Los vuelcos electorales suelen venir precedidos de cambios sociales más profundos, pero el paso por las urnas siempre permite obtener fotografías detalladas del momento y, cuando toca, marcar hitos. Algo así puede decirse que ocurrió en aquella Nafarroa que el 24 de mayo de 2015 celebró elecciones municipales y forales.
Los comicios se habían presentado como una disyuntiva entre dos bloques antagónicos: el Régimen, que encarnaban UPN, PPN y PSN, y el Cambio, aquellas fuerzas que, como definió en su día Floren Aoiz, buscaban llevar a las instituciones «los deseos de transformación largamente fermentados en la sociedad».
Ahora que María Chivite encadena su segunda legislatura liderando un Ejecutivo de corte progresista en el herrialde, casi resulta hasta extraño retrotraerse a aquellas en que UPN y PSN iban de la mano como garantes de que nada cambiara en Nafarroa.
En el contexto del Estado, el PSOE estaba de capa caída. No levantaba cabeza desde que, estallada la crisis económica y financiera, Mariano Rajoy desalojara a José Luis Rodríguez Zapatero de la Moncloa. El partido no levantaba cabeza y, como ocurre cuando los resultados no acompañan, afloraba la división entre quienes amagaban con tímidos acercamientos a la izquierda y el aparato del partido, mucho más conservador.
En Nafarroa, siempre que la sucursal del partido con sede en la calle Ferraz había tenido la oportunidad de ser bisagra había optado por apuntalar a la derecha en el poder. Precisamente por eso, la eterna aspiración era sumar las suficientes fuerzas para articular mayorías progresistas sin que fuera necesario el concurso del PSN.
Motivos no faltaban. Echando la vista atrás, la lista de motivos era larga. Por citar solo algunos hitos: el «agostazo» de 2007, cuando la lista encabezada por Fernando Puras recibió la orden desde Madrid para permitir que Miguel Sanz siguiera en el poder; los comicios de 2011, cuando el PSN acabaría formando Gobierno con UPN a pesar de que Roberto Jiménez hubiera proclamado que eso estaba «descartadísimo»; el escándalo por el cobro de dietas en Caja Navarra –también por parte de cargos del partido con sede en el Paseo Sarasate– y la posterior desaparición de la entidad; el «marzazo» de 2014, cuando Alfredo Pérez Rubalcaba evitó que prosperara una moción de censura de Bildu y Aralar-NaBai contra Yolanda Barcina…
Como recordaría Martxelo Díaz en un reportaje publicado diez años después de la moción de censura, aquella iniciativa no pudo progresar, pero sirvió para demostrar que en Nafarroa era posible articular una mayoría para desalojar a una derecha que, en aquellos momentos, parecía que se eternizaría en el poder.
En otro trabajo periodístico, titulado «La corrupción y el PSOE han cavado la tumba del PSN», Iñaki Vigor repasó con gran detalle los acontecimientos que ayudan a entender por qué en aquellas elecciones de 2015 la candidatura que lideraba María Chivite quedaría relegada nada menos que a la quinta posición, con apenas siete parlamentarios. Este punto fue determinante para que el Cambio pudiera producirse.
Las matemáticas acompañaron
El terreno para ese cambio estaba, pues, abonado tanto social como políticamente, pero materializarlo en el nuevo Parlamento era, aritméticamente, casi un milagro.
Sin embargo, aquel 24 de mayo de 2015 los astros se alinearon y las fuerzas favorables a articular esa mayoría alternativa (EH Bildu, Geroa Bai, Podemos e Izquierda-Ezkerra) lograron superar la barrera de los 26 parlamentarios. Buena parte del vuelco llegó gracias al sur de Nafarroa, que hasta entonces tradicionalmente había sido un búnker para el régimen. Así lo recogió Alberto Pradilla.
Pero fue mucho más allá, puesto que no solo se consiguió aupar a Uxue Barkos a la Presidencia del Ejecutivo, sino que también marcó otro hito impensable años atrás: Joseba Asiron sería nombrado días después alcalde de Iruñea, poniendo así fin a 16 años ininterrumpidos de gobiernos de UPN.
La derecha perdió de golpe las dos principales instituciones del herrialde. Nada volvió a ser igual. Allí comenzó una larga travesía por el desierto para UPN que todavía perdura. De la mano de Enrique Maya, los regionalistas volverían a la Alcaldía de Iruñea en 2019, pero aquello no fue más que un pequeño balón de oxígeno.
Son ya años alejados del Ejecutivo foral, y eso pesa. Sobre todo si se tiene en cuenta un factor relevante, como fue el cambio de política de alianzas que conllevó la llegada al poder de Pedro Sánchez.
No faltan ejemplos en los que, puntualmente, el PSN ha seguido dando aire a UPN, pero sí que ha buscado esas mayorías alternativas que tanto se le habían reclamado, de modo que María Chivite fue nombrada lehendakari en 2019 y 2023 con los votos de esas fuerzas que representan a la Nafarroa progresista.
Pese a lo manido del calificativo, fue histórico también el respaldo del PSN a la moción de censura que, en diciembre del pasado año, desalojó a la regionalista Cristina Ibarrola de la Alcaldía de Iruñea y devolvió la vara de mando a Joseba Asiron.
No solo fue perder una alcaldía. Con ese movimiento, el partido entonces presidido por Javier Esparza pasó de gobernar al 53% de la población de Nafarroa al 21%.
La derecha navarra tiene, pues, un panorama complicado ante sí. A las lógicas tensiones que genera la pérdida de un poder institucional que llegó a considerar en propiedad, hay que sumar las dificultades para buscar pactos con un PSN –de lo contrario, solo le quedaría escorarse aún más a la derecha– que mira a su izquierda y al que ha convertido en el centro de sus exabruptos.
No sabemos si, como decía Shakespeare, Nafarroa será el asombro del mundo, pero desde luego son tiempos interesantes.