Pavarotti: el hombre, el tenor, el divo
El 6 de septiembre de 2007, el tenor italiano falleció en su localidad natal de Módena a a los 71 años. Nora Franco Madariaga, crítica musical de GARA, repasa su figura en el aniversario.
Hay dos imágenes del gran Luciano Pavarotti, como dos instantáneas, que permanecen en el imaginario colectivo. En la primera de ellas aparece sobre el escenario, exultante, vestido de frac, sudoroso y mostrando una amplia sonrisa, recibiendo la ovación del público con los brazos extendidos en alto en un simbólico abrazo, aferrado a ese perenne pañuelo blanco como si de una extensión de su mano se tratase; en la segunda imagen Pavarotti también sonríe, pero de forma más serena y algo pícara, y nos mira relajado bajo el ala blanca de su sombrero de jipijapa, ataviado con una amplia camisa y un colorido y casi infinito foulard.
Y esos dos retratos representan a los dos Pavarotti: al tenor, el gran cantante de ópera, el Maestro, el artista… y al vividor, el hombre mujeriego, excesivo, perseguido por la prensa rosa. Y ambas imágenes, ambas facetas, en una simbiosis indivisible, configuran el mito, la leyenda: el divo.
Cantante de escasa formación musical y vocación tardía, no tuvo un comienzo fácil para su carrera artística, pero su voz de emisión cómoda, vibrante y luminosa, de innata musicalidad y maravillosa expresividad, sumada a una personalidad carismática y cameladora, le abrió las puertas de la fama y el éxito. ¿Merecidos? Seguramente, aunque, pese a lo impopular de esta afirmación, otros tenores de gran reconocimiento podrían estar por encima de él en un ranking vocal: Enrico Caruso, Mario del Mónaco, Plácido Domingo, Alfredo Krauss… —por citar algunos—, tenores todos ellos de técnica impecable, voz prodigiosa y gran versatilidad; ahora bien, ninguno con el atractivo del de Módena —al que muchas mujeres sucumbieron—.
Los escándalos amorosos estuvieron a la orden del día durante toda su vida, aderezando y alimentando el mito. Los multitudinarios conciertos de Los tres tenores y los de Pavarotti & Friends le encumbraron como una especie de rockstar del mundo de la lírica, y algunos caprichos y excentricidades —cancelaciones de última hora, viajar con cerca de 40 maletas, exigir sábanas negras en los hoteles…— no hicieron más que confirmar ese estatus de divo.
Pero no es oro todo lo que reluce, ni todo fueron glamour y fiestas en la vida de Pavarotti: su polémica relación con Nicoletta Mantovani, que le alejó de sus hijas durante mucho tiempo, sus dificultades para aprender nuevos repertorios, que le fueron limitando cada vez más musicalmente, una conflictiva relación con la comida, serios problemas de espalda y la muerte de su hijo recién nacido Riccardo le sumieron en una depresión de la que empezó a recuperarse para —artimañas del destino— encontrarse con un cáncer de páncreas que se lo llevó muy rápidamente y mucho antes de lo deseable.
El aura que rodea al divo enfundado en su frac, con su pajarita y su pañuelo blanco, se desvanece cuando se mira más de cerca, y solo queda un hombre, aficionado al fútbol, a la brisca y a los placeres sencillos, dotado de una voz fabulosa y un carisma inigualable, que mira con ojos burlones y chispeantes desde la sombra del ala de su sombrero de panamá.