La rotunda victoria del «no» en el referéndum celebrado el 5 de julio de 2015 en Grecia suponía un amplio respaldo y legitimidad para el gobierno de cara a continuar las negociaciones con las instituciones europeas y el Fondo Monetario Internacional (FMI). «Grecia dice no a más austeridad y obliga a los acreedores a mover ficha», titulaba GARA al día siguiente en portada.
La consulta, provocada por la imposibilidad de llegar a un acuerdo en las negociaciones entre el Gobierno griego de Syriza y sus intransigentes acreedores antes de finales de junio de 2015, había sido planteada en abril por el primer ministro, Alexis Tsipras, e inmediatamente recibió el rechazo del Eurogrupo, que no aceptaba modificación alguna de lo que básicamente era un plan pensado para salvar a los bancos franceses y alemanes, principales acreedores internacionales de la deuda griega.
El Gobierno griego anunció el referéndum el 27 de junio, y los partidos Nueva Democracia y PASOK respondieron preparando una moción de censura contra el Gobierno. Las reacciones fuera de Grecia también fueron mayoritariamente contrarias a la consulta.
Tsipras y su Gobierno pidieron el «no», al igual que la formación Anel y el ultraderechista Amanecer Dorado, y el Partido Comunista de Grecia dijo que trataría de cambiar la pregunta del referéndum para que la ciudadanía griega pudiera votar contra la propuesta de la Troika y, además, contra la del Gobierno de Syriza.
El peso del pago, «sobre quienes más recursos tienen»
A la pregunta sobre la aceptación de continuar o no con las políticas de austeridad implementadas desde 2010, el pueblo griego respondió con un rotundo «no». Un rechazo a las condiciones del rescate propuesto por la Troika (Comisión Europea, Fondo Monetario Internacional y Banco Central Europeo), respaldado por una abrumadora mayoría: el 61,3% frente al 38,7%. Pero no era una ruptura con Europa, lo que obligaba a los acreedores a mover ficha.
Tsipras, con «un mandato claro del pueblo griego», aseguró que se trababa de «una victoria de la democracia frente al chantaje», y que la pregunta no era si seguir o no en Europa, sino «qué modelo de Europa queremos». Recordó que su mandato tenía como objetivo que el peso del pago no recayera en los sectores desfavorecidos, sino en quienes más recursos tienen.
El 6 de julio anunció su dimisión el ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, por sus diferencias con el Gobierno y para apartarse de las negociaciones con la Troika. En el medio año que se mantuvo en el cargo, Varoufakis fue un férreo defensor de la reestructuración de la deuda, pues consideraba que sin una quita ningún plan llegaría a buen puerto.
Las líneas maestras de la estrategia griega tras el referéndum se apoyaban en dos pilares: el informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), que reconocía que la deuda griega era insostenible, y un nuevo mandato para Atenas, amparado en la voluntad del pueblo griego.
¿Cómo había llegado Grecia a esa situación? El origen de la crisis se remonta a principios de siglo, cuando Estados Unidos impulsó la desregulación de los mercados, las bajadas de impuestos y de tipos de interés y una expansión extraordinaria del crédito, provocando una burbuja inmobiliaria en las llamadas hipotecas subprime. Por otro lado, las invasiones de Afganistán e Irak tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 provocaron un incremento de los precios del petróleo del 300%, además de gastos multimillonarios.
En 2008, el desmedido incremento de los precios del petróleo y otras materias primas y de los alimentos comenzó a causar verdaderos problemas económicos y también sociales en muchos países, y a la imparable inflación se le sumaban la recesión y el paro.
Sacrificio de la población
A principios de 2010 se agravó la ya delicada situación de Grecia al descubrirse que los gobiernos de Grecia, Italia y otros países europeos, ayudados por varios bancos, habían ocultado todos sus préstamos. Esos países habían gastado por encima de su presupuesto supuestamente respetando el déficit límite impuesto por la Unión Europea.
Descubierto el déficit real, se sucedieron los recortes en el sector público. Ello, junto a la grave crisis económica que durante varios años había reducido el PIB de Grecia, disparó el paro, extendió la pobreza, varios millones de personas se quedaron sin asistencia sanitaria, entre otras calamidades.
En el clima de desconfianza hacia Grecia por su dudosa capacidad de hacer frente a su deuda pública, en mayo de 2010 otros países de la Eurozona y el FMI acordaron un paquete de rescate de 45.000 millones de euros en bonos y posteriormente una serie de préstamos hasta un total de 110.000 millones.
Para acceder a ese rescate y controlar su déficit, Grecia tuvo que adoptar una serie de medidas de austeridad extremas que supusieron un gran sacrificio a la población, como recordaba Alazne Basañez en este Artefaktua. En todo el país hubo manifestaciones y disturbios, y más de 30 huelgas generales en cinco años. En enero de 2015, Syriza ganó las elecciones.
En agosto de 2015 el Gobierno de Siryza, en coalición con el partido de derecha nacionalista Anel, y el Cuarteto (la antigua Troika, a la que se incorpora Mecanismo Europeo de Estabilidad-MEDE) alcanzaron un acuerdo en torno al tercer paquete, que el exministro Varoufakis consideró que «no va a funcionar». En 2018 se dio por finalizado oficialmente el rescate griego, pero no sus consecuencias, extensibles a una Europa en la que siguen creciendo las desigualdades y el resentimiento de parte de su ciudadanía, al que la extrema derecha ha sabido sacar rendimiento, como recientemente ha vuelto a demostrar.