El reverendo metodista Harold Good fue una de las personas que facilitó el desarme del IRA en Irlanda y, a partir de 2005, se implicó de lleno en la resolución del conflicto en Euskal Herria. Sus aportaciones como hombre de paz son sobradamente conocidas, pero en el libro de memorias que ha publicado recientemente junto al periodista Martin O’Brien, titulado 'In Good time. A memoir', desvela algunas cuestiones que hasta ahora eran desconocidas para la sociedad vasca. Una de ellas es que el 16 de diciembre de 2016 estaba en las inmediaciones de Luhuso, aguardando a que amaneciera para acreditar como testigo independiente la destrucción de parte del arsenal de ETA, loable tarea que la operación policial evitó.
Hecho el spoiler, merece la pena navegar en las memorias del religioso irlandés y comprender su visión sobre el proceso vasco del que fue protagonista. Por tanto, veamos cómo llegó Harold Good a la situación de encontrarse atemorizado en un caserío de Lapurdi, sin comprender aún que aquel día sería crucial para, finalmente, poder levantar los pulgares el día del desarme.
De un premio, un puente
Mucho antes de que Harold Good se implicara en la causa vasca, otro sacerdote irlandés, Alec Reid, hurgaba en el camino a la paz con viajes a Euskal Herria y conversaciones con líderes de ETA. Era reservado y cuidadoso, tanto con su labor en Euskal Herria como con el conflicto en Irlanda del Norte. Junto con Good, fue una figura clave para encaminar la historia de su país hasta diciembre de 2005, cuando ambos sacerdotes dieron fe del desarme del Ejército Republicano Irlandés.
Ese acto histórico, con el que tanto ganó Irlanda, fue precisamente lo que acabó con la privacidad de Good y Reid. Todo cambió para los religiosos irlandeses, ya no pudieron esquivar el foco mediático, pues todo tipo de medios de comunicación internacionales quisieron contactar con ellos para saber más de los búnkeres del IRA. «Pero no había tanto interés sobre ello en ningún lugar como en el País Vasco», apunta Good.
Fue en diciembre de ese mismo año cuando los reverendos recibieron «la llamada potencialmente más significativa de todas», rememora el de Derry en su libro. Venía de la oficina del lehendakari Juan José Ibarretxe y les anunció que se les entregaría el premio René Cassin. El reconocimiento fue la excusa para que Good visitara por primera vez Euskal Herria y, ya en Bilbo, comprobaría aquello por lo que tendería un puente constante con este país: sus ansias de paz.
Pocos meses después, en marzo de 2006, después de que ETA anunciara un alto el fuego permanente, varios ciudadanos y ciudadanas gritaron «eskerrik asko!» a Good y Reid cuando estos paseaban por Bilbo. «Si bien muchos ciudadanos de España y algunos de dentro del propio País Vasco no habrían compartido estos sentimientos, ese día me sentí como si estuviera caminando con un héroe nacional», confiesa Good, que halaga al compañero que respondía a los vítores alzando el pulgar. El reverendo metodista atesora este momento con tal cariño que lo mencionará en su discurso del 8 de abril de 2017 en Baiona, cuando el desarme se convirtió en un hecho.
Pero no nos adelantemos, la historia no llegó rodada a aquel día, hubo de pasar hartos obstáculos por el camino. De hecho, en una reunión que mantuvo Good con el secretario general del PP vasco, Carmelo Barrios, el irlandés confirmaría que no todo el mundo compartía la hoja de ruta que arduamente defendía su compañero Reid. Le transmitió su voluntad de facilitar una conversación entre el partido que para entonces ya había caído a la oposición en Madrid, y un representante destacado del Partido Unionista Democrático (DUP) de Irlanda. No era ningún experimento: según revela en el libro, ejerció de canal de comunicación entre el DUP y Sinn Féin y facilitó reuniones secretas en su casa entre Martin McGuinnes (Sinn Féin) y Jeffrey Donaldson (DUP), cuando la DUP mantenía la política de no hablar con la formación soberanista. Esos encuentros ayudarían a crear el histórico gobierno codirigido por el unionista Ian Paisley y McGuinnes.
«Le expliqué que [el DUP] era un partido que compartió y comprendió la renuencia del PP a comprometerse con representantes de una organización proscrita, pero que estaba dispuesto a compartir algunas experiencias positivas recientes derivadas de su compromiso con el Sinn Féin», cuenta Harold Good. Después de la reunión, le remitió una carta donde enfatizaba sus opiniones y la propuesta. No recibió respuesta por parte del representante del PP.
Good señala que el Ejecutivo español, «profundamente conservador, no estaba interesado en un compromiso serio con ETA, incluso después de haber declarado un alto el fuego, había prolongado el conflicto»
La cerrazón del PP continuó intacta cuando, con Mariano Rajoy, regresó a Moncloa en 2011. Good, religioso con dilatada experiencia en resolución de conflictos, no solo en Irlanda y Euskal Herria, también en Colombia con las FARC, señala que el Ejecutivo español, «profundamente conservador, no estaba interesado en un compromiso serio con ETA, incluso después de haber declarado un alto el fuego, había prolongado el conflicto».
Miedo a ser detenido
Good no estuvo involucrado en la primera acción para el sellado de armamento que ETA llevó a cabo en febrero de 2014 y que el Gobierno español calificó de ejercicio teatral. Sin embargo, después de haber aceptado ayudar en la resolución del conflicto «de cualquier manera que pudiera» y de haber visitado Euskal Herria varias veces, confiesa que no le sorprendió en absoluto cuando finalmente le llegó la invitación y se encontró una vez más en un avión a Euskal Herria. «Pero esta vez fue a Biarritz, en la región vasca del sudoeste de Francia, con la que yo estaba menos familiarizado», detalla.
Sí le sorprendió que le fuera prohibido llevar consigo su teléfono móvil o cualquier otro dispositivo electrónico que pudiera ser rastreado. Quien sería su anfitrión en su corta estancia en Lapurdi le entregó un móvil con un número diferente para que su identidad estuviera protegida. «Me llevó a una cómoda casa rural con un dormitorio bien escondido al que me devolvería después de la finalización del acto», cuenta el reverendo protestante. Estaba previsto que aquel acto, que pretendía ser un hecho irrevocable tras el final de la lucha armada de ETA, se realizara a la mañana siguiente.
«Se me explicó que muy temprano a la mañana siguiente, en presencia de un pequeño pero representativo grupo de ciudadanos locales honrados, junto conmigo y otro sacerdote como testigos independientes, se llevaría a cabo la destrucción física de armas de miembros de ETA que iban a ser llevadas a esa discreta ubicación rural», revela Harold Good. Habla, evidentemente, del acto de destrucción de armas el 16 de diciembre de 2016 en Luhuso, que acabó con la detención de cinco artesanos de la paz: 'Tetx' Etxeberri, Mixel Berhokoirigoin, Beatrice Molle-Haran, Michel Bergougnan y Stéphane Etchegaray.
Sin embargo, el anfitrión de Good recibió una llamada urgente aquella noche: «Lo que se desplegó entonces fue un drama tan bizarro como inútil. Un grupo combinado de Policía antiterrorista francesa y española se había desplegado en el caserío en el que se iba a proceder al desmantelamiento y había detenido a ese grupo de ciudadanos respetados y de confianza».
Detenidos los artesanos de la paz, la destrucción del armamento que Good debía supervisar nunca ocurrió. Y, a pesar de que permaneció en la casa en la que había sido alojado, el irlandés tenía miedo de que los policías fueran a por él. «Me convencí de que no era lo suficientemente importante como para ser un hombre buscado, mientras temía que todos los vehículos que pasaban pudieran ser las fuerzas de seguridad que venían a arrestarme. ¡Apenas dormí nada!», recuerda.
Good debía supervisar la destrucción de parte del arsenal de ETA el 17 de diciembre de 2016: «Se me explicó que muy temprano a la mañana siguiente, en presencia de un pequeño pero representativo grupo de ciudadanos locales honrados, junto conmigo y otro sacerdote como testigos independientes, se llevaría a cabo la destrucción física de armas»
Ningún policía vino a buscarlo, no vio que los vehículos disminuyeran su velocidad sospechosamente, ni aporrearon la puerta de la casa donde se encontraba. Harold Good pudo subirse en Biarritz al avión que lo llevaría de regreso a su país.
Pulgares arriba
Good intuía que, después de lo ocurrido en Luhuso, el desarme definitivo no tardaría en llegar. No se equivocaba. El día escogido fue el 8 de abril de 2017, gracias al trabajo de los artesanos de la paz, que cumplieron su acuerdo con ETA y además lograron el compromiso del Gobierno francés de no entorpecer la operación.
Llegado el día, cómo no, el arzobispo viajó a Euskal Herria. Conoció al enconces arzobispo Matteo Zuppi, ahora cardenal y mediador del Papa por la paz en Ucrania y candidato a sucederlo en el cargo. Coincidió con integrantes de la Comisión Internacional de Verificación (CIV), entre ellos Ram Manikkalingam, con experiencia en el conflicto de Sri Lanka, y con su amigo Chris Maccabe.
Fueron él y Zuppi los encargados de recibir los archivos y carpetas que contenían inventarios del armamento y de entregárselo a Manikkalingam, el presidente de la CIV. «Pensé en el día en que el Padre Alec había susurrado en mi oído –recoge Good en su libro–: 'El último arma sale de la política irlandesa'. ¡Cómo se habría regocijado también en este momento!».
En el memorable discurso –improvisado, confiesa– que ofreció ese día ante 20.000 personas en Baiona también se acordó de su compañero Reid, que falleció en 2013. Contó cómo varias personas le agradecieron su labor tras el cese del fuego de 2006, y cómo Alec Reid les respondió con los pulgares arriba. «Me agrada pensar que hoy está mirándonos a todos nosotros con los dos pulgares hacia arriba», expresó. Asegura que nunca olvidará que, en ese momento, 20.000 personas respondieran con este mismo gesto. «¡40.000 pulgares arriba por Alec!», celebra; 40.000 pulgares apuntando a la paz en Euskal Herria.