Son tiempos malos, en que la noche se prolonga del día lluvioso, el sueño no llega y peleo inútilmente con el teclado de la computadora. Y entonces descubro que parecemos condenados a ser fantasmas del 68».
Una sensación compartida por muchos mexicanos conscientes de que cuarenta años no es nada. Porque aquel agosto preolímpico en las calles y plazas del Distrito Federal marca demasiado todavía el presente de una sociedad incapaz de asimilar su historia, se llame ésta Revolución o Plaza de las Tres Culturas. Lo expresa como nadie la voz popular: «Pobrecito México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos»...
En los años sesenta del pasado siglo, la enseñanza superior del país centroamericano se centra fundamentalmente en la Universidad Nacional Autónoma (UNAM), centro neurálgico de los núcleos de pensamiento sustentados en una clase media boyante desde el despegue económico de principios de la década. La reforma y la adecuación de los estudios superiores estarán, una vez más, en la base de unas protestas que ya habían comenzado en distintos centros académicos de la República mucho tiempo atrás. Además, como en otras geografías, las demandas políticas y el ansia de superar y transformar una sociedad esclerotizada vuelven a ocupar un lugar central en el universo juvenil.
En febrero de 1968, se inicia en la capital del país la Marcha de la Libertad, organizada por la Central Nacional de Estudiantes Democráticos, una forma de denuncia que trata de neutralizar la fuerte represión policial y militar. El contexto regional es también fundamental para la toma de conciencia: la intensa actividad guerrillera en pleno desarrollo de la cultura del foco revolucionario, la defensa de una revolución cubana siempre y necesariamente en alerta, la muerte del Che en Bolivia, la actividad de la CIA en el continente, el poder expoliador de las multinacionales norteamericanas...
El 22 de julio, lunes, se enfrentan los estudiantes de dos institutos de la capital. Los hechos son confusos. Diversas voces señalan que el conflicto surge por el choque de bandas rivales, una triste realidad en la vida de la metrópoli. La Policía irrumpe disparando fuego real. El ambiente de permanente agresión y criminalización motiva una convocatoria de marcha para el viernes por parte de la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (controlada mayoritariamente por el gubernamental PRI); ese mismo día, las Juventudes Comunistas han organizado un acto para celebrar el asalto al cuartel Moncada, símbolo del inicio de la revolución cubana.
Los dos colectivos, pese a sus discrepancias ideológicas, marchan juntos hasta la aparición de la Policía, que dispersa las concentraciones y da paso a violentos enfrentamientos. Esa misma noche, efectivos del Estado irrumpen en la sede del Partido Comunista y cierran su órgano de expresión, 'La voz de México'. Se producen diversas detenciones. El ambiente de tensión crece. La respuesta en las calles, también. Los estudiantes universitarios plantean una tabla de reivindicaciones: destitución de los mandos policiales, desaparición de los granaderos (cuerpo especial del Ejército encargado del mantenimiento del orden público), respeto a la autonomía universitaria, libertad para los presos políticos, fin de la represión y derogación de los delitos considerados por el código penal como de «disolución social»...
Al día siguiente, martes 30 de julio, el Ejército pasa directamente al primer plano. Al mando del general Hernández Toledo, se lanzan bazookas contra la Escuela Preparatoria de San Ildefondo, mientras jeeps y tanques ligeros toman los aledaños de la universidad. Son hechos prisioneros centenares de profesores y alumnos. La solidaridad se extiende inmediatamente entre los centros estudiantiles de Puebla, Guadalajara, Monterrey, Mérida...
El 1 y el 5 de agosto dos enormes manifestaciones recorren la ciudad. El por entonces secretario de Gobernación y dos años después presidente del país, Luis Echeverría, elabora un informe gubernamental en el que habla de un «secreto proyecto subversivo» para impedir la celebración de los Juegos Olímpicos. La represión continúa.
A media tarde del martes 18, la Policía desconecta los teléfonos de la UNAM y ocupa la Ciudad Universitaria, deteniendo en el momento a 500 estudiantes. Ese mismo día, triste presagio, muere en la capital León Felipe, el poeta español exiliado desde la Guerra del 36, siempre comprometido con la justicia social y un defensor absoluto de las reivindicaciones de los jóvenes mexicanos. Las calles del Distrito Federal son, de nuevo, una verdadera batalla campal. Hay numerosos muertos y heridos.
El 30 de septiembre, las fuerzas armadas abandonan la UNAM. Las asambleas estudiantiles deciden no volver a las aulas hasta que sean atendidas todas sus peticiones y convocan un gran acto público para la tarde del 2 de octubre en la Plaza de Tlatelolco, también conocida como de las Tres Culturas. A las 17.30 horas, una gran multitud acude a la convocatoria. Junto a los jóvenes caminan trabajadores, padres y madres con sus hijos pequeños... Desde media tarde, el batallón Olimpia, preparado para la protección de los Juegos, toma posiciones. A las 18.10, con la explanada de la plaza ocupada por los que han acudido a escuchar a los oradores estudiantiles, los helicópteros lanzan, de forma totalmente inesperada, bengalas rojas y verdes, comenzando un intenso tiroteo de fuego real. Varios miles de personas son blanco directo de los disparos mientras, presas del pánico, comienzan a correr sin un destino fijo,
Las versiones oficiales, ampliamente difundidas en la prensa, radio y televisión, hablarán de la necesidad de repeler el ataque de unos francotiradores que nadie llegará a ver nunca. Esa noche, el subjefe de Policía ordena a sus hombres el control riguroso de los hospitales...
Hoy, cuarenta años después, no existe un balance real de víctimas. Los rotativos mexicanos hablarán de un centenar de muertos y miles de prisioneros en cárceles militares. El corresponsal del diario británico 'The Guardian' cifra en una crónica de urgencia en más de trescientos los cadáveres contabilizados...
Miles de periodistas llegados de todo el mundo para seguir el evento deportivo observan horrorizados los hechos, pero son conminados a guardar silencio o a minimizar lo ocurrido. Es inútil. Los muros de Tlatelolco tienen los poros llenos de sangre. Tlatelolco entero sigue respirando sangre mientras los fantasmas del 68 continúan recorriendo México.