«Al colega Martín Prieto lo secuestraron una rubia y un arrebato. Dejó familia, hacienda, tabaco, cartera y medicinas y tomó las de Villadiego, camino de un acogedor zulo donde desfogar toda la tensión acumulada desde los tiempos de Argentina, el juicio de Campamento y, sobre todo, la cruzada contra los vascos separatistas».
Así iniciaba su columna en 'Egin' Martin Garitano sobre uno de los mayores ridículos cometidos por el periodismo español de la mano de algunos insignes políticos. La espantada de José Luis Martín Prieto, un conocido comentarista español, ocasionó una auténtica conmoción. Periodistas, gobernantes, jueces… se movilizaron ante lo que montaron como un secuestro de ETA. No había vuelto a casa y fue una mañana de congoja. Horas después, para vergüenza y pasmo de todos ellos, el citado periodista apareció en un hotel cercano a su domicilio que había abandonado a las dos de la tarde con una señora que acudió a buscarle.
Según la crónica que firmaba Elvira Lalana, corresponsal de 'Egin' en Madrid, la señora era «joven, alta y rubia». Y añadía que «la noticia saltaba a primera hora de la mañana. El periodista José Luis Martín Prieto había sido secuestrado. La llorosa voz de Luis del Olmo, que recordaba a Carlos Arias Navarro anunciando la muerte del 'generalísimo', dio la noticia de la misteriosa desaparición en brillante exclusiva».
Los principales figuras de los medios acudieron a su domicilio a expresar su solidaridad con la esposa del «secuestrado» y también llegaron el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, y varios jueces de la Audiencia Nacional como Baltasar Garzón y Javier Gómez de Liaño.
Elvira Lalana contó que hacia las diez menos cuarto de la mañana, aparentemente ajeno a todo el lío que había montado, el propio Martín Prieto llamó a su periódico, 'El Mundo', para pedir el número de teléfono de una secretaria de redacción. Media hora después repitió llamada para otra gestión. Luis del Olmo todavía dudaba, pero el «secuestrado», a través de intermediarios, prometía que llamaría a su mujer para desmentir el secuestro.
«Sin embargo, por esas circunstancia de la vida que uno no debe poder contar, el telefonazo se demoraba para aumentar la confusión general». «Para el mediodía, todo el mundo sabía que Martín Prieto estaba bien, pero nadie acertaba a sacar la pata con un pelín de dignidad», en palabras de Elvira Lalana.
Porque, como sentenció Martin Garitano, «los buenos amigos del colega, cegados por la solidaridad y el afán de protagonismo, no contaron con la posibilidad de que Martín Prieto hubiera preferido engrosar la larga lista de los que marcharon a por tabaco y volvieron a los tres días, con la camiseta del revés, embriagados de perfume barato, la sonrisa en los labios y el mundo por montera».