La madrugada del 11 de noviembre de 2004 fallecía el líder palestino y presidente de la Autoridad Nacional Palestina Yasser Arafat. Preso en la cárcel de la Mukata desde 2001, Arafat murió a los 75 años en un hospital francés, tras dos semanas de agonía. El diario GARA se hacía eco de la noticia en su ejemplar del día 12 de noviembre, con un amplio seguimiento de los funerales así como el repaso de los hitos más importantes del político palestino. «El rais regresa con su pueblo», titulaba.
«Yasser Arafat se entregó en cuerpo y alma al pueblo palestino y ayer el pueblo reconoció su dedicación con creces», rezaban las primeras líneas del texto. Asimismo, la crónica destacaba que Arafat fue símbolo de la unidad palestina, ya que consiguió concentrar en su persona a todas las facciones políticas. Era el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, de la OLP y del movimiento Al Fatah.
El respeto al líder palestino se hizo ver desde el primer momento. El entonces presidente francés Jacques Chirac se acercó al hospital para dar el pésame a la viuda de Arafat, Suha Arafat. Antes de que el avión con los restos del líder despegara, las autoridades francesas le ofrecieron una ceremonia militar.
Una avalancha de gente acudió a despedir a su líder, figura clave en la lucha de un pueblo que sigue a día de hoy. Los funerales de Arafat tuvieron lugar entre la muchedumbre. El día 12 de noviembre se celebró en El Cairo y, al finalizar el acto religioso, sus restos fueron llevados a Ramala (Cisjordania). Aunque Arafat deseaba reposar en Jerusalén, Israel también le negó ese último deseo.
Según relataban los diarios, muchos de los presentes habían caminado durante toda la noche desde las aldeas próximas a Ramala con el objetivo de ofrecer sus respetos al líder palestino. En medio de agentes de las fuerzas de seguridad, algunos de los cuales empezaron a disparar para dispersar a la gente, el pueblo palestino trataba de acercarse al féretro cubierto con la bandera palestina.
Según informaba GARA el día posterior a los funerales, en las inmediaciones ciudadanos y ciudadanas palestinas portaban pancartas en las que se leían mensajes como «Padre», «Líder», «Nunca te olvidaremos» o «Guerrero de la libertad».
«También quisieron rendir su último homenaje al rais los grupos armados palestinos. Mezclados con normalidad entre el resto de ciudadanos y autoridades, algunos miembros de Al Aksa mostraban su duelo por la muerte de su líder empuñando y disparando sus kalashnikovs. El ruido de los tiros se mezclaba con los himnóticos cantos musulmanes y con el sonido repetitivo de las sirenas de las ambulancias que intentaban rescatar a las personas heridas en medio de la confusión», informaba GARA.
La extensa crónica del día siguiente recogía declaraciones y testimonios de ciudadanos palestinos que se mostraban afligidos por la pérdida de su líder y destaca su figura como un «hombre de paz». «Nos queda un vacío muy grande, pero tenemos que hacernos a la idea y afrontar la realidad. Era la única persona que unía al pueblo palestino y nuestro futuro ahora es incierto», decía un estudiante.
Las polémicas por la muerte de Arafat no tardaron en aflorar. Si durante su estancia en el hospital no cesaron las informaciones confusas sobre su estado de salud, posteriormente se sembraron las dudas por la causa de su fallecimiento ante la posibilidad de que fuera envenenado. En 2013, el informe de los forenses suizos apuntó al envenenamiento como causa de la muerte de Arafat.
Un hombre negociador
Considerado el «padre» de la lucha nacional palestina, Arafat entabló negociaciones con el gobierno de Israel para terminar con el conflicto de décadas entre este país y la OLP. Estos incluyeron la Conferencia de Paz de Madrid, los Acuerdos de Oslo y la Cumbre de Camp David de 2000. En 1994, Arafat recibió el Premio Nobel de la Paz, junto con el primer ministro israelí, Isaac Rabin, y su ministro de Exteriores, Shimon Peres, por las negociaciones de Oslo y sus «esfuerzos por alcanzar la paz en Oriente Medio».
En un amplio despliegue informativo que detallaba la carrera de Arafat y la historia política de Palestina, GARA hacia hincapié en la actitud despectiva y amenazante del entonces primer ministro israelí Ariel Sharon. Ante la mano tendida de Arafat a la negociación, quien llegó a escribir personalmente a Sharon tras ganar este las elecciones declarando el 2001 como «el año de la paz, de los valientes», la postura del primer ministro israelí fue siempre de resistencia, dinamitando toda posibilidad de resolución.
En diciembre de 2001, Sharon acusó a Arafat de instigar operaciones de la resistencia contra Israel y de cerrar los ojos ante este tipo de acciones, imponiéndole un confinamiento de tres años en la Mukata de Ramala, la vieja prisión de la época colonial brítanica, de donde solo saldría el 29 de noviembre de 2004 para morir en un hospital militar de París.
Durante el encierro de Arafat los ataques e incursiones de Israel en suelo palestino no cesaron, propiciando una escalada de violencia cuyas réplicas seguimos viendo hoy en día. Israel seguía aferrado a su objetivo de dinamitar cualquier opción de alcanzar una paz justa y lo sigue estando ahora.
El editorial de GARA del 12 de noviembre de 2004 destacaba que, sin Arafat, «Palestina afrontaba una escenario en el que se multiplican las incógnitas». El pueblo palestino tenía entonces por delante «una tarea por terminar», como rezaba el titular editorial. El texto subrayaba la necesidad de acumular fuerzas en torno a un objetivo común. Si eso ocurriese, afirmaba, «el Estado de Israel y sus poderosos aliados tendrán grandes dificultades» en impedir el desarrollo del proyecto palestino.
Veinte años después seguimos siendo testigos cada día del intento de Israel –con el apoyo incondicional de EEUU– por aniquilar al pueblo palestino. Mientras, cada vez son más los países en el mundo que claman horrorizados el fin del genocidio israelí y el respeto de los derechos humanos.