«Mi vida va más allá de lo que he aprendido en las montañas. Mi vida es una historia de superación personal en la que he comprendido lo que de verdad significan la valentía, la motivación y el inconformismo. Junto a Edurne alpinista profesional hay una empresaria, una conferenciante, una mujer solidaria... con una inquietud constante por descubrir nuevas experiencias dentro y fuera de su deporte», señala Edurne Pasaban en su página web.
El 17 de mayo de 2010 es una fecha grabada en su trayectoria y memoria. Ese día, acompañada por Asier Izagirre, Alex Txikon, Nacho Orviz y cuatro sherpas, lograba coronar el Shisha Pangma (8.027 metros), cumbre que hasta ese momento se le había resistido hasta en cuatro ocasiones. Tan solo un mes antes, el 13 de abril, conseguía alcanzar la cima del Annapurna (8.091 metros).
«Han sido un montón de años. Tendría que dar las gracias a mucha gente… Gracias a todos: a mi familia, a mis amigos, a todos los que habéis hecho posible que subiera los catorce ochomiles, a todo el mundo que se ha quedado en el camino… Gracias a todos de verdad, de corazón. Os quiero mucho a todos», manifestaba la tolosarra con voz entrecortada en un vídeo colgado en su web sobre ese gran día.
Edurne y el monte. El monte y Edurne. A los 15 años empezó a escalar en roca junto a su primo Asier Izagirre. Un año después ascendía al Mont Blanc. Junto a él se enfrentó al primer «reto himaláyico»: el Dhaulagiri. En esa ocasión no logró tocar cumbre. Corría el año 1998.
Su primer ochomil fue el Everest (8.848 metros) en 2001. Tenía 28 años y aquella era su tercera ascensión tras los intentos fallidos de 2000 y 1999. Pero los primeros pasos de Pasaban en la alta montaña comenzaron en 1999, tal y como recordaba Andoni Arabaolaza en la crónica publicada en GARA el 18 de mayo de 2010 («De campo a campo hasta la cumbre de los 14»).
«Soy y siempre seré alpinista profesional, pero además he recorrido y recorro muchos otros caminos en mi vida profesional»
En 2002 hizo doblete, el Makalu y el Cho Oyu. Al siguiente año logró un triplete, Lhotse, Gasherbrum II y Gasherbrum I. En 2004 coronó el K2 (8.611 metros), el único ochomil que le ha dejado secuelas físicas. Ese año, se cumplían 50 años de la primera ascención al K2.
En 2005 llegó el Nanga Parbat (8.125 metros). «Después del K2, de sufrir congelaciones y amputaciones, el Nanga era una prueba. Quería comprobar si podía seguir escalando y elegimos una montaña dura. Eran momentos difíciles en mi vida. Me quedo con los grandes amigos de la expedición, que estuvieron a mi lado y me ayudaron, y con el gran espolón Kinsofer», reflexiona Pasaban en su web sobre esta expedición.
En 2007 tocó cumbre en el Broad Peak (8.047 metros); y en 2008 alcanzó el Dhaulagiri (8.167 metros). Aquel era su tercer intento. «Fue mi primer ochomil con 24 años y donde había perdido a tres buenos amigos de escalada, entre los que estaba mi gran amigo Pepe Garcés. Al tercer intento hice cumbre en una de las montañas más preciosas y espectaculares», recuerda.
«Tras cuatro intentos fallidos, al quinto pude completar los catorce ochomiles. Recuerdo imborrable»
Ese mismo 2008, el 5 de octubre, tocó cima en el Manaslu (8.156 metros). En 2009, consiguió su duodécimo ochomil, el Kanchenjunga (8.586 metros). Pero, tras un complicado descenso, regresó a casa con congelaciones y en silla de ruedas.
El 13 de abril de 2010, subió el Annapurna, estadísticamente el más letal de los catorce ochomiles. El 17 de mayo completó sus catorce ochomiles con el Shisha Pangma.
«El pequeño de los catorce, pero el que más me ha costado. Tras cuatro intentos fallidos, al quinto pude completar los catorce ochomiles. Recuerdo imborrable. Atacamos la cumbre desde el campo 4 por una vía alternativa, que me había comentado Iñaki Ochoa de Olza. Disfrutamos de una gran ascensión», rememora.
Además de los retos e inclemencias propias de la montaña, Pasaban ha tenido que hacer frente a numerosas críticas, sobre todo tras su regreso del Manaslu, por el estilo y modo en que estaba llevando a cabo la carrera por los catorce ochomiles.
«Yo siempre he dicho que quería terminar los catorce por vías normales, porque es lo que puedo hacer. Buena parte de los hombres que han completado la lista lo hicieron sin abrir rutas nuevas. ¿Por qué molesta tanto que lo haga así? ¿Porque soy mujer?», se preguntaba por aquellos días en este periódico.
Detenciones de refugiados en Uruguay
Al otro lado del océano, en 1992, la Policía uruguaya confirmaba las detenciones de catorce ciudadanos vascos y veinte uruguayos –la mayoría de los cuales quedó en libertad sin cargos–. El Gobierno español solicitó la extradición de diez refugiados vascos. Entre ellos estaba Josu Lariz Iriondo, quien pasó un año y dos meses preso y quien sería nuevamente detenido en 1994 –año en que las autoridades uruguayas denegaron su extradición al considerar que los delitos que se le imputaban eran políticos–, en noviembre de 2001 y en julio de 2002.
Esta última detención con fines de extradición generó una ola de solidaridad tanto en Uruguay como en Argentina, adonde fue expulsado el 22 de noviembre y encarcelado para su extradición a Madrid, que finalmente no se llevó a cabo. El caso estuvo plagado de irregularidades.
El entonces ministro del Interior español, Angel Acebes, llegó a asegurar que Lariz Iriondo «era el máximo responsable de ETA en Uruguay, así como uno de los más buscados en toda Iberoamérica».
El refugiado vasco llevaba para ese entonces 15 años viviendo en el país latinoamericano. El 12 noviembre de 2001 fue detenido por orden de la juez Ana Lima en su domicilio, quien le acusó de «asistencia a la asociación para delinquir». El 20 de diciembre quedó en libertad pero el 31 de julio de 2002 fue arrestado por una orden de extradición del juez de la Audiencia Nacional española Baltasar Garzón. Fue trasladado a la cárcel de Montevideo, donde permaneció hasta el 22 de noviembre, fecha en la que, si bien le comunicaron que la extradición había sido denegada, fue expulsado a Buenos Aires y llevado a la Sección Antiterrorista y Delitos Complejos de la Policía Federal, donde recibió múltiples muestras de solidaridad y visitas como la de la titular, ya fallecida, de las Madres de la Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini.
En aquel contexto de redadas continuas contra refugiados vascos en Latinoamérica, la Embajada española en Uruguay condecoró al exministro del Interior uruguayo Ángel María Gianola, bajo cuyo mandato Montevideo extraditó a tres ciudadanos vascos en 1994, lo que provocó una fuerte represión policial que desencadenó en la muerte por tiros del uruguayo Fernando Morroni.
El juicio en su contra no se celebraría hasta junio de 2008. El fiscal argentino dio por prescritas las acusaciones en su contra y, en el caso de que el magistrado diera luz verde a la extradicción, exigía a «España que Lariz no sea ni incomunicado ni torturado». El relator de la ONU Theo van Boven también reclamó que se garantizaran sus derechos. Entre los testigos figuró el Premio Nobel de la Paz de 1980 Adolfo Pérez Esquivel.
El 14 de noviembre de 2005, el entonces presidente uruguayo Tabaré Vázquez autorizó al exiliado su regreso al país.
Muerte de Rafael Videla
El 17 de mayo de 2003 fallecía en prisión el dictador argentino Rafael Videla, de 87 años. Fue condenado a varias cadenas perpetuas por crímenes de lesa humanidad, incluido el plan sistemático de robo de menores nacidos durante el cautiverio de sus madres o detenidos junto a ellas. En el momento de su fallecimiento se enfrentaba al juicio por el Plan Cóndor.
En una audiencia pocos días antes de su fallecimiento, Videla se negó a declarar escudándose en una «repentina crisis de memoria» y en que se trata de una «cosa juzgada», en alusión al histórico juicio de las Juntas Militares de 1985.
«Deja la faz de la tierra un hombre deshumanizado. La historia evaluará el genocidio y el oprobio de la dictadura cívico-militar que encabezó», reaccionaba la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, Estela Barnes de Carlotto.
«La única felicidad es que sus largos últimos días los haya vivido en una cárcel común gracias a la anulación de las leyes de impunidad», subrayaba el nieto recuperado y legislador Juan Cabandié.
En una entrevista a la revista española 'Cambio 16', Videla puso en duda la existencia de los desaparecidos, refiriéndose a ellos como «gente que no se sabe dónde está».
En el libro-entrevista 'Disposición final' del periodista Ceferino Reato, publicado en 2012, asumió con orgullo que «había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas. Pongamos que eran siete mil u ocho mil las personas que debían morir para ganar la guerra contra la subversión». El objetivo, reiteraba: «Disciplinar a una sociedad anarquizada».