El 1 de octubre de 2016, la peor crisis del PSOE en su historia más reciente alcanzaba su punto álgido. El Comité Federal del partido defenestró a Pedro Sánchez, que dos años antes se había convertido en el primer secretario general elegido por primarias.
La tragedia que acabaría forzando la dimisión de Sánchez venía fraguándose desde lejos, especialmente a partir de los malos resultados cosechados por el PSOE en las elecciones a las Cortes Generales celebradas en el mes de junio. El PP de Mariano Rajoy volvía a ganar, mientras que la candidatura liderada por Pedro Sánchez se quedó nada más que con 85 diputados, su peor resultado, aunque consiguió evitar el temido sorpasso de Unidos Podemos.
La puntilla le llegó en septiembre con los comicios de la CAV y Galicia, donde a su formación no le fue mejor. Al contrario. En la Cámara de Gasteiz, el PSE de Idoia Mendia obtuvo menos parlamentarios que nunca (9) tras dejarse más de 87.000 votos con respecto a los casi 213.000 cosechados cuatro años atrás. En tierras gallegas, el PP de Alberto Núñez Feijóo reeditó con holgura la mayoría absoluta, mientras que el PSdG se vio sorpassado por En Marea.
En medio de aquellas debacles electorales, como recogían las crónicas de Alberto Pradilla desde Madrid, el debate era otro: qué hacer en el Congreso ante un bloqueo que se alargaba ya por espacio de un año y que podía conducir a unas terceras elecciones.
Sánchez defendía intentar un Gobierno «de cambio y transversal» –pactar con Unidos Podemos y Ciudadanos o los independentistas catalanes–, mientras que el ala «susanista» planteaba abstenerse para dejar gobernar al PP.
En este contexto, Sánchez lanzó un órdago a sus críticos y propuso celebrar primarias y un congreso «exprés». Pretendía así contraponer a los barones territoriales con las bases del partido, que entendía como favorables al citado Ejecutivo alternativo.
El ala más tradicional del PSOE tocó a rebato y todo el aparato, tanto político como mediático, se lanzó contra el secretario general. Sirva para tomarle medida al nivel de tensión el editorial que publicó 'El País' de Juan Luis Cebrián el mismo día del Comité Federal. Titulado «Salvar al PSOE», el texto era demoledor: «Sánchez ha resultado no ser un dirigente cabal, sino un insensato sin escrúpulos que no duda en destruir el partido que con tanto desacierto ha dirigido antes de reconocer su enorme fracaso».
Vamos, que para cuando arrancó aquel cónclave fratricida que se prolongó once horas, la sentencia de Sánchez estaba ya firmada. No va más.
Cabía esperar que aquel fuera el fin de la carrera política de Pedro Sánchez, que renunció también a su acta de diputado apenas unas horas antes de que el PSOE se abstuviera para posibilitar la investidura de Rajoy.
Lejos de marcharse a casa, destruido por los suyos, y como «militante de base en paro», recorrió sedes del PSOE de todo el Estado a bordo de su Peugeot 407 y, solo ocho meses más tarde, volvió a la Secretaría General tras imponerse, no solo a Susana Díaz, sino al aparato del partido.
Para ese 21 de mayo, el 'Manual de resistencia' de Sánchez ya llevaba escritas unas cuantas páginas, pero lo más gordo aún estaba por venir: descabalgó a Rajoy de la presidencia en la primera moción de censura exitosa del Estado, llevó a su partido a ganar los comicios de nuevo tras once años de derrotas, articuló mayorías alternativas con Podemos y los independentismos abriendo la puerta a implementar políticas de progreso... Y cuando las cosas le vinieron mal dadas, como en las municipales y forales de mayo del año pasado, lejos de acogotarse, pelotazo largo, nuevas elecciones y a seguir. Cinco días de pausa inéditos, y a otra cosa.
Gustará o no, pero desde luego resulta difícil encontrar figuras políticas que se muevan con esa soltura y se crezcan tanto en la adversidad.
El EBB elige a Urkullu como candidato
Otro 21 de mayo, pero en 2012, el EBB del PNV designó a Iñigo Urkullu como candidato a lehendakari tras apartarse Juan José Ibarretxe, que había liderado el Ejecutivo desde 1999 a 2009.
Hacía apenas cinco meses que el de Alonsotegi había sido reelegido como presidente del partido, cargo al que llegó en 2007 en sustitución de Josu Jon Imaz, y su designación como aspirante a llegar a Ajuria Enea supuso una cierta ruptura con la histórica tradición bicéfala del PNV, que separa el liderazgo del partido y el institucional. Cierta ruptura, decimos, porque de inmediato se puso en marcha la máquina interna que acabó llevando a Andoni Ortuzar a encabezar el EBB.
El nombramiento de Urkullu fue mucho más que un cambio de caras para los jeltzales, pero también para el país. Su relación con Ibarretxe fue «tirante» y, en el fondo, siempre pensó que su Plan fue una desviación. «Hay muchos días en los que tengo que hacer actos de fe para seguir unido a Ibarretxe», llegó a decir Urkullu siendo ya presidente del partido, aunque después esgrimiría que sus palabras a la periodista María Antonia Iglesias estaban sacadas de contexto.
En cualquier caso, esa distancia entre ambos se confirmó durante sus gobiernos, donde acabó echado en brazos del PSE y obsesionado con el independentismo de izquierdas. Así lo apuntaba el editorial de GARA tras el anuncio del PNV de darlo por amortizado también a él. Las intrigas y los conflictos internos que habían marcado su trayectoria determinaron igualmente su final.