«Quizás hubiera cambiado todos los títulos por seguir jugando tres años más»
Juan Martínez de Irujo (Ibero, 1981) recibe a NAIZ en su pueblo natal. Aquí es Juan. En sus calles lo recuerdan con una pelota en la mano o en el bolsillo. El Martínez de Irujo que hemos conocido en los frontones es de sangre caliente, competitivo al máximo, jugador de verso suelto. En las distancias cortas, Juan es afable y cercano.
Del mismo modo en que sale la pelota de su mano, así salen las palabras de su boca. Veloces, directas. Las frases son concisas. Eso sí, van acompañadas de una sonrisa en numerosos momentos de la charla.
Hay pueblos en los que el centro lo determina el Ayuntamiento, la plaza... En el caso de Ibero esta función la cumple el frontón –recién inaugurado, ahora ya cubierto con un precioso techo de madera–. A escasos metros se encuentra la casa familiar del pelotari. Se miran frente a frente. Vemos llegar a un niño al frontón. Detrás viene su abuela. Pelotari y vecina se saludan. «Siempre va con la pelota en la mano», le explica esta. Martínez de Irujo no esconde su felicidad por ver que en las generaciones hay esperanza, ya que a lo largo de la entrevista deja entrever su inquietud por el futuro de este deporte.
El aire es frío y propone que nos cobijemos en la sociedad del pueblo. «Toda la vida he hecho turnos en la barra como todos, en fiestas o carnavales. Eso es lo bueno del pueblo», cuenta.
Han pasado diez años desde que Irujo se alzara con su quinta (y última) txapela en el Manomanista. El calendario marcaba el 29 de junio de 2014. «Me parece tardísimo. Últimamente las finales se juegan a últimos de mayo o primeros de junio», señala. No es de los que está pendiente de efemérides de este tipo. «Normalmente hay alguien que lo menciona en redes sociales. El año en que gané cada txapela sí recuerdo, pero la fecha exacta no», cuenta.
Venció a Retegi II en el Atano. Venía arrastrando una lesión.
Sí, de eso ya me acuerdo. ¡Fue un partidazo! Aquel año estaba con la mano izquierda destrozada. Prácticamente jugaba sin entrenar en el frontón. Tuve la suerte de que la mano derecha me iba muy bien, le daba velocidad a la pelota, la ponía muy lejos. Fue un año raro. Venía arrastrando la lesión desde la final de parejas. Iba con lo puesto. Yo era favorito ante Julen [Retegi], pero él le había ganado a Aimar ese año también en cuartos, me parece, en la semifinal creo que le ganó a Idoate, no lo recuerdo muy bien... Al tener la mano izquierda mal salía muy concentrado, tratando de no cometer errores. El partido tenía que ir muy rápido por mi estado físico y me salió todo perfecto: 22-9.
Aquel mismo año volvió a hacer historia al ganar las tres máximas competiciones, el triplete. Es el único pelotari que tiene dos, los conseguidos en 2006 y 2014.
Sí. A esto le doy mucho valor porque pasaron ocho años de una a otra. Es señal de que me pude mantener arriba durante mucho tiempo gracias al sacrificio y al trabajo que hacía durante el año todos los días. Lo tenía claro, si perdía en la cancha que fuera porque me habían ganado, porque eran mejores, no porque yo hubiera dejado algo sin hacer. El día a día era muy sacrificado. Era muy metódico a la hora de entrenar y de preparar los campeonatos. Siempre hacía algo más de lo que me decían. También fue suerte, no tuve lesiones tan graves.
Estaba rodeado de grandes pelotaris referentes de quienes aprendió el valor de entrenar.
Sí, a principios de 2000 empecé a entrenar con el grupo de Eugi, Eulate, Lasa... Yo veía que ellos no iban a pasar la mañana allá [sonrisa]. Tenía 20 años, un respeto muy grande por todos ellos y me dedicaba a observar y ver lo que hacían los buenos. «Si entrenan así es por algo», pensé. Cogí de ellos esa cultura de entrenamiento.
Eso no lo hacen todos los pelotaris.
Es un deporte muy individual y tampoco te explican mucho las cosas. Vas al frontón, te lo pasas bien, entrenas... Si no tienes un entorno así... Gracias a ellos entrené luego como entrené.
Con los dos tripletes demostró su valía también en el cuatro y medio, modalidad que no le gustaba al principio.
Sí, era muy rápido, no podías soltarte, era más de marcar. Si le dabas fuerte a la pelota te pasabas de la línea... Jugaba incómodo, agarrotado. No me gustaba mucho. A base de jugar le fui pillando un poco, pero siempre jugué con dudas, no las tenía todas conmigo. Y así es muy difícil jugar. En 2014 gané el parejas con Abel [Barriola] terminando mal, gané el mano a mano, en julio prácticamente no pude jugar nada y ese año le puse más ganas que nunca por intentar hacer el triplete.
Tiene trece txapelas en total. Cinco veces campeón manomanista, en cinco ocasiones vencedor en parejas, tres veces txapeldun en el cuatro y medio. En total 938 partidos jugados, 570 ganados y 368 perdidos. Si le dijeran este palmarés de cualquier otro pelotari, ¿qué pensaría?
Que ha hecho buena carrera, ¿no? [entre risas] ¡Mirándolo así está muy bien! Al ser mi carrera casi no sé qué decir. Me gusta lo que he ganado, pero quizás hubiera cambiado todos los títulos por seguir jugando tres años más. De todas formas, estoy contento con la carrera realizada y sobre todo porque me lo he currado en el día a día. Más que con las txapelas. El palmarés es fruto de todo el trabajo hecho y de haber vivido en Ibero y en Bidaurreta, donde se respira pelota por todas las esquinas. Y gracias a mis padres, que me llevaban a todos los lados. En mi casa la pelota era el deporte rey. ¡Que no me faltara una pelota en el bolsillo! En cuanto se me rompía una íbamos a comprar otra. También gracias a los amigos, a quienes les gustaba el deporte. Utilizábamos el frontón también para darle al balón, ya que el campo de fútbol quedaba lejos.
Viendo que el frontón y la casa familiar se miran frente a frente en Ibero, es fácil imaginarle jugando a pelota desde niño.
¡Si vieras la turrada que les he dado a los amigos tanto en Ibero como en Bidaurreta –vivía entre los dos pueblos–!. Martes y jueves mis padres me llevaban a entrenar a pelota a Iruñea, al Oberena.
La pelota se le daría bien, nos gusta lo que se nos da bien.
También jugaba a fútbol. Yo le daba a todo. La cuestión era estar en movimiento. No me daba nunca pereza ir a entrenar. Si tenía la mano mal entrenaba con la izquierda. Siempre estaba predispuesto a estar en el frontón. Luego fueron surgiendo las cosas. A los 10 años ganaba casi todo. Más tarde vino la fase en la que todos crecían y yo no, perdía la mayoría de los partidos. Eso me vino bien para coger otros recursos.
¿Por ejemplo?
Jugar de aire para defender...
Se buscaba la vida.
Eso es. Perdía un partido y al día siguiente iba a entrenar, tampoco me comía mucho la cabeza. Llegaban los mundiales y no me llamaban. Me jodía, claro, porque veía que en la cancha les ganaba yo e iban ellos al Mundial. Pero tampoco me desilusionaba. Yo seguía.
En el Mundial de 2002 jugó al trinquete. Es otro tipo de juego.
Sí, coges otras posturas, le das más de arriba... Fue en 2001 cuando comencé a jugar en el trinquete. Se jugaba el Mundial sub-22 en Colonia de Sacramento, Uruguay. «No he estado nunca en Uruguay, hay que aprovechar», me dije. Nos pusimos a entrenar y le fui cogiendo el truquillo. Hicimos un buen torneo, quedamos subcampeones contra Francia. Luego los dos campeones han sido primeras espadas del trinquete, Hervé Etcheberry y Paxkal Ezkurra. Lo pasamos de maravilla, con muy buen ambiente, rodedados de deportistas...
Luego llegó el Mundial de Iruñea en 2002. Por aquel entonces yo ya destacaba en el frontón. Y quería ser campeón del mundo del frontón. Entre que los que fueron al Mundial el año anterior estaban entrenando desde antes y que yo podía jugar al trinquete, optaron por esto último. Aquel año quedé campeón de Navarra y España en el frontón. Me dolió bastante. Yo habría ido hasta de suplente. Aunque luego me vino bien.
¿Le quedó la espina clavada?
Sí, incluso tenía pensado que el día que dejara de jugar como profesional podía prepararme para jugar el Mundial de frontón aunque fuese con 40 años. No pudo ser. Quería tener ese título.
Recordemos aquel partido contra Heriberto López Molotla 'Loquillo'. Se disputó en un ambiente que hizo honor al apodo del mexicano.
Aquel partido fue un máster. Él me decía de todo. Nuestro seleccionador, Inocencio Azpiroz, en vez de tranquilizarme me alteró más... Era un partido de tensión, yo estaba muy nervioso y él también. El mexicano me iba ganando 32-23, se las sabía todas, allí se juega de esa manera. Me quedó la pena de no jugar la final del Mundial. La derrota la veo positiva ahora, te hace ser más duro. Te llevas buenos palos pero a la vez dices «hay que aprender de esto».
Aprendió a no entrar tanto al trapo. O entrar al trapo sin que los siguientes le afecten tanto.
Si eso me pasa cinco años después, igual le engancho del cuello y el que se acojona es él. Son experiencias de la vida. Aquella misma noche salimos juntos y al pobre no le dejaban entrar a la discoteca por ir en chándal y zapatillas, y hablé yo con el portero para que lo dejaran entrar. Lo que ocurrió en la cancha se quedó en la cancha.
Vestido de blanco es de sangre caliente, en la calle no parece que tanto. Se lo habrán dicho.
Sí, me lo han dicho. Fuera del frontón también soy de sangre caliente, si me tocan las narices salto.
¿Alguien le dijo en sus inicios que con aquel cuerpo sería mejor dedicarse a otra cosa?
No, si lo pensaron no me lo dijeron. Yo era flaquito, no tenía mucha fuerza. Me aconsejaron ir al gimnasio y empecé a los 18 años. Maduré tarde, con 20-21 años, y en un año gané 13 kilos. Y eso al final se nota. 13 kilos de los buenos, además.
Día de su debut. 2003, Labrit. ¿Cómo fue aquel día?
Uno de los mejores días de mi vida pelotazale. Me hizo mucha ilusión ponerme la camiseta con mi nombre. El partido era televisado. Estaban la familia, los amigos, los vecinos del pueblo... Encima pude ganar 22-21, salió todo perfecto. Jugaba con Elkoro contra González y Eulate, este último gran amigo mío. Íbamos 21 iguales, sacó González y yo entré de aire. Mucha gente se echó las manos a la cabeza. «¡Qué hace este tío!», pensaron. Vi que era mala para el compañero y no me lo pensé dos veces. Ahí se vio que algo había, valentía, sobre todo.
Tras debutar todo fue rápido.
Debuté con 21 años y el cuerpo ya tenía más o menos hecho. No es como un chaval de 18 años que debuta, que está sin hacer y le falta experiencia. Yo había tenido mil batallas antes de llegar a profesionales. En México, en Castilla en frontones «secos» contra veteranos de allá... Jugué mil partidos de ese tipo. Además tuve la suerte de que me pusieron con Óscar Lasa mi primer año de parejas y llegamos a la final. Luego vino el campeonato de mano a mano y quedo campeón. Lo pienso ahora y me asusto de lo que hice.
Disputó trece finales contra Aimar Olaizola. 6 victorias suyas, 7 de Olaizola. Julián Retegi dijo: «No ha habido una época como la de Irujo y Aimar, ha sido puro espectáculo». ¿Cómo vivió la rivalidad?
Yo quería ganarle a él y él a mí. Siempre daba un poco más de gusto ganarle a él.
Dos caracteres y dos maneras de jugar distintos.
Y dos empresas diferentes. Lo bueno era que en la calle había morbo. Incluso antes de la semifinal ya se notaba el ambiente. Los más beneficiados por eso fuimos los dos. Claro, se llenaba el frontón y tú podías exigir más dinero a la empresa. Todos contentos. [risas] Nos vino bien para entregarnos más y ser mejores.
Ambos iban delante en el pelotón, vigilándose de cerca en sus intentos por escaparse.
Eso es, nos dábamos codazos como en una carrera ciclista. Y estuvimos cerca de 10 años en la cresta de la ola. Por eso lo decía igual Retegi. Fue tan larga la rivalidad...
Y el espectáculo que ofrecían en la cancha.
Empezaba ya el jueves con la elección de material. A mí no me gustaban las suyas, a él tampoco las mías... Ahora al que habla más del material se le pone una sanción. Si es mejor vender el partido desde el jueves... Con una salida de tiesto mía, otra suya, ya estaba. ¡Chispa, tiene que haber chispa!
¿Echa de menos el ambiente previo?
Bueno, ahora estoy más tranquilo. Hoy en día sabes de antemano lo que van a decir todos. Antes de cada final intento seguir la prensa para ver lo que opina cada uno, pero es todo muy parecido, no saltan chispas como saltaban antes.
La elección de empresa –Aspe frente a Asegarce– fue por la duración del contrato, ¿no? Eligió la más corta, llama la atención su mentalidad.
Mi intención era probar y si no valía para la pelota, entrar en la fábrica. «Y si soy bueno, ya me subirán antes el sueldo», me dije. Tampoco era un dineral, el gasto que tiene un pelotari es altísimo. Yo hacía 40.000 kilómetros al año en coche. Solamente en eso más lo que te dejas en masajistas... tampoco era mucho lo que me quedaba. Pero tenía ilusión. La cosa me salió bien. Si debuté en junio, en septiembre ya había mejorado el contrato. Y eso porque estaba en Aspe, en la otra empresa les habría costado mucho subirme el sueldo. En Aspe siempre han sido muy agradecidos, y siempre he estado muy contento.
A los aficionados más clásicos al principio no les gustó su juego. Era acelerado, con poca cabeza por momentos, pero pronto vieron cómo competía y que era una gozada ir al frontón. Lo valoraron.
Lo valoraron no, ganaba [sonrisa]. Eso también me pasaba en aficionados, mi juego era alegre, entraba mucho, pim-pam, y no les gustaba ni a los organizadores, por lo que no me llamaban para jugar. Luego seguí jugando igual, pero los resultados me acompañaban y la empresa no tenía más remedio que ponerme al ganar los partidos.
Esa forma de jugar era natural, no era premeditado.
Me salía así y me sentía cómodo entrando al aire de lejos. ¡Había días que tiré a mala 17 pelotas! Seguí jugando sin arrugarme.
Gran fuerza, buena pegada con ambas manos, juego de aire, buena defensa, velocidad y riesgo eran características de su juego. Siempre fue fiel a su estilo.
Yo tenía la suerte de que le daba mucha velocidad a la pelota y no te planteas jugar. Al cuatro y medio sí tuve que dar algún paso atrás para controlar el golpeo. Decían que ganaba muchos partidos por la fuerza y que técnicamente no era muy bueno, pero no estoy de acuerdo, si no no hubiese ganado tantos partidos. Pero bueno, cada uno tiene su opinión. Aparte de la parte física, después de los entrenamientos metía muchas horas para mejorar la técnica y saber cómo entrar de aire, cómo echar a dos paredes, cómo hacer una dejada, cómo meter la mano, cómo poner el cuerpo... Aprendí con Jokin Etxaniz, un buen maestro.
¿Tuvo algún comentario por parte de la empresa sugiriéndole que no arriesgara tanto?
Algún compañero sí me dijo «para un poco, asegura», [risas]. Sí, tendría razón, un día medio torcido en vez de arriesgar tanto hay que pegarle más. Pero los jefes no me han dicho nunca «no falles tanto».
«He dado todo en la cancha, quería quedarme con la conciencia tranquila», dijo.
El trabajo bien hecho y llegar a la cita con el planning ejecutado. Que gano, bien; que pierdo, felicito al rival. Hay veces que haces bien los entrenamientos, te pones nervioso y no haces nada. Eso es lo que tiene el deporte.
Mantuvo hasta el final su hambre de ganar. Si se pierde eso, malo.
Yo he tenido épocas en las que he estado saturado, pero llegaba un campeonato oficial y decías «esto hay que sacarlo como sea». Había años en los que solo tenía una semana, siete días contados, de vacaciones. Casi no podías desconectar. Querías parar quince días pero no podías. Algunas veces ibas sin ganas pero una vez que te vestías de blanco no querías perder. Ahora está mejor regulado, tienen 2-3 semanas libres en junio y pueden planificar un viaje con antelación. Yo hacía la reserva un miércoles para irme el lunes...
¿Qué le ha dado y qué le ha quitado la pelota?
Me ha dado todo, le debo mucho a la pelota. ¿Quitarme? Algún viaje, alguna juerga y estar en verano con la hija mayor, sobre todo. Ir a buscarlas a la ikastola... pero la carrera del deportista es corta y hay que aprovecharla.
¿La preparación física y mental de los pelotaris ha cambiado ahora?
Nosotros teníamos nuestro preparador en el grupo y sobre todo los entrenamientos y resistencia eran individuales. La movilidad y la agilidad la preparábamos en grupo.
¿Y la alimentación?
Nunca he tenido nutricionista. Hoy en día sí lo tendría.
Viéndolo ahora no parece que tenga tendencia a coger kilos.
Para estar ahí arriba tienes que estar con el peso exacto. Ahora igual me cuido más que antes. Me gusta verme bien. No quiero que me salga barriga todavía, ya me saldrá luego [risas]. Por el tema del corazón también me gusta llevar una vida sana.
Es quien cocina en casa.
Hasta que nacieron las hijas yo comía en casa de la ama. Excepto la víspera del partido, día en que comía pasta, comía lo que ella cocinaba y nunca he estado por encima de mi peso (88 kilos, 1.86 de altura). Ahora cocino todos los días para mi familia.
¿Su círculo personal de amigos estaba relacionado con la pelota o tenía la cuadrilla de siempre?
Hasta 2006 viví aquí, en Ibero. Mis amigos son de aquí, también de Etxauri. Antes de la final venía aquí, jugaba a las cartas, me daba un paseo... aquí soy Juan, no soy Martínez de Irujo. Soy uno más y por eso vengo. Aquí tenía la cabeza limpia, despejada, y era lo que necesitaba. No me siento observado, puedo hacer lo que me da la gana. Eso se valora mucho.
¿Se considera afortunado?
¡Soy un privilegiado! La pelota es una pasión, es lo que más me ha gustado siempre, poder haber disfrutado toda mi vida de ello, es lo más grande que hay. Muchos amigos no van a gusto a trabajar a la fábrica, yo sí, iba feliz al frontón a 'trabajar'. Hice trabajos esporádicos –limpieza en el pueblo, o lo que surgía–, pero en la fábrica nunca.
13-07-2016. Hizo pública su dolencia cardiaca y anunció su retirada. ¿Fue de los días más duros de su vida?
Aquel día no fue tan malo. Fue un alivio, de soltarlo. «Tengo un problema, pido prudencia, tiempo, dejadme tranquilo», dije ante los medios. Los días anteriores fueron incómodos. Estábamos en plenos sanfermines. Encima me rompí el dedo. Solo lo sabían mis padres y Gema, mi mujer. Nadie más. Mi suegra nos miraba a los dos y decía «estos dos no sé cómo están. Les veo raros...». El día 12 reuní a familia y a amigos, y les conté lo que iba a hacer público. No era fácil juntarlos, en sanfermines se para todo. Sentí un alivio de la leche.
Es distinto cuando son las circunstancias las que te obligan a dejarlo. «Me has fastidiado la carrera, pero me has salvado la vida», dijo a su cardióloga, Uxua Idiazabal.
Sí, así es. Gracias a que me hicieron la revisión. Las cosas hay que afrontarlas conforme vienen. Que te vienen malas, tienes que coger el toro por los cuernos y tirar adelante, no hay otra. He estado jugando trece años, miro lo bueno. Yo quiero vivir. No quiero llevarme un susto en el frontón. No solo por mí, sino por los que tengo a mi alrededor. Imagínate estar jugando y que me diese un «jamacuco», se podía haber liado una gorda...
«He sentido un cariño que no sentí ni cuando ganaba las txapelas», reconoció tras su retirada.
Sí, en todos los lados me he sentido muy querido. A muchos les dará pena. Donde me han llamado he ido a agradecérselo. Ha sido una pasada. Me quedo satisfecho. Pienso que algo bien habré hecho para que tanta gente te quiera y te dé tantos ánimos. Es lo más importante que hay.
Todavía hacen colas en los frontones para hacerse una foto con usted. Es bonito recibir el calor de la gente...
Sí, la gente se acuerda. Cuando es en el frontón es bonito, cuando es fuera de ahí ya no me gusta tanto.
¿Cómo fueron los primeros días?
Al principio le pillé un gusto de la leche, tenía todos los fines de semana libres. Pero llegó septiembre y no sabía qué hacer. Seguía yendo al gimnasio y a entrenar aunque con baja intensidad. Lo dejé porque no podía hacer lo mismo que ellos. Me gustaría jugar a pelota y a fútbol con mis amigos, pero hay cosas que no puedo hacer. Eso no me gusta. Yo cuando juego juego, no sé hacerlo al 30%. Ahora voy andando o en bici al monte. Deportes aeróbicos puedo hacerlos sin problema. Tenía la escuela de pelota con los chavales y con eso mataba el tiempo y seguía vinculado al frontón.
Se refiere a Elkar Pelota. Tuvo que echar la persiana por falta de chavales y de ayudas.
Sí. Estuvimos 5-6 años. Éramos socios Eugi, Goñi III, Eulate y yo. Veíamos que este deporte iba a menos en presencia en la sociedad y en número de chavales que juegan. Empezamos muy ilusionados. Funcionábamos gracias al patrocinio de empresas privadas. Si no hubiese sido por ellos no habríamos podido ponerlo en marcha. La pena es que al ser una empresa privada no podían darnos ayudas públicas. Llegó la pandemia, bajaron los chavales, las empresas facturaban menos y no nos podían ayudar. Lo comprendo perfectamente. Nosotros teníamos que pagar las cuotas de la Seguridad Social y las cuentas no salían. Pedimos ayuda, pero nadie nos echó una mano desde la Administración.
¿Cómo ve la actual situación de la pelota?
Fútbol, balonmano, pádel... los jóvenes tienen más opciones cada vez y hay menos licencias de pelota, sobre todo en Navarra. Las chicas son las únicas que están aumentando en número. Pero tiene que ir arriba en chicos y chicas, y no va. Es algo que me fastidia mucho. Hay mucha oferta de deportes. Antes solo había un frontón en los pueblos y todo el mundo sabía jugar. Además, al jugar a mano la pelota duele y te tiene que gustar mucho para jugar. El deporte en equipo es mucho más fácil; si no, te tienen que llevar tus aitas.
¿Sus hijas hacen deporte, le gustaría?
Quiero que hagan deporte. Es sano, se dice, aunque el de alta competición te deja secuelas. A mí me duelen las rodillas, las manos... La mayor, Arane, tiene 14 años y juega a balonmano, y la pequeña, June, de 10, hace baile.
¿En estos tiempos en que prima el individualismo considera que hacer deporte, sobre todo el colectivo, inculca valores?
Sí, los valores como el respeto al rival, aprender a ganar, aprender a perder, conocer a tanta gente, eso te vale para la vida en general. El 6 de julio no puedes salir porque al día siguiente juegas y no te importa.
La pelota a mano de mujeres va ganando presencia, los frontones se llenan.
Algunos son muy críticos, dicen que las chicas no juegan nada. Si llevan jugando cuatro días... A mí me gusta el nivel que tienen, es bonito. Si siguen trabajando así... Por naturaleza el hombre tiene más fuerza que la mujer y no le van a dar a rebote y no pueden jugar como los hombres, pero se puede amoldar el material para que den un buen espectáculo. Acaban de empezar y hay que trabajar una base. Yo siempre digo que de la cantidad siempre sale la calidad. Vamos a darles tiempo.
Últimamente se anima a hacer comentarios de las finales para NAIZ. Colabora en Radio Euskadi los sábados y en las finales. ¿Cada vez mejor?
Lo hago a gusto. No estoy atado a nadie, puedo decir lo que me dé la gana. Algunas veces me equivocaré, otras acertaré... Sigo ligado a la pelota, voy al frontón e intento apoyar este deporte porque veo que mi imagen, aunque esté mal que lo diga yo, puede ayudar. E intento dar mis opiniones sobre la táctica y la técnica. Y con los compañeros de la radio me lo paso muy bien.
¿Los oyentes le mandan mensajes?
Alguno me suelen mandar. Yo creo que si me mandan alguno negativo no lo dicen en antena y ya está. Todos son buenos. [risas]
¿El euskara lo reserva a su ámbito más privado, como en casa, con sus hijas?
Me cuesta hablarlo, es el miedo a meter la pata. Al principio, alguna vez que lo hablé, alguien se rio y dije «ya no lo hablo más». Lo entiendo más o menos. Hace tiempo que dejé de ir a clases de AEK. Esa espina sí que la tengo clavada. Leo la información sobre la pelota en euskara en prensa y en la tele concursos como 'Mihiluze', que son los que se ven en casa. También partidos de pelota. El oído sí lo ejercito.