1977/2024 , Azaroak 7

Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua

Vicente Ameztoy pintó el paraíso en un mundo que seguía en guerra

El artista Vicente Ameztoy posa serio para la cámara de Joseba Olalde. Detrás se aprecia su versión del paraíso, plasmada en uno de los retablos que este agnóstico, excepcional y libre, pintó para la ermita de Remelluri. Es una fotografía para el recuerdo: tal día como hoy, en 2001, se conocía la muerte de Vicente Ameztoy, a los 55 años de edad. Tres años después, con 45 años, falleció el fotógrafo.

Vicente Ameztoy, ante el 'Paraíso' en Remelluri.
Vicente Ameztoy, ante el 'Paraíso' en Remelluri. (Joseba OLALDE | Fotografía cedida por la familia Olalde)

La noticia de la muerte de Vicente Ameztoy, uno de los grandes de la pintura vasca, llegó la víspera a la redacción. Fue ingresado el domingo 4 en el Hospital Donostia y para el martes 6 ya había fallecido. Pese a que se conocía su delicado estado de salud, la noticia provocó un gran impacto en el mundo cultural vasco. Ameztoy solo tenía 55 años de edad. 

«La muerte le llegó a Vicente Ameztoy tras una recaía de sus dolencias sufrida hace varios días en Bastida, en su santuario particular de la ermita de Nuestra Señora de Remelluri. Allí pasaba los veranos desde hace diez años, un periodo que dedicó casi exclusivamente a pintar la pequeña capilla románica a petición de la familia Rodríguez Salís-Hernandorena», escribía Xole Aramendi en la edición de GARA publicada el 8 de noviembre de 2001.

Autorretrato. (Luis JAUREGIALTZO I FOKU)

La ermita, un proyecto de arte religioso en permanente diálogo con su propio agnosticismo, era el proyecto de su vida: a lo largo de la última parte de su vida creó su propio paraíso al pie de la sierra de Toloño, en Nuestra Señora de Remelluri, en la Rioja alavesa. Un trabajo que presentó públicamente en setiembre de 2000, solo un año antes de su muerte, en el Koldo Mitxelena donostiarra. La exposición se titulaba 'Sagrado-Profano' y suponía su regreso a las salas después de diez años de silencio.

Allí estaban sus paisajes, sus santos con el rostro de personas de su entorno... Relataba el periodista Martín Anso que «Vicente Ameztoy no habló demasiado. Quizá porque, tal y como aseguró en una de sus pocas intervenciones, está convencido de que el lenguaje que emplea en sus obras es claro y directo».

El fotógrafo Joseba Olalde Azkorreta, quien trabajó en 'Egin' y también en 'Euskaldunon Egunkaria', fue quien documentó el trabajo de Ameztoy en Remelluri. Un encargo que fue publicado tras su muerte y al que corresponde la fotografía que ilustra esta crónica.

Arte, tortura y lucha

Nacido en Donostia en 1946, sobrino del pintor Jesús Olasagasti, «la suya es una trayectoria muy singular que no tiene parangón en Euskal Herria y creo que tampoco en el Estado español», explicaba Fernando Golvano, comisario de la última exposición realizada por el pintor en el Koldo Mitxelena de Donostia e historiador de arte. «Tendría 26 años cuando realizó su primera exposición en la mítica galería Barandiaran de San Sebastián, en el mismo lugar donde hacía un año había expuesto el Grupo Gaur. En esa primera exposición despuntaba por su virtuosismo para el dibujo y su habilidad para pintar la naturaleza de una forma realista, pero con una impronta personal, logrando una lectura inédita de la realidad», añadió.

El mural 'Lemoiz gelditu', expuesto en el Museo Bellas Artes de Bilbo en 2020. (Marisol RAMIREZ I FOKU)

Posiblemente, la mayoría de nosotros tenemos guardada en el subconsciente alguna de las imágenes surrealistas creadas por este artista, por alguna portada –las hizo para 'Euskadi Sioux' y 'Zeruko Argia'–, algún póster –los de Zinemaldia y la Quincena Musical en 1991 y 2000, respectivamente–, o por el mundo onírico, verde, clorofílico y tan rural que creó cuando realizó la dirección artística de la película 'Vacas' (1992), de Julio Medem.

También fue un artista comprometido. En febrero de 1981, Vicente Ameztoy entró a escondidas con Juan Cruz Unzurrunzaga en la morgue de Zizurkil para hacer las fotos que confirmaron la brutalidad de las torturas sufridas por Joxe Arregi en dependencias policiales. Gracias a ellos se tuvo constancia de aquella barbarie. El dato se mantuvo en secreto durante décadas.

Un año antes, junto a José Luis Zumeta (Usurbil, 1939-Donostia, 2020) y Carlos Zabala 'Arrastalu' (Irun, 1952), Ameztoy había creado 'Lemoiz gelditu', el icónico mural de grandes dimensiones contra la construcción de la central nuclear que, en 2020, fue presentado por el Museo Bellas Artes de Bilbo como lo que era: una gran obra. Los artistas habían sido invitados por el movimiento antinuclear vasco a unos encuentros populares en contra de la construcción de la central y, durante aquellas jornadas y sobre unos andamios, la pintura fue creada en directo a la vista del público. Llegó hasta nuestros días como una constancia de la trayectoria de los movimientos sociales en Euskal Herria, así como del compromiso político de algunos creadores.

La obra fue donada al museo bilbaíno y, como se podía leer en el editorial que GARA le dedicó aquel 10 de noviembre de 2020: «Difícilmente imaginarían José Luis Zumeta, Vicente Ameztoy y Carlos Zabala que, 40 años después de pintar el mural 'Lemoiz gelditu' en unas jornadas contra la central nuclear, la obra sería expuesta en el Bellas Artes de Bilbo e inaugurada por un consejero y portavoz gubernamental del PNV, el partido que auguraba que tendríamos que alumbrar las casas con velas si no salía adelante aquel proyecto. El mural, sin embargo, lucía ayer imponente en el museo, estupendamente iluminado». Y se preguntaba GARA «¿Qué obra de arte inaugurarán de aquí a 40 años quienes ya en 2005 decían que las íbamos a pasar canutas si para 2010 no estaba construida la Y vasca?».

Un espionaje en Donostia

Año 2013, damos un salto en el tiempo... y parece que entramos de lleno en una película de espionaje.  Pero es la pura realidad. «En pleno escándalo mundial por el espionaje, y después de que se confirmara que el CNI vigila permanente a la izquierda abertzale, varias organizaciones presentaron una prueba más, la última hallada», leíamos en portada.

En la fotografía se apreciaba un primer plano de una especie de cámara y «este instrumento –se decía–, con cámara de vídeo y antena para audios, estaba enfocando la entrada a un local usado por Ernai en Donostia, sin disimulo ni vergüenza».

La denuncia se produjo en pleno 'caso Snowden', el escándalo internacional desatado por el espionaje por parte de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) a 35 líderes mundiales. Un escándalo mayúsculo que, sin embargo, no era nuevo en la historia de Euskal Herria. El diario 'El Pais' citó, de hecho, a «fuentes conocedores del funcionamiento del CNI», afirmando que «el servicio de espionaje español espía de forma permanente a miembros de la izquierda abertzale».

Este aparato en concreto estaba frente a un local que frecuentaba Ernai en Donostia. Entre los escombros de la obra que había enfrente, se encontró un «objeto extraño» que resultó ser una cámara que apuntaba directamente a la puerta del local.

«En Euskal Herria ha habido muchas ruedas de prensa en situaciones parecidas y respondiendo a casos simulares», afirmó ante los medios Irati Sienra, portavoz de Ernai, porque, dijo, el espionaje es «el pan de cada día para los miembros del movimiento independentista: policías vestidos de paisano que nos siguen a cada paso, sistemas de vigilancia destinados claramente al control de nuestro trabajo político o escuchas telefónicas». Muchos miembros de Ernai, apuntó, han notado que existen funcionamientos «extraños» en sus teléfonos móviles.

Honi buruzko guztia: 2001