En un país tan aferrado a un derecho básico como es la libertad de expresión e información, y en una tradición periodística que ha conocido de primera mano la vulneración del mismo, el caso de Julian Assange ha sido seguido siempre con atención y preocupación. Paradigma en este primer cuarto de siglo de la cacería que puede desatar el sistema a quien ose exponer a la luz pública sus vergüenzas, el fundador de WikiLeaks afronta desde una prisión británica de máxima seguridad su posible extradición a Estados Unidos.
Allí le aguardan 18 cargos penales –una petición de hasta 175 años de cárcel– en su contra, y sobre todo el ánimo de venganza de quien vio expuestas ante el mundo las atrocidades cometidas en las guerras de Irak y Afganistán. El vídeo difundido en 2010 donde se muestra a un helicóptero Apache de Estados Unidos disparando y matando a dos periodistas y a varios civiles iraquíes en 2007 no fue la primera acción de WikiLeaks, pero sí la que selló el futuro de su fundador.
Perseguido primero por la Justicia sueca por una acusación de agresión sexual, que acabó archivada y que muchos intuyeron una jugada para poder ser extraditado a EEUU, el periodista y hacker australiano pasó casi siete años refugiado en la embajada de Ecuador en Londres, hasta que el 11 de abril de 2019 fue detenido por la Policía Metropolitana, tras el anuncio del presidente ecuatoriano, el derechista Lenín Moreno, de que el país centroamericano dejaba de darle asilo.
Encerrado desde entonces, la extradición a EEUU, donde la exmilitar y fuente de WikiLeaks Chelsea Manning purga una condena de 35 años, ha pendido constantemente sobre la cabeza de Assange, cuya situación física se ha deteriorado sobremanera. Hasta el punto de que sus allegados han alertado varias veces sobre el riesgo vital que sufre. Esta situación tan precaria, sin embargo, no impidió que el año pasado escribiera una carta al rey Carlos III poco antes de su coronación tras la muerte de su madre Isabel II instándole a visitar la prisión de máxima seguridad de Belmarsh.
Una misiva ácida, plena se ironía y sarcasmo, que fue publicada en GARA hoy hace justo un año, y que reproducimos aquí íntegramente:
Carta de Julian Assange al rey Carlos III
En la coronación de mi señor, pensé que sería oportuno extenderle una sincera invitación para conmemorar esta trascendental ocasión visitando un reino dentro de su reino: la Prisión de Su Majestad en Belmarsh.
Sin duda, recordará usted las sabias palabras de un renombrado dramaturgo: «La gracia de la misericordia no se fuerza; cae como la suave lluvia sobre el bajo».
Ah, pero ¿qué sabrá ese bardo de la piedad ante el ajuste de cuentas en los albores de vuestro reinado? Después de todo, uno puede realmente conocer la medida de una sociedad por la forma en que trata a sus presos.
Es aquí donde se encuentran recluidos 687 de sus súbditos leales, lo que respalda un récord del Reino Unido como la nación con la población carcelaria más grande de Europa Occidental. Como su noble gobierno ha declarado recientemente, su reino está experimentando actualmente «la mayor expansión carcelaria en más de un siglo», con sus ambiciosas proyecciones que muestran un aumento de presos de 82.000 a 106.000 en los próximos cuatro años. Sin duda, todo un legado.
Como preso político, retenido por placer de Su Majestad en nombre de un soberano extranjero avergonzado, me siento honrado de residir dentro de los muros de esta institución de clase mundial.
Durante su visita, tendrá la oportunidad de disfrutar las delicias culinarias preparadas con un generoso presupuesto de dos libras al día. Podrá saborear las pócimas hechas con cabezas de atún y los omnipresentes pollos procesados. En Belmarsh, los presos cenan solos en sus celdas, asegurando la máxima intimidad con su comida.
Le puedo asegurar que Belmarsh brinda amplias oportunidades educativas. Como dice el Proverbio 22:6: «Instruye al niño en su camino, que cuando se haga viejo no se apartará de él». Verá también las colas para recibir medicamentos, donde los presos se alinean para recogerlos, no para el uso diario, sino para poder tener la experiencia de una expansión de sus horizontes durante ese «gran día».
También tendrá la oportunidad de presentar sus respetos a mi difunto amigo Manoel Santos, un hombre gay que se enfrentaba a la deportación al Brasil de Bolsonaro, y quien se quitó la vida a solo ocho metros de mi celda con una cuerda tosca hecha con sus sábanas.
Luego podrá visitar las regiones más profundas de Belmarsh para encontrar el lugar más aislado: donde se cuida la salud o, dicho de otra forma, el infierno (Hellcare), como lo llaman cariñosamente sus habitantes. Aquí se maravillará con las sensatas reglas de la seguridad, como la prohibición de jugar al ajedrez y el permiso de un juego menos peligroso como las damas.
En lo más profundo de Hellcare se encuentra el lugar más gloriosamente edificante de todo Belmarsh. ¿Pero qué digo? De todo el Reino Unido: el sublimemente llamado «la suite para el final de la vida». Si presta atención, es posible que escuche los gritos de los presos. «Hermano, voy a morir aquí» como un testimonio de la calidad de la vida y de la muerte dentro de su prisión.
No todo es malo. También se puede encontrar con la belleza entre estas paredes. Se podrá entretener mirando los cuervos que anidan en el alambre de púas y los cientos de ratas hambrientas que también consideran a Belmarsh su hogar.
Al embarcarse a su reinado, recuerde siempre las palabras de la 'Biblia': «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mateo 5:7). Y que la misericordia sea la luz que guíe su reino, tanto dentro como fuera de estos muros. Lo saluda atentamente, su vasallo.»